
Fotografía de Rogelio Cuéllar.
Leí a José Agustín por primera vez en la prepa, no las obras que correspondían, sino los dos primeros volúmenes de la Tragicomedia mexicana. Las prescribió un maestro de historia, a quien recuerdo con cariño, con la finalidad de que a sus iletrados alumnos se nos quedara algo de aquellas décadas de la vida en México en el siglo XX gracias a la ágil pluma del narrador guerrerense (no sé si lo logró). Fue hasta la universidad que leí esta entrevista, escrita por mi maestro en periodismo y lenguaje narrativo, David Magaña Figueroa (a quien le agradezco me deje reproducirla acá), donde justo habla de dicho trabajo. Fue publicada en su excepcional Ver misterios en la punta de un alfiler, libro donde compila charlas con diversos escritores, la mayoría fallecidos ya. Hoy ha muerto el autor de La tumba, novela iniciática que pude leer hasta casi mis 25, cuando me tocó (por enorme fortuna) escribir la cuarta de forros de la edición de cincuenta aniversario (que desgraciadamente no encuentro entre mi biblioteca). En una reseña que hice al respecto, lamenté no haberla leído cuando la habría disfrutado más, en esos años de prepa en que leí las tragicomedias, junto con De perfil, que leí ya que estaba en esas. Ambos trabajos, elogiados por titanes como Enrique Serna o Juan Villoro, los disfruté muchísimo. Después me acerqué a La contracultura en México, a Se está haciendo tarde y a Ciudades desiertas; luego al Diario de brigadista y a El rock de la cárcel, con la finalidad de escribir un guion cinematográfico al respecto. A el Hotel de los corazones solitarios. Aún recuerdo su nombre escrito, junto con el de Parménides, en las dedicatorias que Armando Vega Gil escribió para su Diario íntimo de un guacarróquer; los primeros escritores rockeros de nuestro país. Así que me permito insistir: Todos los que escribimos -como se nos da la regalada gana- le debemos algo a José Agustín.

Por: David Magaña Figueroa
1. El rock del sistema
—Agustín, ¿qué retos te presentó la elaboración de Tragicomedia mexicana?
Se acomoda los lentes, ve de reojo a su hijo Andrés, quien nos acompaña en la charla, y señala:
—Primeramente el hecho de que el tema elegido ni remotamente es mi campo, aunque ya me habían preparado en cierta forma, sobre todo en cursos que me pedían en Estados Unidos. Me solicitaban ponencias que tuvieran que ver con la historia de México, eso me obligó a compenetrarme en todo esto. De ahí a dar el salto a realizar una crónica que tuviera que ver con la historia de la vida en México era un avance cualitativo. Entonces, lo primero fue el terror de entrar a un campo totalmente desconocido. La segunda limitante fue que se han publicado una gran cantidad de textos que te proporcionan información al respecto pero están demasiado dispersos. Por otra parte los libros que tratan a fondo la historia reciente de México, especialmente los de La historia de la Revolución Mexicana de El Colegio de México se paran en 1961; después, no tienes un panorama bien articulado por especialistas que cubran todos los temas. Tuve que suplir la información que no me daban esos textos a través de libros que se han publicado a partir de 1970. Me sirvieron mucho las recopilaciones de Pablo González Casanova, México hoy y México en crisis, que abarcan la visión hacia atrás y un pasado muy reciente. También consulté los libros de Cosío Villegas que publicó Joaquín Mortiz en 1970: El sistema político mexicano, El estilo personal de gobernar, La sucesión presidencial; además de las Memorias de Cosío Villegas. Hay también otros libros que te dan información global de una forma muy compendiada, los mejores los han hecho juntos Lorenzo Meyer y Aguilar Camín. A su vez Lorenzo Meyer tiene un capítulo extraordinario en La historia general de México, en el que precisamente escribe sobre algunos periodos de los que me ocupo en Tragicomedia mexicana.
—Es curioso pero gran parte de los investigadores y teóricos del sistema político mexicano que has mencionado, son hombres del sistema. ¿Cómo evitar el peligro de volver a contar la historia oficial?
Pela los ojos, se revuelve tres o cuatro veces en su asiento y con cara de campamocha argumenta:
—Eso depende de tu actitud y de tu visión de la realidad mexicana, Si no tienes una mentalidad oficial va a ser difícil que des una visión oficial de las cosas. Los textos a los que recurrí, efectivamente, tienen mucho que ver con la visión oficial de las cosas pero algunos son muy críticos. Los ensayos que compila González Casanova no se pueden considerar una versión oficial. También recurrí a libros que pueden ser entendidos como antihistoria oficial, por ejemplo las Memorias de Gonzalo N. Santos, que es un libro de resentimiento, de venganza contra el sistema, de malestar profundo contra todo lo que había ocurrido. Santos se suelta a contar la sopa tremenda. Otro caso similar lo constituyen los libros que Carlos Loret de Mola escribió en venganza contra Echeverría; en éstos se despepitan cosas que jamás van a figurar en una historia oficial. Pero lo fundamental de esto era mi propia actitud que no es complaciente con el sistema, que trata de indagar, lo más a fondo posible, la realidad de las cosas, y que pretende expresar mi propia visión de lo ocurrido, Mi actitud más los rasgos de estilo fueron la vacuna que protegieron al texto contra la oficialidad.
2. ¿Tragicomedia o melodrama a la mexicana?
—Tu libro lleva el título de tragicomedia, lo paradójico en mi caso fue que mientras avanzaba en la lectura más me convencía de que leía un auténtico melodrama. Claro, esto si se toma en cuenta la definición clásica de tragicomedia. ¿Cómo la ves?
Azorado responde:
—No, no, no lo veo como melodrama. Creo que si pasamos a hablar de géneros estás un poco jodido porque el melodrama es una cosa y la tragicomedia otra…
—Por eso, Agustín, por eso…
Antes de retomar la palabra lo medita unos segundos para señalar:
—…Pero por otra parte estaría de acuerdo en que esto podría verse como un gran melodrama, ¿eh? El sistema oficial nos ha ido dando a través de los años una gran telenovela… Mira, a final de cuentas no estoy jugando tanto al género literario en sí, sino al juego de las palabras: México por una parte es una gran tragedia en todo lo que nos ha ocurrido: la postergación de las metas esenciales de la Revolución, la manera de no cumplir con las necesidades cada vez más claras en favor de una verdadera democratización en la vida nacional que se ha venido escamoteando a lo largo de 50 años. ¿Eso es trágico, no? El pueblo ha llegado a desarrollarse mejor de manera independiente, la sociedad ha avanzado más y resulta que el régimen y los grandes grupos de poder económico están más atrasados que la sociedad. ¡Esto es trágico porque nos está conduciendo la gente que quizá no es la más adecuada para hacerlo! Pero también esta tragedia no nos va a llevar a sentarnos a llorar y dolernos de lo que nos ha pasado, creo que podemos ver el lado cómico del asunto ¿no? Está tan llena la vida nacional de folclorismos, de personajes tan particulares que son el chiste viviente. Ese lado te permite reconfortarte de la visión deprimente de la realidad y te da la oportunidad de tener una actitud más sana y esperanzadora.
—Agustín, creo que la historia de un país debe contarse desde voces múltiples, noté en Tragicomedia… que gran parte está narrado desde el punto de vista de los grandes personajes. ¿Dónde quedó el pueblo en todo esto?
Vuelve a negar con su peculiar vocecita:
—No, el pueblo está presente aquí aunque haya tomado voces individuales oficiales o declaraciones personales,,, Mira, el subtítulo del libro aclara dudas: esto es la vida en México de 1940 a 1970…
Lo interrumpo para anotar:
—Querrás decir la vida en el Distrito Federal porque Tragicomedia… al igual que los periodos tratados es centralista en un 90 por ciento.
Sin perder la paciencia dice:
—Creo que te extralimitas en tu apreciación. Es evidente que la Ciudad de México tiene una importancia tremenda porque es la que concentra todo los fenómenos político-culturales-económicos, especialmente del ’40 al ‘70, pero también es cierto que en mi libro cuento los acontecimientos más relevantes del resto del país. Y en el tomo dos es lo mismo. Hay una visión global y un espíritu popular. Una manera que tuve de trabajar esto, aparte de consultar los grandes libros y revisar periódicos y revistas, fue hablar con mucha gente. Tengo la fortuna de circular por toda la República dando conferencias y donde llegaba en los últimos tres años agarraba a las personas de diferentes edades y platicaba con ellas. La gente hablaba y me dijeron chistes, me contaron chismes, me dieron pequeños versitos que de otra manera cómo los hubiera recogido yo. No hubieran podido estar ahí porque no existen en ninguno de los libros y sin embargo en Tragicomedia… sí están. Lo afirmo: hablé con distintas voces anónimas de diversas regiones del país.
3. Alta traición
—Me llega a la mente el recuerdo de un poema de José Emilio Pacheco, Alta Traición. La referencia me permite preguntarte: ¿Amas tu patria?
Recarga los codos sobre la mesa y explica:
—El concepto de patria me parece hasta cierto punto ridículo, pero amo el lugar donde estoy parado, amo a la gente que me circunda, me preocupa la suerte de los que están a mi alrededor, de los pobres de mi país; me fascina el cielo que está encima de mí. Es una respuesta como la de José Emilio. No soy patriotero. y los conceptos de nacionalismo tal como se conciben me parecen bastante sospechosos.
No le doy punto de reposo y arremeto:
—¿Qué entiendes por identidad nacional?
Se acomoda los lentes con la mano izquierda y responde:
—Entiendo la acumulación de rasgos particulares de la nación que compone un país. Creo que hay rasgos muy específicos y que la verdadera identidad se logra –y en eso los mexicanos no estamos muy lejos– cuando tienes una idea de quién eres, en dónde estás parado y a dónde quieres ir. En México una gran porción de la sociedad no se chupa el dedo, nos pueden estar diciendo una enormidad de cosas pero ya tenemos una idea de cómo funcionan ciertos elementos en la vida nacional que nos permiten saber hacia dónde nos tratan de llevar y si debemos o no dejamos. En este país hay proyectos claramente definidos: por una parte, un proyecto neoliberal, uniformador que tiende a colocamos como un surtidor de materias primas y de mano de obra barata. Y por otra parte, un proyecto de ciudadanos que buscan una verdadera vida democrática, un desarrollo propio integrado con el resto del mundo, pero no en una condición de servilismo. Que haya gente en México que sepa eso da una fortaleza e identidad extraordinarias. Hay muchos elementos que reflejan eso: lo mejor del cine que tenemos, que por desgracia no se produce como quisiéramos, refleja nuestra identidad, buena parte de la literatura, los estudios que se hacen en torno a la realidad nacional que a partir del 70 son una barbaridad; y lo refleja la preocupación constante sobre qué tanto de la transculturación nos queda y qué tanto nos es ajena.
—Agustín, ¿cuáles han sido los grandes problemas de México, por qué somos un país tercermundista?
—Te citaría las palabras que Cosío Villegas expresó en 1947, año en que escribió el ensayo clave «La crisis de México» en donde dice que la Revolución Mexicana había hecho una serie de propuestas y planteado metas que hasta cierto punto eran razonables ya que en lo fundamental se buscaba el desarrollo de la democracia a través del lema «sufragio efectivo, no reelección». Y que por otro lado se tenia la aspiración a una justicia social. El gran segmento del pueblo apoyó estas metas consciente o inconscientemente con su sangre misma. Decía Cosío Villegas que las metas no eran nada del otro mundo porque el movimiento que surgió daba las condiciones para poder llevarlas a cabo. ¿Qué es lo que falló? El factor humano. Las personas que estuvieron a la cabeza de la vida mexicana en la economía, en las instituciones sociales y en la política se aferraron a modelos de conducta que eran más retrofechados de lo que se debía, no tuvieron la claridad suficiente para darse cuenta de que las condiciones propiciaban un cambio más profundo que no tenía que ser increíblemente racial ni ideológico como se dio en la Unión Soviética. Profético, Cosío Villegas señaló que al cumplirse las metas elementales de la Revolución Mexicana nos íbamos a volver cada vez más a Estados Unidos y que llegaría el momento en que les tendríamos que preguntar cómo dirigir nuestro gobierno, cómo administrar nuestra riqueza, cómo organizar nuestra economía, cómo educarnos, etcétera. En esta visión tan desoladora don Daniel no se dio cuenta de que al estar diciendo estas cosas estaba representando un espíritu distinto que no iba a perecer, que iba a continuar en personas de su misma estatura que poco a poco, y especialmente a partir del ’68, generó manifestaciones contrarias que han podido ir frenando este proceso que efectivamente se ha dado y ha sido escrito. Tengo una novela que se llama Cerca del fuego donde ocurre una invasión de Estados Unidos a México, por supuesto es un juego metafórico de algo que ya ocurrió. Estamos dominados en nuestro gobierno, estamos totalmente controlados por ellos y es como si hubiera habido una invasión militar.
4. La política a la mexicana o el juego del Tío Lolo
—¿Cómo defines a los políticos mexicanos?
Sonríe maligno y enumera:
—Encuentro tres tipos de políticos mexicanos: por una parte, aquellos que tratan de ejercer la política, que buscan airear los espacios y que se dan muy pocos. ¿Quiénes? Narciso Bassols en los años ’40. O bien Carlos Madrazo en los ’60, quien aun y cuando estaba dentro del sistema, tenía intenciones honestas de modificarlo. Por otro lado, están los políticos de la oposición que, aunque hasta cierto punto les haya llegado mucho de la corrupción oficial, algunos han llevado un juego honesto en su forma de hacer política. Puedo mencionar al respecto a Gómez Morín, o posterior a Heberto Castillo, en fin, gente, que lucha a través de la política. Por último, está el político oficial, en el cual hay que hacer distinciones: tenemos el político a la mexicana, tan hábil que se aprende todas las esquinas del sistema, conoce el laberinto a la perfección y se maneja en él de una manera extraordinaria y no sólo no quiere cambiarlo sino que fortalece todos los grandes vicios de la política a la mexicana. Término muy peyorativo acuñado por Revueltas que sugiere hacer cosas fáciles, improvisadas, sin la menor planeación y sin sentido de responsabilidad. Creo que vivimos en México una crisis política espantosa. Todas las fuerzas políticas de nuestro país dieron de sí, la política oficial ha pasado de la hipocresía al cinismo. Y la política de oposición está en un deterioro total. Necesitamos una recomposición de fuerzas políticas. La sociedad está más avanzada que todo esto, como ya lo señalé antes. No encontramos la fórmula mágica de crear las organizaciones que logren desbancar este vicio y que nos den un aire nuevo. Ese es el gran dilema. Incluso he llegado a pensar que habría que abolir el concepto de partido político porque ya está tan manoseado, tan viciado que un cambio semántico sería de gran utilidad. Creo también que todas las formas de organización que se formen en el futuro para manejar la política deben tomar en cuenta, como pedía Gramsci, el fenómeno de la cultura. Porque es el único que en un momento dado puede alargar o ampliar las expectativas que la política lleva nada más hasta ciertos límites. Eso creo.
5. La moral es un árbol que da moras
—Nos acercamos al final, por lo tanto te voy a hacer diversas preguntas en serie relacionadas con personajes, publicaciones y curiosidades de las épocas que tratas en tu libro: ¿Quién es el gran cínico de la vida nacional en los 30 años abordados en Tragicomedia…?
—Pues hay varios, aunque de entrada pienso en Miguel Alemán y Ruiz Cortines; están bastante capacitados para llevarse la distinción.
—¿Se puede afirmar que en alguna ocasión hubo un gran presidente mexicano?
—Para mí no hay ninguno.
—¿Quién ha sido el gran político?
—Ninguno.
—¿Y líderes?
—¡Ah, Demetrio Vallejo! Excepcional.
—¿Qué frase de las mencionadas por los personajes de esos años te llama la atención?
—Es terrible pero ahí te va: «En el juego y en la política la moral es un árbol que da moras». ¿DemoIedora, no? Pertenece a Gonzalo N. Santos y refleja la realidad nacional.
—Menciona a un músico, por favor.
—Silvestre Revueltas.
—Una película.
—Los Olvidados.
—Un pintor.
—Diego Rivera… ¡a güevo!
—Un narrador.
—Carlos Fuentes.
—Un poeta.
—Jaime Sabines… Pero te voy a dar otros dos para complementar, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz… Y déjame agregarte dos narradores más, Rulfo y Arreola.
—Un periódico.
—Los principios de El Día.
—Un suplemento cultural.
—El de Novedades que dirigió Fernando Benítez, sin duda.
—Por último una revista.
—Mester… Jajajajajajaja. Cada quien lo suyo ¿no?

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