Cada vez más aprecio equivocarme. No tener la razón. Ver mis certezas derrumbarse. Decir: vaya, qué wey fui (o soy). Esto fue hace 20 años (más o menos), cuando yo tenía unos quince y vislumbraba la posibilidad de hacer una banda (metalera). Un joven compañero mío, de la prepa, rubio y hermoso, con quien todas querían y con quien empecé a tocar -de aire- en la sala de mi casa (de la casa de mis padres) compró aquel álbum (aún recuerdo su olor a nuevo) cuando recién había salido: el Results may vary, de Limp Bizkit, su cuarto disco de estudio, el primero sin su excéntrico -y al parecer virtuoso- guitarrista; su disco más melódico y triste, el disco que los llevaría al fracaso (así lo dice Durst en el detrás de cámaras que hicieron de la grabación). Un material que despertó controversia y comentarios negativos; es decir un material que a mí -casi a fuerza- me ha de gustar. De él solo me quedaba el recuerdo de dos rolas: del sencillo principal y del glorioso cover a The Who; de la banda nomás tenía el remanente de uno que otro de sus grandes éxitos, de sus otros discos, a los cuales deploraba (¿cómo, Dios, cómo se puede deplorar Roolin’?); como metalero primerizo tenía que demostrar que era un experto, un refinado que solo gozaba con los riffs más extremos, con las baterías más atascadas, con las voces más guturales -cuando no era necesariamente cierto-. No estoy muy seguro de cómo fue que me volví a acercar a este material, hace poco, pero cuánto lo agradezco. Ah, ya, ya me acuerdo: fue por el cover que hicieron a Sanitarium, un cover precioso que tocaron en el especial que MTV dedicó a Metallica justo en esos años. Un cover que suelo escuchar y que siempre me prende recio. Results may vary, pues, empieza bien, con Eat you alive, el mencionado sencillo que también tenía un videoclip (que siempre me gustó, filmado por el propio Durst, quien en ese momento se hizo cargo no solo de su banda, sino de su hijo recién nacido) y se sigue de largo hasta llegar a la segunda mitad de un compilado de 18 temazos-chingadazos. Ahí la cosa se pone perra y la neta no la vi venir. Y es que, insisto, soy un ignorante, en general, pero en particular de la trayectoria de esta banda; seguro sus fans han apreciado mucho mejor este trabajo que apenas voy apreciando. Aunque Fred Durst dice que ya no tienen a sus viejos seguidores, que ahora en sus conciertos solo hay gente debajo de los treinta años, gente que nunca ha visto a la banda en vivo (como yo). Por lo que, dice, Limp Bizkit viven una especie de resurgimiento. Esto en una reciente entrevista con Bill Maher, la primera que veo de él (de ambos), donde Fred revela que ya no promueve su material, ni la venta de su mercancía, discos y demás, luego de haber alcanzado el estrellato. Porque, dice, lo que él quería ser era cineasta, cuando joven; dice que no es un músico como tal, sino un músico de oído (como yo), que no gusta de salir a fiestas, que es una especie de ermitaño (como yo), hijo de granjeros; un tipo de bajo perfil que fue bulleado y torturado, dice (como yo), y cuyos bullies y torturadores se convirtieron, en la época de apoteosis de la banda, en sus fans. Que formó Limp Bizkit para poder llegar a hacer cine, pero que la vida le dijo que lo que tenía que ser era un rockstar. Y es entonces que entiendo por qué la grandeza de este álbum. A partir del track diez, y quizá desde antes, adquiere una dimensión digna de chingonazos como los Deftones (a los que también me tardé en apreciar, aunque no tanto), o de otras bandas que fueron parte de aquello que alguna vez se llamó Nü metal (llámese Korn, Linkin Park, System of a Down). El género que correspondió a mi tiempo, el que a mí me tocaba, pero que por trve (es decir, por poser) no quise apreciar. Insisto: qué wey. Y entonces está la producción impecabilísima (a cargo de Terry Date, lo voy googleando) de este material que suena tan fresco como entonces, tan nítido, tan poderoso. Posee harto feeling y una muy acertada mezcla de géneros, que pasan por el hiphop, el pop, el funk, el jazz, el merol ¡y hasta el thrash merol!; una explosión sónica, pues, madura, aterciopelada a veces, brutal muchas otras. De la introspección a la angustia, del ego al profundo deseo de liberarse de ese miedo. Creo que el sonido de la batería fue una de las cosas que más me prendió. En mis sesiones de ensayo he agregado ya varias de esas canciones que se empiezan a convertir en himnos personales (como The only one, Let me down, Phenomenon y Creamer (Radio is dead) -mi favorita-). Entiendo que los resultados pueden variar, bien lo dijo Fred Durst, como con el consumo de cualquier droga: dependiendo del escucha. Y que quizá no todos se enganchen con este trabajo tanto como yo he hecho, como el adicto que soy de las cosas que desafían lo establecido, que brindan una efímera, pero efectiva, salida de emergencia.

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