
Bruce, Bruce, Bruce, Bruce, Bruce, Bruce, Bruce, Bruce, Bruce corearon los alrededor de cinco mil asistentes, según calculó el propio Bruce, que acudieron al Pepsi Center para verlo. Habían pasado cuatro meses desde que lo busqué, sin éxito, en Guanajuato, en su faceta como conferenciante. Al fin estábamos frente a frente (bueno, a unos cincuenta metros el uno del otro, o más, calculo) en su segunda ocasión como artista en solitario en la Ciudad de México. Y aunque se cruzó con la fecha que Interpol ofreció en el Zócalo (concierto al que pretendí asistir y del cual solo sé lo que me contó Yazz), Marco me invitó y yo a él lo quiero mucho. Por lo que no podía rechazar su propuesta de asistir juntos. Además, por su culpa (casi que por su culpa) es que me aproximé al trabajo del vocal de Iron Maiden. Aunque no lo suficiente. «¿Lo escuchaste en la semana para disfrutarlo de lleno?», me preguntó y yo le dije que la mera verdad no. Y así presencié el concierto: sin saberme las rolas (algunas sí las topé, del único disco que he escuchado de él, el que me recomendó Huachimingo) y vi que no era el único: cierto silencio reinaba en el recinto de pronto. Imagino que alguno que otro esperaba algún éxito de la Doncella de Hierro. No hacía falta: las rolas en solitario de «Pitoenhijo», como le escuché a una joven nombrar al artista británico (¿tú también la escuchaste, no Kathy?) eran suficientemente ponchadas. Bien lo dijo el mismo Bruce: la banda que lo acompañaba era de primer nivel. Antes de entrar, en la fila, nos revisaron los encargados de seguridad. Era día de la mota. Bromeé con el joven que me revisó diciéndole que no se llevara mi gramaje imaginario. Me dijo que con él yo no corría peligro. Me dije: si fumara, sería afortunado. Y antes de eso, en un puesto donde cuidaban mochilas, el encargado nos dijo: Va a hacer calor allá adentro, si quieren déjenme sus chamarras. Le dije que mejor me la quedaba, previendo que al salir haría frío. Tuvo razón: hacía calor. Solo que a Bruce no le importó y se aventó medio set con su chamarra de cuero y un gorro puesto. Gorro que terminó arrojando a su público. (Ignoro quién fue el desafortunado que lo cachó. Seguro estaba muy sudoroso.) Eso lo vi mientras degustaba una cerveza rebajada detrás de un par de rubias extranjeras, supongo, porque se burlaban de los mexicanos que a todo lo que decía el ídolo respondía con un grito. «No entienden nada», dijeron, o al menos eso les entendí. Acabé la chela y acudí al baño; a pesar de que estábamos a la mitad del espectáculo, había mucha gente, entre ellos una estrella del metal mexicano que al parecer tiene un hermano gemelo. Cuando terminó el concierto, busqué a mis broders. Ahí estaba el Emma, sudado y sonriendo. Salimos juntos (yo abrazándolo). El frío viento nos recibió. Y un individuo que vendía bolsos de tela con el logo de Bruce Dickinson. Me dije: Soy una señora, por qué no. Y adquirí el producto por cincuenta pesos (ya no soy de gastar en playeras feas más de doscientos). Me pareció un precio más que justo. El vendedor se persignó. Supuse que que no tenía idea de la calidad tan suprema de su producto. De inmediato la cargué de libros. Al verla, mis compitas la chulearon. Les dije dónde la había comprado. Corrieron por la suya. No mucho después abordamos el Metrobús, y luego el Mexi. Me senté junto a un sujeto que iba oyendo sus audífonos. En cierto momento, seguí leyendo el librazo que estoy leyendo. A veces es muy chido, pensé cuando me detuve a mirar en dónde íbamos, pasar así el tiempo con tus amigos.
: ¿?

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