Con cariño para los talleristas

«Escribir es renunciar, escribir es elegir. Es arriesgarse. Tirarse al vacío para ser libre. Escribir es el remedio, pero también la enfermedad. Escribir es entender, es comunicarse. Ponerse en el lugar del otro buscando el propio», escribí una noche antes, sin demorarme, y eso lo pusieron en alguna parte del reconocimiento de cada uno de los integrantes del taller Escribir como remedio: Abi, Fátima, Milian, Ash, Abraham, Beto, Dulce, Vini, Emma, Alan, Itzel y Yalit, Alejandra, Miguel, Carlos, Yaz, Gabi, Julián, Nidia y Domingo, mi comparsa, mi cómplice. Juntos pretendimos crear un lugar al que quisieran asistir cada domingo, como ocurrió en diez sesiones con dos grupos de diez. Un lugar en el que, por mi parte, mezclé lo aprendido en muchos otros talleres a los que he asistido para formar, así, el que a mí me habría gustado tomar. Ignoro si lo logré. Lo que sí es que no encuentro actividad más próxima a la retribución social que un escritor pueda hacer salvo ésta. Su escritura no la tendría que comprometer. Por el contrario, tendría que comprometerse con su escritura. Si pudiera vivir nomás de dar talleres no lo dudaría. Lo haría de a gratis y toda la semana. Porque es un goce para mí ver que cualquiera puede escribir (y hacerlo bien). Especialmente quienes no pretenden ser escritores. Es una hipótesis que compruebo a la luz de la experiencia: «Cualquiera puede escribir si se le dan las herramientas». Ahí están los textos de ellos, lo cuales próximamente se podrán leer. De mientras les doy las gracias a cada uno. Gracias por haber construido este taller conmigo. Por haber cimentado sus bases. Por darme chance de crecer junto a ustedes. Los extrañaré. Hasta el siguiente.

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