Pero no dice groserías, ¿verdad?, dijo la mujer, y el metalero grandote se le quedó viendo al metalero pequeño. Este último le dijo a la doña: No, cómo cree, por quién me toma, y ella se rió -nerviosamente. Es que si no no me van a dejar comprarlo, los padres de familia. Se ponen muy estrictos con eso, dijo. El metalero pequeño, que a veces la hacía de cuentista, como también hacía el grandote (quien atendía esa librería donde todo mundo buscaba, en ese preciso momento, libros de texto), pensaba que eso de que los padres de familia preocupados por lo que leía la juventud ya no existía, no en pleno siglo XXI, pero ahí estaba su representante. Oiga, considere que las groserías son parte de la vida, y de la literatura, especialmente de la vida, seño, dijo el metalero pequeño. Si, yo sé, reviró la doña, yo sé que los niños aprenden groserías donde sea, en otras partes, en las redes sociales a las que tienen acceso sin restricción, pero los padres de familia se ponen muy estrictos con eso, repitió, y el metalero pequeño le dijo: No se preocupe, en esa novela no hay groserías. Él sabía muy bien que había una masturbación, breve, no muy severa, pero no se lo dijo y, al contrario, le pidió su número, su whats, y le pasó la novela en pdf. Mire, le dijo, si no le gusta o si encuentra una grosería, una sola, no me lo compra y listo, compra cualquier otro libro, como ese de Canek ya que está buscando algo divertido y distinto que atraiga a los jóvenes. La mujer asintió no muy convencida, pero aceptó y le ofreció sus datos a ese escritor desconocido. Se fue un momento después. Metalero pequeño le agradeció a metalero grande, quien le preguntó, mirándolo hacia abajo porque no podía mirarlo de otro modo: ¿Crees que se anime, crees que sí la lea? Ojalá que sí, respondió metalero pequeño, porque ando bien pinche corto de varo, hijodesurreputísimamadre.

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