Recién vi The Crow (la nueva), de la cual no pude evitar decir, como el biejo feo y amargado que cada vez soy más: Cuervo Pluma, por el peinado de Bill Skarsgård (que, rayos, pensé sería lo pior de la peli, pero no. Y eso que me gusta el Doble P: en sus videos hay más maldad)). Tremendo actor. Al menos en Clark, la serie de Jonas Akerlund -su compatriota sueco, metalero, maestro del videoclip- que, entre otras curiosidades, revela el origen del famoso síndrome de Estocolmo. Acá me lo desaprovecharon. Como a la historia toda, que sus creadores, advierten, no es un remake, sino una readaptación de la obra de James O’Barr, autor original de dicha historia (que primero vio la luz -jo- como novela gráfica), donde trató de exorcizar el trágico accidente en el que murió su esposa. Las comparaciones son odiosas, pero inevitables. Y en este caso necesarias. Tuve que ver, luego de muchos años, la película que protagonizó Brandon Lee para desintoxicarme de tanta melosidad y buena ondez. De la falta de malicia. De la falta de oscuridad. Aunque se arme una sonrisa de hamburguesa en la secuencia -SPOILER- de la matanza en la ópera (como en la del 94, mientras se suscita un concierto de rock), y haya un purgatorio a la Stalker de Tarkovsky, en esta nueva apenas se vislumbra ese antihéroe icónico y verguero que marcó mi niñez y la adolescencia de muchos (ahora chavorrucos y más pallá). Esos que se volvieron más darks o más metaleros, según se quiera, tras verla. Lo segundo fue mi caso, en gran medida gracias al soundtrack (brutal), donde aparecen, entre otras joyas, un cover de Pantera a Poison Idea: ‘The Badge‘. Rolón infernal que comienza con un fragmento de diálogo de #TaxiDriver, película ante la que me hinco y rezo y de la que abreva, o hereda -según yo-, la película de Alex Proyas en la que murió, por accidente, el hijo de otro legendario (y que también murió joven): Bruce Lee. Si bien el inicio es prometedor -SPOILER- (con un caballo atorado en un alambre de púas mientras unos cuervos sobrevuelan su semicadáver), el resto se diluye en mieles chapopotescaz que nomás lo dejan a uno en el empalague por la historia de amor -muy romántico, a primera vista- entre dos jóvenes que ya no están tan jóvenes y que actúan como… jóvenes… estú… enamorados… Aunque ningún personaje se pasa tan de berdolaga como el villano. El peor que he visto en mucho tiempo (incluso más que la pelona de #DeadpoolandWolverine). Se me hace que ahora da miedo escribir villanos más siniestros. Sobre todo, protagonistas más siniestros. Que emocionen. Que se rifen de memoria fragmentos de Poe. Que toquen la lira eléctrica. Que maten a vergazos, reciban balas y se rían. Que inspiren -lo pensé, no me consta- a villanos como el Joker. Que se vuelvan leyendas. Que su nombre quede marcado con fuego en la calle e ilumine la oscuridad de su entorno: esas ciudades del crimen donde nunca deja de llover.


Deja un comentario