Debe cambiar. La forma en que me hablas. Las cosas que me haces. La forma en que me dejas. Debe cambiar, canta ANOHNI (en realidad insiste, sugiere) en la canción que abre My back was a bridge for you to cross, su último y afortunadísimo álbum. Pinshi perro discazo. Razón por la cual le fui a ver ayer al Teatro Metropólitan. Él y yo fuimos los últimos en ser atendidos. Henryque y yo. Él venía de Europa. De hacer alpinismo con alemanes. Yo, de Ecatepec (sin H). De esquivar los baches con el Pequeño Bandido. Ahí, en ese recinto, había pura gente bella a nuestro alrededor. Hombres y mujeres por igual. Un snobismo-dark apabullante y apendejador. Para cuando nos dieron nuestros respectivos whiskys dobles, que costaron una fortuna y que nos duraron unas tres canciones (a lo mucho) ya había empezado el toque con otra rola de ese disco (Why I’m alive now?). Caminamos entre las sombras guiados por una señorita con su lamparita. Nuestros asientos estaban muy lejos, muy, arrinconados, y éramos lo únicos que faltaban por sentarse. Temí que se me cayera el whisky en el camino y que hiciera el ridículo mientras aquellos músicos, esa espectacular orquesta de diez individuos, nos brindaban la mejor parte de su vida. Un set list, según setlist.fm, de 14 canciones que duró un par de horas, entre discursos de la Reinota que cantó como Diosa y que me deleitó, también, con Hopelessness, de su penúltimo trabajo, en una versión pianística, sin sintes, más cabrona. En ella dice, en alguna parte, más o menos: No me preocupo mucho por ti. Me vale un carajo lo que te pase. Ya todo lo hicimos mierda. Carajo. Qué poder. Va mucho más allá de su speech, que de por sí es fluido y elocuente y entretenido: se interrumpe cuando ya está empezando a tocar. Hace chistes. Aclaraciones. Y una vez más. Y otra. Una dinámica inconcebible ante semejantes instrumentistas (entre los que estaban el guitarrista y productor del disco ya mencionado, aunque me quedo para siempre con el batería: un percusionista absoluto que cambiaba de platillos y tocaba la marimba -también- a placer) y sonido para el público, el cual siempre se quedó babeando. Qué bestialidad. Qué forma de mezclar el jazz con el pop, el rock y lo orquestal. Qué nitidez. Qué potencia. Qué fluidez. Qué precisión. Qué sutileza. A eso aspira uno como artista. Porque aquello fue un acto artístico. Político. Performático. Humano. No solo por la sombra con cuernos que de pronto se apareció y que, conforme se acercaba a la luz, se iba haciendo más grande.

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