Recién vi Joker: Folie à Deux. Es más, vengo de verla y escribo al vuelo, con la emoción a flor de piel (pues si el cine se trata de algo es de eso). Me duelen los ojos. Porque lloré casi las dos horas y cacho que dura (ya he dicho que lloro con facilidad, pero no siempre lloro todo el tiempo). Supongo que fue porque fui solo a la sala y a mi alrededor no había nadie y entonces pude hacerlo a mis anchas. Y es que es una tragedia. En el sentido más estricto del término: un personaje desafía el orden establecido y este lo aplasta como cucaracha. El pecado de Arthur Fleck es pretender un poco de felicidad en su miserable existencia (como nos pasa a algunos). La cual encuentra en la figura de Lady Gaga, de cuyo personaje me enamoré (quédate con quien te vea como ella ve a Joaquin Phoenix; quédate con alguien que baile contigo así, con quien te hable así, con quien encuentre en tu oscuridad el prohibido objeto de su deseo. Que contigo quiera levantar una montaña). Desde el minuto uno estuve esperando la decepción de la que todos hablan. Y transcurrían las escenas y los musicales (que en general abomino) y nomás no pasaba y nomás los ojos se me hinchaban y bailaba al ritmo de lo que pusieran. Detrás de mí, en las butacas ocupadas, podía sentir la expectación, la risa, el gozo del público que atendió este trabajo y que al final casi aplaudió. La decepción fue que no hubo decepción y, en cambio, Todd Phllips (y Scott Silver, guionista, y Lawrence Sher, cinematógrafo; soportados por la música de la inmensa Hildur Gudnadóttir; y en las voces de la propia Gaga -cuyo nuevo álbum awevo me refinaré- y Phoenix) entregó una propuesta arriesgada, cuidadosa y visceral. Una locura. Una tragedia, les digo, tremendamente distorsionada de la realidad. Como ameritaban sus personajes. Mayor arriesgue imposible. No en balde los elogió Francis Ford Coppola, cuya opinión vale más que la de cien críticos. Me alegra estar en desacuerdo con ellos esta vez, pese a que hace poco me les alineé en la vapuleada que le dimos a la nueva del Cuervo. Y es que esa no consigue la historia de amor trastornado que ésta sí. Cada línea, cada estrofa, cada encuadre conducen a clavar el cuchillo en el corazón de los viejos románticos (y lo nuevos, quizá) como quien esto escribe. De esos que han probado las mieles de la toxicidad, se han infectado en ella y han querido probarla de nuevo a sabiendas de que esta solo funciona en las pelis. Y ni en ellas. Qué dolor, carajo, por Arthur Fleck, quien logró atemorizar al público cuando el Joker encarnó su piel. Y pa acabarla sonó Close to you, la cual de inmediato me parte en dos. Y ni qué decir del momento en que el silencio se adueñó de la sala luego de una explosión. El silencio expectante dentro y fuera de la película. Hace rato que no experimentaba algo así en esa efímera comunidad que se sienta a mirar una pantallota. (Quizá pase en la nueva de Bong Joon Ho, cuyo trailer -lo pasaron- se mira sabroso.) Mientras tanto apelo al buen criterio, al reconocimiento de una obra sensible que horada en la condición humana. Que la busca desesperadamente. Y que, al final, la encuentra hecha trizas pese al relumbrón de la esperanza.


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