Ay, no, me va a dar miedo, dice uno de los tres niños que se aproximan. No despegan sus ojos del cartel. No te va a dar miedo, le digo (o tal vez sí, pienso). ¿Entonces por qué tiene colmillos?, revira. Miro la máscara del Chamuco, aquellos dientes sangrantes. Mierda. No sé qué responderle y solo le sonrío. A él y a -supongo- sus hermanos. Ellos también sonrien y se echan a correr hacia su casa. Poco antes el señor Marmolejo ya me espera afuera del Aurrerá. La propuesta me la hizo tan pronto supimos que se haría la presentación en la Casa de Morelos: saldríamos a vocear a las colonias cercanas para informar a los vecinos del evento que, gracias a él, pude organizar y que se hará mañana, junto con Alberto López y Diego Arredondo Morales. Ya lo había hecho así antes, me dice, pues no todo son las redes sociales (aunque henos aquí). Esa primera vez le funcionó: para otra presentación de otro libro. Lo aprendió de unos teatreros que hicieron eso para promover sus funciones. Él mismo es un dramaturgo. Y actor. Aunque también es historiador. Y, en algún momento, dedicó su vida a la contaduría. Como sea ahora estoy ahí con él, un señor amabilísimo y sonriente, de voz templada y culta, anunciando algo de una forma, le digo, inaudita para el barrio (y para cualquier barrio, pienso). Una joven y su madre -intuyo- nos miran a la distancia. Nos esperan. Una vez que estamos cerca, nos dicen que si queremos lo pueden anunciar en el grupo de whats que tienen con sus vecinos. La morra me dice ponte ahí, ahí me pongo y me toma una foto. La sube al momento. Listo. Para que se enteren, dice la señora, porque así -y señala el megáfono del señor Marmolejo- casi no se entendió a qué venían. Yo llevo conmigo el cartel. Avanzamos por un largo pasillo del que, durante más de treinta años, solo había atisbado su entrada. El señor Marmolejo lanza su discurso desde ese ronco pecho y lo repite más de diez veces por tres colonias aledañas sin cansarse. Solo una vez bebe agua y continúa. Algunos vecinos se acercan, principalmente mujeres, quienes se muestran más amables (aunque también algunos varones), pero sobre todo los niños, a quienes les da curiosidad el Chamuco. Lo miran y no saben muy bien qué hacer. Lo mismo me pasó, pienso, la primera vez que lo vi. A todos les decimos que los esperamos a las 8. ¿De la noche?, pregunta un hombre. Sí, le digo. Qué chido, dice, así sí va a dar temor.

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