
El cine salva. Lo dijo Yazz y fue como si lo dijera yo. La venía pensando las horas previas a verla. Una frase que en algún momento surgió entre nosotros. El cine, a ella y a mí, nos ha salvado de una forma u otra desde que nos conocemos, hace casi veinte años. El cine salva más vidas que Superman, pensé luego de que viéramos la cinta de James Gunn, donde el hombre de acero hace lo suyo, lo que hacía en sus primeros cómics, que era alejar de las siniestras garras de la muerte a los más desamparados. Donde el personaje es un poco bobo e iluso y en cada una de las personas de la Tierra ve a un ser hermoso, digno de ser rescatado. Cinta humorística y desparpajada (gracias, Gran Dios), pone a su disposición todo lo que sobre efectos especiales puede ofrecer la industria hoy en día. Lo cual la vuelve la peli ideal de fin de semana, esa que dejará una sonrisa en el espectador una vez que haya salido de verla, la que lo hará olvidarse de sus problemas por dos horas. Y le salvará la vida. Cuando llegue su momento, contaré por qué el cine me la salvó a mí ahora, pero el hecho de ir al estreno en la CDMX me ofreció el alivio por el cual todavía nos reunimos, un grupo de personas (unas más freaks que otras, con gorras o playeras del personaje puestas), en torno a una pantalla gigante para ver a un tipo con medias azules, botas rojas, capa y peinado ridículo romperse la madre con monstruos diversos, seres que quieren destruirlo porque ven en el ser más amoroso del mundo a la mayor amenaza. Ni qué decir de su adorable perro. Sobre el guion nomás puedo agregar que pudo ser más ponchado (como cuando parecía que volaba hacia el sol… y no precisamente), pero la verdad es que cumple y llena sus huecos. No se mete en pedos. Lleva a cabo su función fundamental, que es entretener al público. No pretende nada (contrario al último The Batman), salvo homenajear en una secuencia a Fight Club. Cosa que, en mi caso, no puedo más que aplaudir.

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