Para Emma, Vinni, Yorch y Miranda
Me dijo que estaba enamorada de él. Que antes de conocerlo no pensaba formar pareja, pero que en cuanto se cruzó con su vida la cambió para siempre. Luego ella, Perfecta, me preguntó si tenía novia, si estaba bien, si quería que me presentara a alguien. Le dije, respetuosamente, que a su hermana (de la cual me acababa de hablar). Reímos. Era su primera vez en las luchas, y era como si fuera la mía pues tenía más de diez años sin ir. Quizá la vez anterior lo hice so pretexto de una crónica para la escuela de periodismo, donde un profe supo señalarme el camino cuando me dijo: tú escribes. Acá la función fue hace ocho días, en el barrio, en la Arena Del Valle, fundada, me informaron Emmanuel y Vinnie -quienes insistieron en que los acompañara-, por Pentagón 0M, luchador ecatepense que ahora se la rifa en la WWE. Afuera, una hora antes de entrar, la gente -algunos con sus máscaras, en particular los niños-, se aproximaba a los alrededores formando una larga fila. Extrañé un chingo tener a la mano una cámara de verdad y no la piltrafa de mi cel que terminé usando (como se puede ver en esta publicación). Un reportero de un medio digital entrevistó a Vini, quien demostró ser una voz autorizada en el asunto. Adentro ubicamos nuestros lugares en la primera fila. Compramos papas, palomitas, cerveza y una torta de pierna medio aplanada, envuelta en un plástico como con los que envolvían los dvds piratas. Antes de que empezara la primera función -fueron cuatro antes de la estelar, en la que participaría Mr. Iguana, cuyo estilo de lucha se basó en hacer caras y golpear con su muñeco de felpa a sus oponentes- Octagon (o quien ahora lleva su nombre) firmó pósters con su imagen y se tomó fotos con los asistentes por una módica suma (cien varos). ¡ESTO ES LUCHA, ESTO ES LUCHA! gritó ensordecedoramente la audiencia que llenó el lugar en algún punto de alguno de los encuentros. En uno un luchador amateur casi se rompe el cuello al caer. «Los luchadores se juegan la vida; cada función puede ser la última», me dijo Vini y sus palabras casi se hicieron ciertas cuando este se quedó tendido en la lona unos minutos, sin una camilla que lo sacara de ahí. Pero la función y el estruendo continuaron: vendedores de Kemonitos, máscaras y bubucelas daban el rondín junto con los vendedores de chelas y paletas heladas (de las cuales compré una napolitana) mientras los luchadores y luchadoras volaban por los aires y caían a nuestros pies para recibir palmaditas en las espaldas remojadas, insultos u elogios. Al término de cada duelo salpimentado por pierrotazos, el público (al que Abismo Negro Jr. tachó de irremediablemente naco) arrojaba monedas al ring, a los gladiadores, quienes humildemente las recogían, una por una, y las disponían en un vasito de plástico cuando momentos antes eran alabados (o abucheados) tanto o más que estrellas de rock. La gente se tomó selfies con ellos, quienes pacientes se detenían a posar o a firmar improvisadas hojas de cuaderno italiano de raya. Observé todo eso sentado, mientras la lente de un amigo, Jorge, al otro extremo de la arena, me capturó papando moscas como en un concierto de Coldplay (nomás que sin una ruca tomada por la cintura a la cual soltar). «Tenías ese brillo en los ojos que hace mucho no te veía», me dijo él, una vez terminada la velada, tras dejar a Perfecta en el metro, luego de un breve viaje en combi de interiores luces purpúreas, luego de esperar media hora en el Mexibús de Ciudad Azteca a que saliera una unidad que me devolviera a casa.





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