
¿Qué es lo que lo mantiene firme en esta decisión de ser escritor?, preguntó la madre de Diego, un joven que fue, junto con sus padres, al Museo de Historia Natural de Ecatepec expresamente para escuchar la presentación de un poemario cuyo título surgió a partir del título de una película que no he visto. Llegaron temprano, antes de que las mesas y las sillas estuvieran listas, por lo que se dieron un rol por el muy chulo recinto que, al menos yo, no había visitado. Nidia tampoco. Ni José Manuel. Ni Ana Ximena. Allan sí. Es que mi mamá está preocupada porque quiero ser escritor, le dijo Diego a mi propia madre quien, en su momento (más de quince años antes), también lo estaba, y aún así le dijo: Dile que no se preocupe, lo vas a hacer muy bien. Por la manera en que se expresó, también lo pienso. Ahí hay un joven prodigio. A sus 18 años, Diego será publicado por Corazón de Diablo Ediciones. A esa edad yo solo estaba preocupado por dejarme el cabello largo (entre otras nimiedades). Si bien en mis presentaciones suelo decirle a los jóvenes que no recomiendo dedicarse -exclusivamente- a escribir, esta ocasión no le pude decir eso a este muchacho. Esa ilusión, esa mirada luminosa… quién soy yo para arrebatárselas. Al contrario. Mi trabajo es alentarlo. Todos los días me hago la misma pregunta, señora, le dije a la madre de Diego, a Diego mismo y a su padre. Es una decisión de doble filo, dije, de vida o muerte. En la que hay que estar dispuesto a sacrificar algo (llámese tiempo, llámese dinero, llámese como se llame), pensé. Lo pensé al terminar la presentación, en el camino a casa. Una vez que llegué. Una vez que me puse a escribir esto. Una vez que terminé de escribirlo.




Fotos: Verónica Hernández


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