¿Cuántas películas caben en una película?, se preguntó Iñárritu al saber que el metraje de su Amores Perros estaba en buenas condiciones, por lo cual conformó esta exhibición (¿instalación?) de los mismos, de parte de los mismos, supongo, llamada Sueño perro: un laberinto cuasi pesadillesco de treinta minutos que transcurre entre proyectores, luces, sombras, sangre falsa de perros, calles maltrechas -un paisaje urbano no muy distinto al de hace 25 años, me dice Henryke, amigo y entusiasta, como yo, de este filme-, y ruidos de fondo; secuencias que hemos visto reiteradas veces, algunas marcadas por una claqueta que dice Amor y rabia, cuyo origen fue un guion escrito por Arriaga y que alguna vez se llamó Perro negro, perro blanco. Frida me recordó hace poco, o no hace tanto, que cuando salió, cuando teníamos doce años, el año en que nos conocimos, nuestros mayores no nos la dejaban ver. No lo recordaba, pero es cierto: vi la peli mucho después, cuando ya era mayorcito -y al verla me hizo pensar que quería escribir, me hizo pensar que quería hacer cine-. Se lo confieso a Henryke entre las sombras, y le tomo unas fotos a su espalda. Él me toma este video de frente. Los perros amores no solo se expresan entre parejas y amantes, sino entre amigos, hermanos, parientes y, claro, con esos animales que son los más fieles, leales, honestos y alegres: los de cuatro patas, lengua salida y cola incansable. Hoy llegué a besar y abrazar a esos dos que llevan diez años conmigo. Me abrazaron y besaron también.

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