Pero se lo come, eh, me dijo la chava a punto de ser señora que me entregó la comida para llevar (No me conoce por las noches, pensé, y le dije que claro que me la acabaría). Poco antes había degustado una deliciosa torta de chilaquiles con mi editor y ya me sentía lleno. Y teníamos que irnos. No fue propiamente un pago, aquella comida, sino un lindo gesto. Cortesía de quienes nos invitaron. Pero me quedé pensando en los tipos que cobran miles de pesos por dar charlas como la que acabábamos de dar (y algunas piores). En lo castigadísimo que es pretender ser escritor, músico, cineasta o cualquier tipo de artista en México. Pretender hacer eso como un trabajo. Los sacrificios -permítanme usar esa palabra porque ahora mismo no encuentro una más adecuada- económicos que se tienen que hacer para que alguien te lea (o te escuche o te vea; y eso a veces) de pronto se me revelan absurdos. Un despropósito. Y pensé en eso porque me quedé pensando en la pregunta que me hizo aquel joven que había leído -y disfrutado- el manuscrito de su hermano, quien escribía para sí mismo (algo en lo que descreo hasta cierto punto, y que no tiene caso explicar aquí): ¿Qué tan difícil es conectar con el público, con el posible lector, mediante sus libros? Fue la tercera de tres preguntas que se hicieron. Si bien eso no está del todo en nuestras manos, le dije -y le aclaré que lo que sí estaba era dar lo mejor de nosotros en cada párrafo-, es muy difícil y complejo. Y cada vez más, porque ya somos muchos (ahora súmale la IA). Y no todo mundo está dispuesto a ese «absurdo sacrificio». Y está bien. Y está bien no hacer esto por dinero. Nunca ha sido la idea. No somos lobos de wall street sino un puñado de gente expresándonos… Antes pregunté a los jóvenes quién leía y quién escribía. Sobre lo primero algunos levantaron la mano, sobre lo segundo dos. Ambos poetas. Les pedí que pasaran al frente a leer algo de lo que yo había escrito (una descortesía de mi parte). Pasó uno. Leyó raro, por los nervios. Le pedí que se quedara junto a nosotros. Se quedó. Al final le regalé el ejemplar. Me dijo gracias y sonrió. No hay mejor pago. Si fuera por mí, regalaría cada uno de los ejemplares que he tenido de mis libros. Lo he hecho más veces de lo debido. En perjuicio de mi bolsillo. Hoy, en otro evento, hablé sobre que ojalá este fuera un trabajo digno. Lo es en la dimensión emocional. Dignísimo. Pero en la económica, no. Y por desgracia hay que alimentarse (el mismísimo Bukowski lo decía: más vale que el escritor tenga el estómago lleno). No le recomendaría a ninguno de esos jóvenes pretender ser escritor, dije hoy y se me cerró la garganta y casi se me desafloja el llanto (maldición). Que sea tu hobbie, tu entretenimiento, tu autocuidado. Pero no una carrera profesional. No en nuestro contexto. El camino es arduo, es duro. Durísimo. No es para todos. Es pérdida, no ganancia, hablando en términos económicos. A menos que la vida te alcance para recoger los frutos, pero te advierto (sí, a ti): muchos los vieron después de muertos

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