Cerró la puerta, luego la ventana. Al hacerlo se percató de que la manija estaba floja. En el salón ya estaban Moni y Juanin. Tan pronto iniciaron la sesión, Zamudio Zamora, escritor que impartía un taller literario, vio asomarse por la ventana a un viejo decrépito que vestía una camisa de manga corta y motivos hawaianos; saludó moviendo su mano de un lado a otro y esbozando una sonrisa. Zamudio hizo lo mismo, pero no tenía idea de quién era. Juanin y Moni tampoco. No mucho después, se fue la luz. Parecía que el apagón solo había ocurrido ahí dentro: afuera todo estaba iluminado. Zamudio trató de abrir la puerta, pero estaba atorada. La manija colgante de la ventana no permitió deslizarla. Bueno, esperemos, les dijo a Juanito y a Moni. Afuera no había nadie. No tenían red en sus teléfonos. Así que esperaron diez, veinte, treinta minutos… y entonces, a lo lejos, sonó una cumbia. Moni le contó a Juanito de aquella vez en que vio a Zamudio bailar terriblemente en una importante feria del libro; ahora él, en ese momento, estiró su fea mano hacia ella y le dijo: ¿Bailamos? Moni no supo muy bien si hablaba en serio, pero igual le dio su bella mano y se puso de pie. Al ser más alta, lo tomó por los hombros. Zamudio trató de seguir el ritmo de la música, pero lo consiguió solo por lapsos. A ver, profe, ¿me permite?, dijo entonces Juanin y Zamudio le otorgó su pareja de baile. El joven era un bailarín consumado que alegaba que no sabía qué hacer con su vida; Te deberías dedicar a esto, le dijo Moni. Todos se rieron hasta que afuera del salón vieron al viejo decrépito con los ojos completamente rojos y un hacha en la mano con la cual también bailaba aquel cumbión loco; luego lo vieron tomar impulso para romper la puerta con su arma (al estilo de El resplandor). Moni fue la primera en gritar.

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