Tienes que llenarte el hocico de gasolina y lanzarla con un chingo de huevos. La antorcha la llevas en una de las manos. El calor de la lumbre te apendeja al principio, pero cuando le escupes te sientes como el mismísimo diablo. Imagínate: tienes el poder de dominar el fuego. Y te digo, como que la piel se va aclimatando y ya después no sientes ni madres. Al chile sí me llevo una buena feria en este semáforo, pero ni así me alcanza para rentar un cuarto (y eso que gano más que cuando andaba de pinche godín; el jefe ya me tenía hasta el pito y un día no aguanté y lo terminé ahorcando). Por eso vivo en el camellón. Ahí varios tienen sus carpas. La ruka con la que salgo ahorita tiene un morro que ya casi cumple la mayoría de edad. Está llena de tatuajes, le gusta leer y esas mamadas. Me ha dicho que alguna vez ganó un premio literario y quién sabe qué. Pobrecita, está loca por tanto monearse, pero nos llevamos chido. Simón, sigo haciendo ejercicio, sobre todo barras en el parque. No es que quiera presumir el físico, es que es más cómodo echar así las llamaradas. Lo que sí te puedo decir es que todas las noches pasa un ñor de bigotito en su coche y se me queda viendo mientras me sonríe. El wey ha platicado con la doña que vende chicles a contraesquina, a la que considero como mi jefecita (a la verdadera yo creo que no la volveré a ver). Le ha dicho que es psicólogo, pero se me hace que es un pervertido. Un día de estos que se pare a platicar con ella, le voy a soltar un flamazo en la cara para que le baje de huevos el culero.

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