Con cariño para Aída Castro
Hubo un momento, mientras miraba la película El luchador (The Wrestler, 2009), en que pensé: este cabrón se parece a alguien. Me refería al personaje que interpretó Mickey Rourke: Randy The Ram Robinson. Me detuve a pensar. Se parece a Bukowski, me dije después de sobarme la mema un rato. Más allá de que el personaje, la película misma, posea esos rasgos propios de un cuento chinaskiano (un hombre que lo pierde todo, un derrotado) fue el rostro de Rourke lo que me parecía tan familiar a Hank.
Entonces recordé las palabras de una amiga quien, alguna vez, cuando me recomendó ver 9 semanas 1/2, dijo sobre el actor neoyorquino: «quién sabe que le pasó, si estaba guapísimo».
Al día siguiente vi dicho filme erótico, exitazo de los ochenta. Kim Basinger, la coprotagonista, nunca me ha gustado físicamente, pero desde que la vi en mi niñez temprana en Batman siempre me ha caído bien. Rourke, era cierto, era un tipo muy guapo. La película no acabó de complacerme, pero me hizo recordar otra cosa, que sabia porque siempre quise ver esa película; una cosa que me dejó helado como el neófito que soy en esto del séptimo arte: el actor protagonizó por aquellos años, un año después para ser exactos, Barfly (1987), filme basado en el trabajo de Bukowski, cuyo guion escribió él mismo (Bukowski). Acudí entonces a internet para ver la película. Tampoco acabó de complacerme, especialmente por la muy forzada manera de Rourke para imitar el tono de Charles, aunque finalmente el personaje me cayó bien. Fue entonces que pensé con más vehemencia: Mickey Rourke sí era Bukowski, pero el viejo, el que lo vio filmar Barfly, no el joven que describe Factotum. Hay fotos del buen Charles de aquellos años mozos, y nunca fue un tipo tan atractivo como Rourke, al que no le crees del todo su interpretación justo por su belleza.
¿Qué fue del rostro de Rourke?, me pregunté entonces.
En la red hallé información, principalmente, del «periodismo» de espectáculos, el de farándula, y otra un poco más fidedigna. También hallé un video que muestra con claridad los cambios del rostro del actor a través de los años. Esta obscena, ociosa, vil investigación de madrugada me arrojó que Rourke fue boxeador. Lo fue porque siempre quiso serlo. Que, al estar su carrera en un «bache» se dedicó al pugilismo. Que tras algunos combates tuvo que retirarse, y que por los golpes recibidos el actor se sometió a sus primeras cirugías plásticas.
Su hermoso rostro de los ochenta fue desvaneciéndose durante los noventa, y para la década de los dos mil fue acercándose más a lo que es hoy.
Confieso que me sentí conmovido tras pensar nuevamente: ahora es un rostro más parecido al de Charles Bukowski, al de un tipo horroroso, alejado del sex symbol que fue. Sí, esto es de una superficialidad absoluta, pero en este caso me trastocó honestamente: Rourke, me aventuré a imaginar, no quiso dejar de ser hermoso y perdió esa belleza de golpe.
O no tanto.
Él mismo lo dice en la entrevista que enlazo líneas arriba: «El mismo tiempo que me llevó entender mi proceso de autodestrucción. Un camino muy lento que me tomó mucho más de lo que pensaba y en el que todavía estoy trabajando. Así que he vuelto, he cambiado, sigo cambiando. Pero no puedo hablar de comeback, porque lo que he vivido no se puede resumir en una palabra».
No perdió la fortaleza.
Sobre su rostro dijo, con toda razón: «¿Quién tiene la misma cara que hace diez años?».
Entonces pensé: pero si el brillo de sus ojos es el mismo. Son esos mismos ojos.
Es él.
Mickey Rourke fue, es, justamente, como El luchador.
El hombre que logró interpretar tan íntimamente en la película de Darren Aronofsky a The Ram Robinson, papel por el que casi se lleva el Oscar y por el que ganó un Globo de Oro, seguro interpretaría chingón los últimos años del grandioso escritor estadounidense. Con un director que no sea James Franco, por favor (cuya afición por los grandes de la escritura norteamericana me empieza a caer mal; ya tiene lista una película sobre Bukowski, por cierto); mejor un un David Fincher, Rourke reivindicaría aquello que perdió al interpretar tan pinchemente (por la imitación flagrante al escritor) al borracho de Barfly: me cimbraría como lo hizo con Robinson.
Eso creo.
Eso me permito fantasear.
Bukowski escribió sobre su experiencia con esta película en su libro Hollywood. Actualizaré esta entrada cuando lo lea (a estas horas ya me cuesta), y tomaré prestadas algunas de sus líneas. Especialmente las que tengan que ver con Rourke.
pd. Mientras escribo esto escucho «Better«, canción del Chinese Democracy de Gun’s and Roses, aquel álbum que tardó tanto en grabarse y que defraudó a tantos. Espero reseñarlo un día, cuando lo escuche completo, pero esta rola me latió. La primera que escucho de ese disco.
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