El poseído

Todos los días rezaba a Satán para que poseyera su alma. Ponía sus manos juntas, como una flecha, se hincaba y, antes de dormir –pijama de barquitos puesta– Juan Agustín proclamaba palabras de un libro oculto que un viejo que vendía antigüedades le aseguró que funcionaba. Así fue: una mañana despertó poseído. Su madre, doña Ángela, escuchó el desastre que su único hijo estaba causando desde muy temprano: vidrios rotos, muebles al suelo, y un olor a humo cada vez más pronunciado. La mujer subió las escaleras –en ese momento estaba en la cocina, preparando el desayuno– lo más rápido que pudo pese a sus más de cien kilos, y vio cerrada la puerta de la habitación. Por el filo inferior de ésta escapaba la humareda negra. Y seguía el ruido. Ábreme, Juanito, le decía la mujer, quien había escuchado a su hijo decir hasta el cansancio: Ya que murió mi padre, le pediré al Demonio que me dé poderes para cuidarte, para matar a esos desgraciados, para acabar con todo aquel que nos pueda hacer daño. Doña Ángela pensaba que era el trance, el dolor por la pérdida de su padre a manos de asaltantes, y por qué no,  la adolescencia, lo que le hacía pronunciar esas palabras al joven de catorce años. De pronto se acabó el ruidero y el joven abrió despacio. Miró a su madre con unos ojos completamente enrojecidos. Dentro del cuarto se podían ver los escombros que dejaría cualquier incendio. ¿Qué es todo esto?, alcanzó a decir la mujer antes de que Juan Agustín le perforara el inmenso estómago con sus dos manos juntas, como una flecha, como si estuviera rezando. Pero no lo estaba. ¿O sí?

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Crea un sitio web o blog en WordPress.com

A %d blogueros les gusta esto: