Simply Red, la promesa de un amante nunca viene con un quizá


1)

Es hasta que Mick Hucknall y sus músicos dejan el escenario del Auditorio Nacional que escucho el clamor de la gente. Sus gritos, sus aplausos. Antes no. Será por el lugar en el que me encuentro: un sitio frío donde la gente porta orgullosa su estampita fluorescente de prensa y escucha atenta el concierto, pero mientras Simply Red está en el escenario no percibo el calor de la gente que ha llenado este lugar de la misma forma en que se percibe cuando el grupo se despide para, a continuación, dar paso al primero de dos encores. No sé, pero noto más emoción al despedirlos que al escucharlos tocar. Quizá sea justo la emoción, ésa que acalambra las piernas e inmobiliza el cuerpo. Quizá. O tal vez sea el lugar donde estoy sentado, insisto, porque desde aquí arriba, del lado izquierdo del cantante inglés [a un lado de la pantalla derecha si el escenario es visto desde la perspectiva del público] alcanzo a ver que la gente que está hasta enfrente canta de pie y aplaude cada que los músicos interpretan una canción. En fin, que esta apreciación será de cualquier modo errática. Ni siquiera el momento en el que regresan y se apagan las luces de nuevo, como cuando se inicia casi cualquier concierto, y las luces de los teléfonos celulares de practicamente todos los asistentes se encienden [un acontecimiento que honestamente no había visto antes], como un manto estelar ansioso por escuchar música, ni siquiera ese momento –mágico como definitivamente es–, ni siquiera eso es acertado cuando se aprecia a Simply Red desde el asiento de aquella grada junto a reporteros de quién sabe cuántos medios y sus invitados que de pronto se levantan a bailar; cuando se aprecia junto a la pantalla gigante en la que se distinguen con toda claridad los ojos muy azules de Mick y su piel detrás de esa camisa desabotonada o su cabello simplemente rojo; esa misma piel, esos mismos ojos y ese mismo cabello con los que alguna vez logró conquistar a tres mil mujeres; ni siquiera así los comentarios que yo escriba sobre este espectáculo serán acertados. Serán, es más, al contrario: las líneas de una tragedia inaceptable.


2)

Recuerdo que mi tío, el hermano menor de mi madre, le grabó un caset con canciones de algunos discos que tenía y que consideraba que ella podía apreciar. Él era un metalero casi inquebrantable de no ser por aquel material que recopiló en una cinta para grabar en alta fidelidad la música de los cds. Recuerdo la portada: blanca, con el disco digital en blanco y negro. En ella puso música de Inxs, Quincy Jones, Ice House, Presuntos Implicados y hasta Rolling Stones. También de Simply Red. Era una rara mezcla que disfrutábamos sin más, sin saber quiénes eran los artistas ni de qué géneros eran o ninguna de esas superficialidades. Sólo sabíamos que nos gustaba la música y ya. Creo que mi tío acertó en regalarle ese caset a la mujer que me enseñó a disfrutar de Luis Miguel. Esto lo menciono porque aquí inician algunas coincidencias: él le regaló a su hermana en algún cumpleaños el disco Romance [de mis favoritos]: un acetato que recuperé del olvido hace poco y que aún posee una bella y breve dedicatoria. Lo escuchaban los viernes en las noches mientras conversaban y departían cigarrillos y unas cubas. De eso hace ya un rato. ¿Pero qué tiene eso que ver con Simply Red? Hace un par de días un amigo me dijo, al escuchar la canción «Sunrise»: ya sé por qué te gusta, suena como Luis Miguel. Coincidí con él y ahora diré por qué: fue justo con esa canción que este año, o a finales del pasado, me reencontré con la música de esta banda después de unos quince años de conocerla. Tras una tocada que tuve con mi agrupación deathmetalera fuimos a beber a mi vivienda. Ya casi al amanecer otro compadre puso esta rola. No porque estuviera haciéndole un homenaje al señor sol, sino porque la peda anterior la habíamos escuchado entre metaleros y la disfrutamos enormemente. Fue un simple: esa rola está buena [por ahí de hace diez años pasaban mucho su videoclip en la televisión], y entonces yo le puse, en respuesta y agradecimiento, el gran éxito de los Red: «Stars». No recordaba lo mucho que me gustaba esa canción y tampoco había reparado en que nunca había visto el videoclip. Reímos en la pedez por el diente dorado de Hucknall, pero reconocimos su belleza. La belleza de él: un tipo guapo en aquel entonces [desde luego no me extraña lo de las tres mil mujeres]. Fue a partir de ahí que me puse a ver sus videoclips y a reescuchar sus discos. Conseguí los cds usados de algunos de sus primeros trabajos: el Picture book, el A new flame [quizá mi favorito] y el Stars. Cuando los compré evoqué que no sólo el hermano de mi madre los tenía: también otro tío, esposo de la hermana de mi padre, era escucha de aquel grupo y de Luis Miguel… De acuerdo, no es casualidad. Aunque las similitudes entre Simply Red y Luis Miguel inician en tanto que su escenario ha sido el Auditorio Nacional [irrelevante, sin duda], claro que hay similitudes musicales, breves y precisas [y quizá discutibles], especialmente en los trabajos de ambos entes durante finales de los ochenta y principios/mediados de los noventa. Abrevan del pop como del R&B, hay trompetas y saxos metidos entre sintetizadores, bajos que son la base de todo y guitarritas blueseras para ciertos arreglos y coros. Tienen un frontman carismático y virtuoso [ambos hoy viviendo la decadencia de aquellos cuerpos que alguna vez fueron sensuales] rodeado de impecables músicos [oh, bateristas supremos] para cantarle al amor [aunque uno se desviara al grado de cantarle a Santa Clos y los otros se alejaran casi en definitivo del jazz]. Así que por eso le di la razón a mi compadre: al oír la canción «To be with you», por ejemplo, me convencí de que sin duda se parecían aunque fueran distintos: mi gusto no sólo era una cuestión de nostalgia, sino también de género.


3)

Me enteré tarde de que vendría Simply Red y tarde tenía que ocurrir todo. A pesar de que me había clavado viendo videos de entrevistas y shows en vivo [madrugadas enteras navegando en YouTube y mañanas y tardes poniendo con todo el volumen de mi estéreo su material], no tenía idea de que vendrían a México este marzo [2016]. Fue gracias a los Stones que me enteré: vi que Ocesa, en su agenda del mes, tendría entre sus cartas fuertes no sólo a la banda de Mick Jagger [que por cierto alguna vez invitó a este otro Mick, a Hucknall, para cantar con ellos; al parecer no se concretó], sino que contemplaba a Simply Red, reintegrados el año pasado para celebrar el 30 aniversario del grupo con la grabación de un nuevo álbum, el Big love, y una gira. Un mes en el que también celebraban 25 años del Stars. Carajo, me sentí un fraude pues un fraude es lo que soy [y un fan advenedizo]. Acreditamos puntualmente a la Kaja para cubrir el concierto, y se me dio una hora de llegada para llevar a cabo dicha acreditación. Me alisté puntual aquel domingo de hace unos días con mi acompañante para tomar el camión que nos llevaría derechito al Auditorio Nacional. Sin embargo, cosa rara, tras un par de camiones que llegaban sólo al metro Chapultepec, el tercero nos dijo que no habría servicio hasta el Auditorio. Tomamos entonces un taxi, pero a la altura del Ángel de la Independencia Reforma estaba cerrada. El ruletero, amable, trató de evadir el tránsito detenido y buscó alternativas, las cuales fueron insuficientes y apenas pudimos avanzar hasta la Estela de Luz, la cual, por cierto, está rodeada de temibles calles sin iluminación. De ahí corrimos hasta el Auditorio: por una carrera habían cerrado Reforma así que sólo nos quedaba correr con ellos. Llegamos con media hora de retraso, cosa imperdonable para cualquier persona y especialmente para un reportero. El encargado de acreditarnos, viejo colega desde nuestros años de facultad, nos recibió con un «se les hizo un poquito tarde» [le doy gracias por habernos recibido]. No pensé que el comentario, amistoso como fue, en realidad estuviera cargado de seriedad: el concierto tenía una hora de comenzado. Una hora, joder. Ni modo, por una comunicación fallida fue que llegamos más tarde de lo imaginado. El caso es que una mujer nos llevó, también amablemente, hasta nuestros lugares, ahí donde la prensa y hasta el vocalista [me pareció reconocer] de Ágora se reunieron para ver a Hucknall y a los suyos. Llegamos un poco antes de que tocaran, justamente, «Sunrise». El estrés previo, por la demora normal que pensamos tener por el corte de la circulación vial no me permitió relajarme, mucho menos cuando me enteré del retraso real cuando mi acompañante preguntó a uno de los asistentes si el concierto había iniciado puntual. Así escuchamos, para mi desmerecida fortuna, «Fairground», «Money’s too tight [to mention]», «Something got me started», y el cierre, el cover [de entre los varios que tocan] de Harold Melvin y los Blue Notes: «If you don’t know me by now». Todo aquello no era música, sino el inquietante sonido de una lluvia de estrellas que caía sobre mí. Sólo vimos un tercio de un concierto que, aún sin saber que ocurriría, estaba esperando desde hace unos meses. Desde hace unos años. Chale. Fue así que me perdí canciones que adoro como «Enough» [el culo me dolió como nunca al saber que habían tocado esa pieza magistral co-compuesta por Joe Sample, cuya parte de saxofón del inmortal Ian Kirkham es devastadora], «You make me feel brand new» [que aquí canta Mick con los huevos con los que se debe cantar cualquier cosa], «For your babies», «Holding back the years», y por supuesto «Stars». Maldita sea. Tenía la bilis y las lágrimas atoradas en el gañote: no podía ser posible que el concierto ya había acabado si apenas iba llegando… Así que por todo esto es que demoré en escribir este texto. No quería hacerlo [nunca más]: le había fallado a mi profesión, y sobre todo a la música de Simply Red. Imperdonable. Aún me duele. Pero al final, como me dijeron acá en la Kaja, eso también es cronicable. Además me había comprometido a escribir, para eso fui acreditado. Y como dice la letra de «Stars»: la promesa de un amante nunca viene con un quizá.


Texto publicado originalmente en Kaja Negra.

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