Márgara y María Esther ocupan dos butacas, las de en medio, junto a las escaleras. Están allí desde hace rato, desde que la banda practicó un poco para probar el sonido. De pronto sonríen, suspiran, aplauden cada que el grupo se detiene. Pareciera que sólo están ellas dos allí, como si fuera un concierto especialmente hecho para su regocijo, como en esos años, cuando ambas los miraban ensayar en aquella casa de Polanco, de Los Sonámbulos, cuando Márgara era novia de un amigo de Balta, como se refiere la mujer al vocalista que está en aquel escenario. “Fede siempre fue serio, nunca lo he visto esbozar una sonrisa; mis hijos decían que hablaba con los dientes apretados; pero eso sí, su humor es incomparable”, me platica María Esther sobre el guitarrista que conoce desde hace cincuenta años.
—Estamos aquí, otra vez frente a siete personas, como en el Vive Latino.
Pasaron algunos días para que Balta tomara de nuevo el micrófono desde aquel domingo en que las entradas al último día de la edición 2013 del “Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino” eran propiedad de revendedores. Mil doscientos pesos costaban –más del doble de su precio original, equivalente al combo de los tres días– con aquellos que desde el andén del metro Ciudad Deportiva, y hasta la entrada del Foro Sol, repetían incansable y acosadoramente: “te sobran o te faltan boletos”.
Ese domingo 17 de marzo era el último día del festival. Pasaban las cuatro de la tarde, y las cartulinas marcadas con plumón (compro boleto al precio) aún se izaban ante la carencia y carestía, entre la turba de chamarras de cuero, lentes oscuros y minivestidos ajustados combinados con labiales rojos y matas largas.
La clínica geriátrica, como Balta le dice a su banda, tocaría pasadas las cinco de la tarde allá dentro, en el escenario Unión Indio. Cantaría con el sol todavía estacionado entre las nubes, cuando la mayoría de los asistentes esperaba de pie, sentados o acostados en el pasto, a Panteón Rococó o a Los Fabulosos Cadillacs, que tocarían en el escenario Indio, el principal.
En comparación, pocos irían a ver a Naftalina.
—Esperamos durar todo el concierto sin que ninguno de nosotros se muera —pronuncia Balta frente al micrófono, provocando las risas de la poca gente que está allí sentada, hasta el momento, en los asientos del auditorio Javier Barrios Sierra de la Facultad de Ingeniería de la UNAM. Las risas de Márgara y María Esther suenan juveniles y, me revelan, no fueron al Vive porque eso ya era mucho para ellas.
No vaya a ser que sí pase, aquello de la muerte escénica, y Baltasar le pide a su público: tengan piedad por este grupo de ancianos.
Quienes miraron los veinte minutos que la banda tocó en el Vive levantaron los brazos, echaron gritos, chiflaron; vitorearon a Balta, hombre de cabellera blanca peinada hacia atrás y que con el viento viajó de un lado a otro; portaba unas gafas oscuras, al principio, y su camiseta marrón que recorrió el escenario a lo ancho, izquierda-derecha en “Ya vas, Barrabás” y hasta que hizo cantar a todos “soy el más pendejo (de la secundaria)”.
Le aplaudieron a Federico Arana, Fede, quien llevaba el mismo sombrero –no hay señales de cabellera en él– con el que lo vi por primera vez cuatro años atrás, cuando homenajearon al recién fallecido Olaf de la Barreda en este auditorio al que me invitó para charlar; llevaba también la misma expresión serena en el rostro –de ojos que continuamente parpadean y cejas que suben y bajan–, poco emotiva pero eficiente al momento de requintear. Nunca sonríe, dirían los hijos de María Esther. También estaban los integrantes menos inestables: Fernando Vahauks, baterista implacable que desde los doce años –tiene 67– ha practicado y mejorado su técnica de forma empírica. Javier Flores, Zoa, bajista y corista de suave cadencia al tocar; Felipe Souza (sustituido en el concierto del auditorio por Roberto Villamil, miembro de Blue Kat junto a Vahauks), guitarrista exacto, puntual, sólido. El más joven.
A base de nostalgia por los años felices. Naftalina refleja sin duda mi percepción del mundo, mi temperamento desmadroso y mis fobias. Es natural, pues, que cada año hayamos sido un poco más críticos y amargos. De todos modos te digo que en el primer disco no trabajé las letras tanto como lo hice después. No concibo la vida sin humor y creo que he intentado embutirlo en todas mis actividades. La seriedad está bien para la canalla encaramada y, con cuentagotas, debe reservarse para un espectro muy estrecho de actividades. Creo que el mundo feliz no es el de los clones, sino uno en que desde la preprimaria nos enseñaran a reírnos de nosotros mismos.
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“Casualidades muchas, pero que te encuentres a tu vecino viejito en Naftalina sólo pasa en el #VLIndio13.”: @lamariell. “Escuchando a Naftalina… estos chavos vienen con todo! :B”: @MofLesSparza. Un par de tuits acompañan las fotos de la banda, parte de la cobertura del Vive. En una aparece Javier Flores, Zoa, el bajista. A él me le acerco varios minutos antes de que inicie su tocada en el Barros Sierra, una vez que está sentado después de hacer las pruebas de sonido necesarias. No se incomoda y, al contrario, me pide que salgamos de ahí para platicar mejor.
—¿Crees que a alguien le pueda interesar esta crónica?
Zoa tiene un parecido peculiar con mi padre si éste hubiera seguido tocando el bajo en una banda de rock. Aun cuando no fue así, sus anécdotas me suenan similares. No me revela su edad, pero el hombre que tengo enfrente será unos cuatro o cinco años mayor que mi papá, quien días atrás cumplió 58.
—Ya estoy ruco —me dice y me habla de tú.
Entonces la voz de Zoa desparrama datos y anécdotas:
—Baltasar y Federico son Naftalina. Federico puso el nombre, las letras. Ellos no se dedican a la música, son maestros en ciencias, investigadores. Ahorita Baltasar vino de Rhode Island, está de sabático, él es una vaca sagrada aquí en Ingeniería, caon. Y Federico es maestro de CCH, de biología, tiene un doctorado, es escritor y todo. Felipe Souza, que graba y toca con nosotros, estuvo en Vive Latino y se fue con El Haragán a los Estados Unidos de gira; Fernando (Vahauks), yo y el otro chavo (Roberto Villamil) tocamos con otros grupos. Entonces, para encontrar a Naftalina es una bronca. Pero ahorita ya con lo del Vive Latino queremos hacer un nuevo disco. Porque casi todo lo que tocamos es de hace cuarenta años, caon.
De Naftalina puede rastrearse que mezcla integrantes de grupos de los sesenta como Los Sonámbulos, Los Sinners, Los Locos del Ritmo. Arana (quien comenzó a tocar en los últimos años de los cincuenta) recuerda la primera formación de la banda en 1978, continuación de Los Sinners. “Naftalina” porque eran “unos músicos medio apolillados”, de cuarenta años, “algo viejos para tocar”, declaró a la serie “Buscando el rock mexicano” en YouTube.
—Naftalina es una banda fantasma, caon.
Zoa no lleva boina como la que usó en el Vive, donde tocó al aire libre y no dentro de un auditorio. Le pregunto cómo le harán con lo del nuevo disco, ahora, que es tan difícil encontrarse.
—No sé, es lo que vamos a ver, mano. Felipe Souza, por ejemplo, es un excelente músico, y es mi amigo y lo respeto; va a sacar su disco, entonces no creo que jale con Naftalina de lleno. Este muchacho Roberto es maestro de Filosofía también de aquí de la UNAM, ya había tocado con nosotros, ya había echado la paloma con nosotros aquí…
Ahí y en el Vive Latino, los únicos lugares donde ha tocado recientemente la banda.
—Nada más. Te digo, raro que de repente tocamos en la Feria del Libro de Pachuca del año pasado, le hicieron un homenaje a Federico Arana (nacido en Tizayuca, Hidalgo, 1942). Donde va Federico vamos Naftalina, caon. Normalmente cuando es fiesta, cuando es algún aniversario; cuando Baltasar presentó aquí su libro de cálculo vectorial (Introducción al cálculo vectorial, Thomson, 2003), tocamos. Naftalina es un grupo muy querido por la universidad. Todos los alumnos la conocen. Algunos tienen los acetatos. Entonces, queremos ponernos más al día. En Vive Latino queríamos tocar dos piezas nuevas, pero como Baltasar llegó una semana antes no tuvo tiempo de ensayarlas o de leer la letra. Hubo broncas, pero yo le di la razón a Baltasar porque no puedes leer una letra en un escenario cuando todos los chavos están prendidos. Ahí la levantamos porque Baltasar es muy dinámico. Va y brinca y le habla a la gente, lo que se hace con un grupo de rock, pues si no es un recital de poesía, wey.
Mis pininos o pinitos literarios se remontan al año 51 o 52 en que me dio por escribir versos. Luego me olvidé del asunto y en el año 69 gané el segundo lugar del concurso Poemas de la Magdalena, en Santander, España. Por las mismas fechas descubrí a Cortázar, a Sábato y a Vargas Llosa, y empecé a escribir sobre mis experiencias roqueras, así surgieron Las jiras (Premio Xavier Villaurrutia 1973). He escrito cerca de 30 libros de temas diversos, pero creo que mi carrera académica ha sido también un lastre. Ahora tengo un libro de memorias, varios cuentos infantiles y tres novelas inéditas, pero me urge jubilarme para dedicarme de lleno a la pluma. Desgraciadamente los editores son una especie en extinción y actualmente resulta muy difícil publicar.
—Naftalina se acostumbró, porque venimos de la época en que casi no te grababan piezas originales, para las compañías disqueras era más fácil grabarte un cover que ya había pegado en Estados Unidos o en Europa, namás le ponías letras en español (aunque en vivo bromeen con que Chuck Berry los fusiló). Muchas pegaron. Muchas versiones del rock en español de los sesenta están mucho mejor que las originales. Entonces lo que hace Arana es ponerle letras que hablen de lo cotidiano, de lo que sucede, como la de “No la hagas de tos, Fox”. Hablamos de lo que está sucediendo. Ahorita una de las letras que hizo Arana habla de la maestra (Elba Esther) antes de que pasara lo que pasó con ella, fíjate.
Lo único que me dice sobre las nuevas es que:
—Sí, son covers. Aunque si pudiéramos juntarnos y tocar algo original, estaría mejor, wey. Pero te digo que Federico vive en Cuernavaca, Baltasar está en Rhode Island…
El hecho de vivir en Cuernavaca determinó que en el Vive Latino saliera con números rojos, pero las tocadas en la UNAM suelen ser más benignas. De cualquier manera te digo que ganaría más escribiendo pendejaditas, pero el rock es un oficio y los oficios son para ejercerlos… mientras no amenacen con minarte la salud.
—¿Alguna vez han compuesto algo propio?
—No, mano, no hemos podido. Yo tengo quince años con ellos y siempre hemos tocado las mismas. El disco más reciente fue de como hace ocho, diez años.
Por eso les extrañó que los invitaran al Vive Latino.
—…parece que un locutor de Reactor es fan de Naftalina, por ahí supe eso, me dijo a mí Arana. Y luego, por otro lado, uno de los directivos del festival, un amigo del amigo del amigo, es amigo de Baltasar. Pero la verdad la verdad, te lo digo sin vanidad, la levantamos, tocamos una pieza más y eso que teníamos el tiempo medido. La gente lo pidió; ya nos invitaron pal año que entra, entonces, sí nos ha dado un ánimo de alguna manera, pero todavía no nos ponemos de acuerdo en muchas cosas. Tenemos que sentarnos y alegar y acotar a ver qué pasa.
Baltasar recibió un correo de Jordi Puig y me lo enjaretó. Yo consulté con el resto del grupo y respondí que aceptábamos. Luego, en una rueda de prensa le pregunté a Jordi si nos había recomendado el famoso Rulo o por qué nos había invitado y me dijo que por unos videos colgados en internet por algunos desconocidos fans.
Es que Baltasar -por favor deja la ese en su nombre- piensa que el común de los mortales nos conoce, sigue y admira, pero la verdad es que tenemos algunos fans, algunos detractores y el resto de la humanidad nos conoce tanto como puede conocer las perversiones sexuales de los peces abisales: cero. De todos modos creo que la incursión al festival nos trajo algo de oxígeno a la vez que sacó a la superficie la inviabilidad del grupo.
—¿Por qué no los invitaron antes al Vive Latino?— le pregunto a Zoa, ambos de pie ahí afuera del Barrios Sierra.
—Porque no somos un grupo de moda, wey, uta, cuántos se quedaron afuera. Cuántos no quisieran tocar en Vive Latino y los que se metieron, no sé, tuvieron suerte, tuvieron un buen representante, algo por el estilo. A la vuelta de donde vivo están los Románticos de Zacatecas, ellos tocaron (en la Carpa Danup) y son chavos nuevos, lo que pasa es que tienen un manager abusado. Estamos muy fuera de época, ca’, y seguimos viviendo de la música y tocando; yo soy músico versátil. Estuve en los Hooligans, los Sinners, grupos famosos de los sesenta. Hay gente que se quedó en esa época, coleccionando discos, pero a mí me da hueva, yo me volví músico, no me quedé en el rock. Empecé a los catorce años, de hecho Fito de la Parra, baterista de Canned Heat (y también de Naftalina, con quienes grabó el primer disco homónimo, de ocho que tienen, en 1983), acaba de venir el sábado, es mi amigo, me habló, se echó una paloma con la banda con que toco los miércoles y sábados, hasta cantó y tocó el teclado. Fito y yo empezamos hace más de 50 años.
—¿Pero te emocionó estar en el Vive Latino?
—Sí. Es otro rollo, la tecnología, el equipo y todo… Porque tocas al aire libre, con los chavos, el público que se prende, eso es lo bonito de estar en un escenario, caon. Eso no lo cambias por nada, y el que lo ha probado ya no lo deja. De veras, mira, yo conozco muchos, como Baltasar y Federico, que hicieron sus carreras y todo… dejan todo, caon. ¿No se vino Baltasar de Estados Unidos al Vive Latino y a esta fecha, caon? Y yo ya le dije: ¿si nos empiezan a llamar para trabajar y todo eso? “No, wey, yo me vengo”.
La gente se portó muy cariñosa. Incluso quienes no nos conocen suelen reaccionar positivamente. Hace años tocamos en el Rocks de Reforma y los pirrurris nos miraban con cierta hostilidad generacional. Luego un empleado me dijo que nunca un grupo había tenido tan buena respuesta en el lugar.
Yo diría que todos estábamos encantados de tocar allí. Toda esa parafernalia de las pantallas gigantes, las cámaras y los equipos portentosos es muy seductora. Sí me gustó pero no creo que mi relación musical con Baltasar dé para más, ya es un asunto de salud física y mental. Llevábamos un par de rolas nuevas pero el divo se encargó de apartarlas. A mí me encantaría hacer un nuevo disco, pero qué productor se mete a hacer discos a estas alturas. A lo mejor podríamos transformarnos en Naftavista Social Club. De ocurrir el milagro yo grabaría a condición de que Baltasar no esté presente en el estudio.
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—Nunca había puesto mucha atención al Vive Latino, la verdad, pero está bien organizado, es igual a los conciertos que pasan por tele, copiado del sistema gringo. Eran rápidos, eficientes, cambiaron todos los instrumentos, las luces. Me quedé bastante satisfecho con lo que hicimos.
—¿Sentiste algo distinto a un toquín convencional?
—No, me da exactamente lo mismo tocar en un ensayo que tocar aquí o tocar frente a los que me pongas, maestro. Doy clases y dar clases es el mismo show que cantar rocanrol. Llevo tocando rocanrol un poco antes de dar clases, básicamente cuarenta y tantos años de hacer lo mismo, ¿no? Entonces no me pongo nervioso, ni siento emocionante ver a cinco cuates o cinco de mis cuates, me da lo mismo. O sea: no siento nada. Me gusta tocar. Entonces toco lo mismo si estoy en una fiesta de cinco personas que si estás en una cosa masiva.
Baltasar Mena se quita los lentes que trae para leer el listado de canciones que tocarán esa tarde. Está sentado en primera fila del Barros Sierra, a un lado de Federico Luna, quien toca la armónica en la banda; la pierna derecha cruzada sobre la izquierda. En toda la charla insiste: no sentí nada en el Vive Latino e insiste:
—Me gustó el escenario, porque puedes correr, puedes jugar a Mick Jagger. Tons aquí me tropiezo con esta tropa senil, aquí corres y vas diciendo “compermiso, compermiso”.
—Al principio mencionaste que no los habían invitado antes.
—No sé por qué, de todas maneras el organizador resultó ser cuate mío.
—¿Y ahora por qué sí?
—No sé, a lo mejor se acordó de nosotros. Era fan de Naftalina desde hace muchos años, ¿no? Jordi, y los demás no los conozco, no sé.
A Baltasar Mena le da lo mismo.
—Es exactamente igual que las giras por Cuautla, Cojutla y Zacatepec, me da lo mismo. Digo, es agradable llegar a un camerino… pero ni siquiera vi la lista de quién tocó. Yo creo que con todos los importantes hemos alternado alguna vez. No soy aficionado del rock nacional, qué quieres que te diga. El rock nacional no es el mismo que el rock de Naftalina. Tocamos rock viejo desde hace cincuenta años, ¿no? Las canciones que tocamos ya perduraron, son conocidas, y seguirán tocándose durante toda la vida. Pero está bien, son buenos músicos, tocan muchísimo mejor de lo que nosotros tocábamos cuando éramos jovencitos, eso hay que reconocerlo.
A Baltasar Mena tampoco le dicen nada los nuevos grupos.
—Cuando nosotros empezamos se estaba inventando el rock and roll, la gente quería escucharlo. Ahora no, ahora estos cuates quieren triunfar. En nuestras épocas no era triunfar, era tocar. Triunfar es otro rollo, porque para triunfar necesitas, aunque seas muy bueno, una serie de factores: suerte, estar en el momento adecuado y, aquí en México cuándo, cuate, aquí no triunfa más que el PRI, no triunfa nada, cómo va a triunfar un grupo aquí en México.
En los inicios tocábamos en el Museo de Ciencias y Artes de la UNAM y en el Ágora. Por cierto, en el MUCA se instituyó la costumbre de cantar las letras en español porque el público armó una rechifla al notar que Renato y Baltasar cantaban en inglés (es que sienten la necesidad de mostrarse ajenos a la naquez). También hicimos un par de jiras por Guadalajara y Baja California.
—¿Nunca buscaron triunfar?
—No, yo creo que lo olvidamos. Cuando vimos que nuestro pasaporte era mexicano, nos dimos cuenta de que esto no iba a funcionar. Aquí en México no puedes triunfar. Es la verdad de las cosas. Los pocos mexicanos que triunfaron se tuvieron que ir arriba, mano.
La fama y la fortuna se desean siempre, pero no éramos tan ciegos ni tan ingenuos. Yo diría que cada quien tenía sus propias miras (Baltasar esquiar y su carrera académica, Renato y Olaf pulirse en su carrera como productores y directores artísticos; el Cartucho, Toral y Armstrong su oficio musical y yo escribir y vivir intensamente la vida).
—¿Crees que esto del Vive traiga algo distinto para ustedes?
—¿Que vayamos a saltar a la fama? No, no creo, no por favor. Si lo que quieren oír es “ahhh, orgasmos múltiples de felicidad me dio tocar en el Vive Latino”, pos no.
Le digo que no, que me da gusto su respuesta.
Y entonces Baltasar menciona algunos gustos suyos del rock nacional.
—El Tri es un grupo que me cae muy bien (y que tocó también en el festival que nos ocupa, pero el sábado) porque son constantes, han estado haciendo esto casi de la época que nosotros, a Naftalina, no a nosotros cuando estábamos en Los Sinners, pero le han metido y han sido constantes, entonces está bien y han tenido más o menos éxito, es un buen grupo que sigue tocando rocanrol. Nos llevamos muy bien, nos tenemos respeto. Yo a todos esos grupos los respeto, a Botellita de Jerez, a Jaime López, con todos nos llevamos bien, pero nosotros somos más ancianos.
También le gustaba Rockdrigo, “era un rock nacional, insidioso, incisivo”. Y le pregunto si Naftalina ha marcado camino para ciertos grupos.
—Sí, claro. “Ya vas, Barrabás” la tocan 25 grupos, “Me siento Beethoven” lo mismo. La primera influencia nuestra la tuvieron Botellita, ellos mismos lo decían, con su guacarroc y todo esto. Claro que hemos influido muchísimo, si hasta Timbiriche nos robaba canciones, mano, no puede ser. La Onda Vaselina, Julissa y sus secuaces, ahí le cambiaban algo, no podían decir “soy el más pendejo de la secundaria”, todavía eran muy puritanos.
Sí, algunos lo reconocieron y otros no, eso es natural. Luego hubo anormalitos como un tal Juan Hernández que se fusiló “Ya vas Barrabás” y, para no dar pistas, puso que la pieza era de dominio público.
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Aún con el seño fruncido, arrugado, Baltasar se toca las manos, las frota; también tienen arrugas como su rostro, pero no son de insatisfacción, sino de los inclementes años. Y responde una más de las preguntas, se acomoda en el asiento y dice:
—Acá es muy fácil porque tocamos poco, pero si tocáramos más yo dejaría muchas de las actividades científicas. La pregunta es muy sencilla: ¿Qué prefieres, hacer ciencia o tocar rock and roll? Tocar rocanrol obviamente, no hay la menor duda posible, pero necesito hacer ciencia porque si no, no vivo. Necesito ganar un sueldo y eso me lo da la ciencia y no me lo da el rock and roll. Pero si ahorita me dijeras: “vas a hacer una gira con los Rolling Stones”, me voy, mañana mismo. Si me dices “vas a tocar en Vive Latino”, pues vamos, no hay problema, agarro el avión y estamos aquí, tocamos aquí, con la tropa nuestra que es la universidad.
Porque todos quieren pagarte doscientos pesos por ir, digamos, a Tepotzotlán o a Tultitlán. Y esos salarios no dan ni para gasolina. Hace poco nos invitaron a un festival de rock y ciencia (cualquier cosa que eso signifique) y creo que el organizador se ofendió cuando le pedí 25,000 para los músicos y 5,000 para el sonidero. En otras palabras, la cultura en México se le paga a los cuates y el resto es de gorra. Cuando se trata de diversión, los empresarios son no caimanes, sino terápodos o velocirraptores.
Ha habido roqueros apegados a carreras científicas buscando una mera solvencia económica como Guillermo Briseño, Baltasar Mena o yo. Briseño tuvo la sabiduría y el empuje necesarios para mandarlo todo al carajo y dedicarse a su genuina vocación: el rock. Baltasar y yo, en cambio, hemos seguido pegados a la ubre universitaria. Pero la ciencia es otra cosa, es una obsesión irrefrenable que nada tiene que ver con sueldos, sobresueldos, escalafones, búsqueda de datos, congresos, conteo de patas y vanidades. Yo diría que la ciencia y el rock son del todo incompatibles. Envidias, intrigas, vanidades, competencia son inherentes a las dos actividades, aunque el rock es más benigno. A mis alumnos les enseño que los grandes enemigos de la humanidad y de la ciencia son la iglesia y la academia. Sólo te digo que Arthur Koestler, gran escritor y divulgador de la ciencia, tiene una novela llamada The call-girls -es decir, las putas- y en ella hace una crítica feroz de los hombres de ciencia -no pongo científicos porque me repatean los anglicismos.
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“Fede siempre fue serio; nunca lo he visto esbozar una sonrisa; mis hijos decían que hablaba con los dientes apretados; pero eso sí, su humor es incomparable”, me cuenta María Esther en el Barrios Sierra acerca de Federico Arana, el guitarrista.
Por salud mental debería separarme de Baltasar Mena.
¿Por qué después de todos estos años no lo ha hecho?
Tal vez por masoquista, masculla Arana, sí, con los dientes apretados.
—Nos peleamos muchísimo cuando ensayamos, pero cómo me voy a pelear con Federico si llevamos 57 años de ser amigos, ¿cómo te vas a pelear? Casi todos, el que menos, lleva 25, 30, 40 años de ser amigo. Ésa es una cosa que no tienen todos los grupitos, porque no tienen ni la misma edad. Entonces en un grupo se manifiesta en que se entienden, se entiende el grupo, se entiende la forma de ser de cada uno y no hay problemas.
—¿Tantos años facilitan las cosas?
—¡Claro! Y seguiremos hasta que ya no podamos levantarnos. Esperemos que no sea hoy.
Texto publicado originalmente en Kaja Negra.
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