Para mis perros los pozoles
Solo me parezco a mi perro (ya quisiera) en las siguientes cosas:
en nuestra gordura,
en nuestras piernas cortas,
en el pelaje negro,
en que siempre estamos calientes, listos
para hacer el amor.
Por lo tanto somos cariñosos, mucho
muy encimosos.
Y a veces bravos:
no ladramos antes de soltar
una mordida.
No me parezco, sin embargo, al Pozole, y lo lamento:
en su ecuanimidad,
en su paciencia,
en su tolerancia y el aguante que tiene
para con otros perros,
para con su dueño,
para consigo mismo.
No me parezco a él en la sonrisa
que suele esbozar cada que saca
la lengua
para refrescarse,
ni en la cordialidad que tiene para con los extraños,
o la forma en que resiste bajo el sol,
bajo la lluvia,
con hambre y con sed,
o con la soledad que a veces sobrelleva
si el Deivid ha salido de paseo.
Tampoco tengo su fuerza y ferocidad,
la rapidez de sus cuartos traseros;
a veces creo que sí tengo la perspicacia que tiene cuando
levanta las orejas
y avista el peligro
a nuestro alrededor.
A veces nos recostamos juntos en el suelo
y roncamos
mientras él me abraza con su pata izquierda y me protege
del mundo,
o yo lo abrazo a él y lo acaricio
si tiene pesadillas,
sueños,
en los que vive sin mí.
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