Una vez publicado, un libro debiera defenderse por sí solo. Hay veces, sin embargo, en las que uno tiene que salir al quite y dar el rostro. Con Metal llevo cinco años haciéndolo: hablando de su fallido final, de su mejor principio; sobre sus personajes o las peripecias que tuve al concebir una novela juvenil que nunca pretendió serlo. Aunque charlar con los jóvenes (en su mayoría), tener el chance de hablar con los lectores, es de las cosas que más he aprendido a apreciar de mi oficio. Es el momento en que el escritor sale de su mazmorra, tantito, para socializar un poco y después regresar a su abismo. Me sorprende muchas veces el entusiasmo. Sé también que ofendo a varios, que les parezco grotesco (o patético). Veo sobre todo el brillo en ciertas miradas, de quienes encuentran en aquellas páginas un momento de solaz o de consuelo. Agradezco a Domingo y a C Eunoia por dejarme compartir con su comunidad. Ya nos veremos en el taller Escribir como remedio.


























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