Hace algunos años salió Diamond Eyes, en 2010. No tenía idea que ya había pasado tanto tiempo. Recuerdo que lo reseñé para la revista de rock en la que solía reseñar discos y que poco después vinieron a México, en 2011, y me mandaron (de la misma revista) al concierto, en el Palacio de los Deportes. Creo que así fueron las cosas.
Tuve que recurrir a la red (al bendito Set list fm) para corroborar, quizá mal, las fechas de esos hechos (nunca recuerdo cuándo ocurrieron los conciertos, ni cuándo escuché los discos). Eso sí, después volví a verlos en el Maquinaria Fest de 2012 en la Arena Ciudad de México, promocionando el álbum sucesor de éste, el Koi No Yokan. Aún vivía su bajista, Chi Cheng, quien, tras permanecer en coma por un grave accidente automovilístico en 2008, finalmente murió en 2013. En ambos conciertos, recuerdo, fue honrado tanto por los músicos como por el público.
A mi no me gustaba la banda. Los detestaba un poco porque cuando eran famosos, en aquellos años míos de secundaria, yo sentía que el metal estaba en otras partes. Es decir, era limitado mi panorama musical, acaparado por bandas death metal. Fue hasta que reseñé este álbum, especialmente por el sencillo que rolaba aquellos días, ‘Rocket Skates’, que los miré distinto. Después recordé que me gustaba la canción ‘Minerva’, del Deftones (que pasaban a menudo en canales de videos musicales) y bueno, cuando fui a ambos conciertos noté algo que quizá no he visto mucho en otros: la total compenetración de la banda con su gente. El conocimiento del público del material que va a escuchar. Entrega absoluta a las letras y a la música, al poder con que estos hombres las ejecutan. En verdad me sorprendió eso del poder: salvo los propios Stone Sour de aquel Maquinaria, esta ha sido una de las bandas más limpias, contundentes, que he escuchado en vivo.
De ahí los abandoné nuevamente. Cargaba en mi reproductor mp3 el Deftones pero no acababa de entrarme. Fue poco a poco que lo hizo, hasta que terminó por gustarme completo. Me pasa seguido, que sé que algunos discos no me entran a la primera, ni a la segunda ni a la tercera, pero que son cuestión de paciencia. Esto viene a cuento porque, tras gustarme aquel disco homónimo escuché a Deftones un poco más en serio. Y nuevamente por la de ‘Rocket Skates’: tuvo un efecto mejor que aquella vez en que reseñé el disco cinco años antes (reseña en la que sabrá dios qué puse). Rápidamente me conquistó. Supongo que la música, en general, cualquier género que le venga a uno en gana, se trata justo de eso, de que te conquiste o no. Uno no se puede engañar, la música gusta o no más allá de cualquier prejuicio o preferencia. Así me ocurrió aquí. Supongo también que las reseñas deberían hacerse a la distancia para que se hagan mejor. No de a rápido como se acostumbra en ciertas revistas o diarios. Digo, no estoy del todo en contra de esa práctica, pero quizá no es lo ideal. En fin. En este Diamond Eyes hallé a una banda arriesgada, alejada de cualquier convención (como siempre lo ha sido, descubrí). Poderosa, metalera (liras de siete cuerdas) pero sutil (baladas y tiempos lentos); eso que algunos puristas llaman venderse al mercado o a los fresas (a lo mejor conforme uno envejece se vuelve cierto el mito de que uno se vuelve más tolerante a otros géneros. Supongo que uno nomás crece). Creo que esta banda corre el riesgo, el riesgo de experimentar con sonidos agresivos y dulces porque puede, porque la calidad de sus músicos y de sus producciones se lo permiten. Creo que avanzan como banda sin mirar a un lado o atrás. Se les percibe libres. Justo ahora que escribo estas palabras escucho el disco y me llena de placer hacerlo. Me regocijo mientras también bebo un tequila (el disco después fue el soundtrack de borracheras aterradoras y sentimientos a flor de piel). Y cuando un disco provoca eso en su escucha, llenarlo de gozo, de alegrarle un poco la chingada existencia, uno no tiene más que agradecer.
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