Te encuentro, Rodríguez

 Al Paco Benavides

Sugar man, won’t you hurry
‘cos I’m tired of these scenes.
For a blue coin, won’t you bring back
all those colors to my dreams?

Y después de escuchar lo más atento que pude aquella letra, me dijo:

—Es el mejor músico que ha existido.

Yo, creo que todavía con la copa en la mano (probablemente una chela o un ron Kraken), el alcohol ya vuelto uno con mi sangre, asentí moviendo la cabeza –lento– un par de veces, un tanto incrédulo. No recuerdo del todo qué dijo mi compa citado en la dedicatoria de esta entrada, seguro fueron cosas que se dicen sobre la gente cabrona, pero sí que había un documental sobre aquel músico, y que, no me hagan mucho caso, le tocó subtitularlo, pues a eso se dedica (mi compa).

Fíjate en la letra, insistió y siguió cantándola.

Escuché.

Es probable que ‘Sugar Man’ se reprodujera en su iPod unas cinco veces más. O diez, quién sabe, pero salí de ahí (estimadamente a las 12 del día de un domingo) con la tonadita de la canción y con la espina de ver aquel filme, que a promesa del buen Paco (mi compa) me compartiría, pues estaba muy cabrón.

Así pasaron algunos meses sin saber de él (del documental), hasta que empecé a verlo publicitado en la red, y a gente comentándolo, también en la red. Por ahí se estrenó en algún festival de cine, y yo le pregunté a Paco si había ido a verla. Me dijo que no, con el tono de quien habla de aquellas cosas que se desprecian cuando empiezan a popularizarse, y entonces no le mencioné que hasta me llegó, según recuerdo, una invitación para el estreno, o una conferencia de prensa, quién sabe qué chingado evento, de Searching for Sugar Man.

Aquella vez que también fue peda (cuando le pregunté si había visto el documental en cierto festival de cine), no escuchamos aquel hit, pero su tonadita persistió en mí, se me clavó en alguna parte del cerebro y ahí se quedó, más que muchos otros recuerdos de hechos que ocurrieron por las mismas fechas.

Hasta que pude verla, otros meses después, a horas de quedar fuera de cartelera.

Encontré a Rodríguez, por fin.

Presentí que iba a llorar, pero no pensé que lo hiciera tanto. No desde el arranque, pero sí en varias partes que no contaré. Como si hubiera sido el fan que ve la película de su amada estrella, como muchas cosas que te hacen llorar, así estaba yo. Lloro con facilidad, claro, especialmente con las películas, y ahí me tienen, sin gimotear, sólo con las lágrimas rodando por mis peludas mejillas, mi mujer a un lado, sosteniéndome, quizá llorando también. Hubo momentos en que parecía que toda la sala lloraba en silencio, en vez de que lo hiciéramos juntos como estábamos, pero un poco más escandalosamente.

En fin. Será que Sixto Rodríguez y su música, los protagonistas, mueven sentimientos íntimos, profundos, que difícilmente se compartirían en la colectividad; que son solitarios, oscuros, francos y prohibidos. Será su historia, sumergida en sabrá sólo él (Dios=Rodríguez) qué abismos, que trastoca a cualquiera que se encuentre con ella. Una Historia con hache mayúscula de tan chingona, por cierto, y que a cualquier periodista –a mí, claro– le habría encantado contar (por fortuna alguien lo hizo ya, con maestría). Al menos yo la encontré, a él, después de haberlo buscado (se me hace que así es con todos) y me dio respuestas, o confirmó certezas que tenía como si se tratara de un viejo sabio que esperas al final del camino: es la música el único lenguaje universal (perdóname literatura), la única que puede tender lazos en el mundo para intentar unirlo.

Sólo la música es revolucionaria y este documental lo comprueba.

Aunque ya saben, la muy mierdera raza humana ha hecho del éxito, la fama, el reconocimiento, el dinero, una condición necesaria para hacer valer a un hombre, a una composición musical. Existe una industria, poderosísima, que dicta, avala y perpetua cánones “de calidad” de lo que debemos o no oír. Sí, ya sabemos que esos hijos de puta han existido desde hace tiempo y que cohesionan a la prensa, volviéndola uno más de sus tentáculos, su muy simple oficina de comunicación social, de relaciones públicas, cuando su trabajo debiera ser… ah, ya me encabroné.

Pero, digo, la música es nuestro lenguaje universal y siempre hace justicia, siempre, y aun cuando esa industria existe (Rodríguez mismo, yo, quizá todos le pertenecemos), se la acaba pelando a lo esencial: una canción trastoca por diferentes razones (sea su mensaje, su melodía, el ritmo, sea lo que sea) y cuando eso sucede no hay boca humana que quiera acallarla. O dedos que no quieran escribirla. Eso le pasó a Rodríguez, eso me pasó a mí con él. Tan pronto pude escribí esto, a sabiendas de que con la música las palabras sobran: la intención es conminarlos a ver su documental, para que se topen con él, por favor, y lo encuentren.


Texto publicado originalmente en Kaja Negra.

Una respuesta a “Te encuentro, Rodríguez”

  1. Me dio muchísimo gusto releer el texto después tanto tiempo. Definitivamente tenemos que vernos de nuevo algún día.

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