El hombre en silla de ruedas observa a una prostituta y a un hombre de saco y corbata. Están fajando contra la reja de un estacionamiento. Ella es visiblemente más alta que él; debe agacharse un poco para besarlo y el hombre de saco y corbata debe pararse de puntitas; sujeta con firmeza las piernas de esa mujer, metiendo su mano izquierda muy, muy profundamente, si acaso eso es posible, en la minifalda púrpura. El hombre en silla de ruedas observa al otro lado de la acera. Pasarán las dos de la madrugada. Noto que no tiene piernas hasta que paso junto a él. Ey, me dice, préstame tu lumbre. Pretendo ignorarlo pero… está en silla de ruedas. Le acerco el cigarrillo que acabo de encender. Cuidadosamente saca, de alguna bolsa de su chaqueta con logos de algún equipo de americano, lo que apenas es una bacha de mota. Sobre los muñones lleva una manta azul cielo que a la distancia alcancé a ver, pese a lo lejos, pese a la oscuridad. Tras darse un llegue y devolverme el cigarrillo, me dice: ¿Sabes qué tengo aquí abajo? A expensas del albur, permanezco en silencio. Un pistolón, dice, socarrón, el hombre en silla de ruedas, sin piernas, y al momento extrae de debajo de la cobijita un arma plateada que sujeta con ambas manos. ¿Sabes que si quisiera te quiebro orita, compa?, expresa ya serio, más frío que el pinche viento que sopla en ese momento. Mierda. Noto que además de piernas le hacen falta algunos dientes. Fumo el cigarrillo y observo la avenida: ni un automóvil. Nada a lo que lo pueda arrojar. Al otro lado de la acera siguen fajando la prostituta y el hombre de saco y corbata. Sin percatarse de esto.
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