A menos que nos lleve la turba iracunda

Pero al llegar no había nadie.

Todo cerrado, en las calles había una quietud que ya quisieran las madrugadas de este lugar.

Eran las ocho treinta de la noche.

Horas antes, al mediodía, salimos de Ecatepec, mi padre y yo, hacia la Ciudad de México. Íbamos en su auto. En el cruce donde se encuentran la Vía Morelos y la salida de la autopista México-Pachuca, en el camino que lleva al metro Indios Verdes, comenzaron a desviar los vehículos.

—Está bloqueado —les decía un policía federal a los automovilistas para que tomaran esa curva-puente que lleva hacia el metro Carrera. Nos tomó un rato más llegar a esa estación, y ya ahí, a bordo, la gente no dejaba de hablar sobre lo cabrón que estuvieron las cosas en sus respectivos barrios, sobre saqueos, vandalismo y demás actos de rapiña que alguien les había dicho.

Horas más tarde, me llamó mi padre con insistencia:

—Ten cuidado al volver, se puso fea la cosa, dicen que van a venir los saqueadores.

—¿Los qué?

—Los saqueadores. Ya están cerrando todo por acá.

—¿Pero quién dijo eso?

—Es lo que están diciendo… Ten cuidado.

Pero al llegar, a las ocho treinta de la noche, no había nadie.

Salvo una tienda, inesperadamente abierta.

—¿Todo bien? —le pregunté al tendero luego de pagarle unos cigarrillos.

—Sí, cerramos un rato, pero como vimos que se calmó la cosa, volvimos a abrir.

____

A la mañana siguiente fui hacia unos tacos de guisado que se ponen frente a una gasolinera que está muy cerca de aquí, en la colonia Vallejo, al norte de la ciudad.

—Se puso bien feo en Cuitláhuac, atracaron todos los Oxxos de ahí y unas tiendas —me dijo quien me servía un taco de papa con queso y arroz—. Acá junto al Soriana, en la tienda de ropa del pasillo, les quebraron un vidrio.

Luego llegaron otros clientes y también comentaron que por sus rumbos se había puesto feo el asunto.

—¿Y a ustedes cómo les fue ayer? —le pregunté a la misma persona, quien sabía lo que sabía por sus familiares.

—Bien, nos fuimos temprano.

Le pedí un café bien cargado, y caminé unos pasos hacia una de las personas que atendían en la gas.

—Buenos días, ¿cómo le fue ayer?

—Bien —dijo, seco, un poco desconfiado aquel hombre.

—¿Nada de atracos?

—No, cerramos temprano.

—¿Y hoy?

—Hoy también, no vaya a ser.

El día parecía normal, quizá un poco menos ajetreado que otros, con poco tránsito pero con gente abordando constantemente los camiones que llevan al Centro. Volví a casa con el café escurriéndose en mis manos y traté de dormir. Desperté ya en la tarde, con la encomienda de visitar el Walmart Tepeyac, que también me queda muy cerca. Habría una movilización a las siete de la noche, según anunciaron. Salí unos minutos antes de casa, y aproveché para conversar con algunos locatarios. A la mujer de la tienda de la esquina le pregunté cómo le había ido. Dijo que bien, y que como las otras tiendas, cerró. Varios pasos más adelante les formulé la misma pregunta a los taqueros que llevan varias décadas despachando sobre la avenida Robles Dominguez. Bien, dijeron, también habían cerrado. El de las tortas no sabía, el día anterior había sido su día de descanso.

Caminé por Calzada de Guadalupe con la esperanza de ver algún grupo de manifestantes, o un grupo cualquiera caminando, pero sólo vi a los caminantes que podría haber visto cualquier otro día. Llegué al Walmart y ahí sí, aunque es común que esté repleto, había mucha más gente que siempre. A pesar de los letreros de «Aquí no se permite el ambulantaje», había globeros por ahí vendiendo su mercancía para que las cartas de Reyes llegaran a salvo en el cielo turbulento del que de pronto emergió un helicóptero con su luz perseguidora.

Había policías en todas las entradas, tanto del Walmart como de la plaza. Me acerqué a uno:

—Buenas, oficial, ¿sabe si ayer atracaron aquí?

—No, afortunadamente —me dijo, sonriente y amable.

—¿Y hoy esperan que pase o…?

—Es un operativo de prevención para resguardar la seguridad de los ciudadanos.

Le agradecí y caminé por el pasillo. Muchos niños y preocupados padres de familia. Más globos. Vi a un sujeto con traje, de esos de seguridad de la empresa, y le pregunté a qué se debía tanto policía:

—Es un operativo de prevención —me dijo, no tan sonriente ni tan amable como la persona anterior.

—¿Esperan que pase algo hoy?

—Estamos preparados por si pasa.

—Supe de una manifestación que vendría…

—Manifestación… puros delincuentes. ¿A poco está bien que vengan a robar la mercancía?

—No, de ninguna manera… Bueno, le agradezco.

—Oiga, ¿y por qué me pregunta? —me cuestionó, naturalmente suspicaz. Le iba a decir que porque era un ciudadano y vecino consternado por los acontecimientos, pero preferí decirle la neta.

—Reportero, eh… ¿Viene con esos de allá? —y señaló a un grupo que vislumbré antes de acercarme a él. Luego el hombre continuó—: Si quiere tomar fotos o lo que sea, tiene que darse toda la vuelta, ir a la oficina [de no sé qué me dijo] para que le tramiten su permiso.

—No se preocupe —respondí—. A menos que nos lleve la turba iracunda sacaré la cámara.

Me despedí de él y de otro guardia encapuchado [y a pesar de eso visiblemente malencarado] que estaba a un lado suyo y caminé hacia los colegas. Venían de UnoTV, Milenio, El Universal, según me dijeron y según sus gafetes que colgaban de sus ropas. Me contaron que algunos de ellos llevaban ahí desde las cinco de la tarde. Otros acababan de llegar, como yo. Tenían sus cámaras de video y fotográficas listas, pero lo único que grabaron, y eso solo uno de ellos, fue al helicóptero que pasó con su enorme lámpara encendida. No hubo noticia y pronto se fueron. La manifestación no ocurrió a pesar de que algunas personas se acercaron al grupo para preguntar si había pasado algo [la gente NECESITA saber], y a pesar de que una joven pasó corriendo y dijo:

—¡Ahí vienen!

—¿Quiénes? —alcancé a decirle.

—A los que esperan…

____

Pero no vinieron. Me senté en la lejanía de una banqueta, iluminado por un puesto de tacos de alambre y demás. Hice algunas llamadas. Esperé por si acaso, pero no. Fue que pasó un grupo de policías. En ese momento se pusieron de acuerdo para recorrer las calles. Me acerqué a uno de ellos, el que se disponía a ordenar algo del puesto, y le pregunté:

—Buenas, oficial, ¿pasó algo?

—Por ahora no, pero estaremos en operativo toda la noche.

—¿Y ayer?

—No, pero para eso estamos, para proteger a la ciudadanía. No es justo que esos criminales se lleven las cosas de las familias este día de Reyes. Ya localizamos algunos grupos [y señaló hacia las calles aledañas] que podrían intentar algo. Si lo hacen los vamos a detener, ya los conocemos, si lo hacen los vamos a detener y a remitir frente a la autoridad competente —me dijo muy amable y sonriente, aún más que el primero con el que conversé.

Le agradecí, le deseé buen provecho y me alejé, de vuelta a casa. En el camino pasé a una tienda por un frasco de café. Quien atendía me contó que también había cerrado el día anterior, pero que en éste no hubo necesidad. Que los mismos policías le habían advertido que cerrara. Se quejó y dijo que sentía que los habían dejado a él y a diversos comerciantes de la redonda a su merced; que seguro eran cómplices, que todo era un juego del gobierno. Y que por avaricia no iba a permanecer abierto aunque fuera la única tienda: lo que podría ganar también podrían robárselo.

Nos despedimos de un apretón de manos.

—Cuídate mucho, carnal, que está cabrona la cosa —dijo al final.


Este es un fragmento de un trabajo conjunto publicado en Kaja Negra.

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