Tiempos sombríos, una conversación con Sergio González Rodríguez sobre «Los 43 de Iguala»

Sergio González Rodríguez es tan certero en vivo como lo es en cada uno de los párrafos que conforman su nuevo libro, Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos (Anagrama, 2015). A lo largo de nueve capítulos, más anexos y epílogo, el lector emprende una especie de conversación con el autor conforme avanza, rápidamente, por sus 163 páginas, y comienza a comprender (y en casos como el mío, a aprehender) que los acontecimientos del 26 de septiembre de 2014 no tienen ni un solo motivo ni una sola causa, sino varios; que las aristas frente a esta problemática se expanden a terrenos mucho más áridos, como el grado de responsabilidad de los propios líderes estudiantiles, y a otros más oscuros, como las frecuentes prácticas del gobierno, del ejército, contra los insurrectos de una de las entidades más pobres del país como lo es Guerrero, desde hace varias décadas, como en las historia de Genaro Vázquez o Lucio Cabañas, egresados de la escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Y en esta conversación, en las páginas de Los 43 de Iguala, Sergio González Rodríguez expone sus puntos de vista, siempre sustentados en información (más de veinte páginas de notas), mientras explica, extrapola, reflexiona y nuevamente informa al lector, quien no sólo se interesa o recuerda lo que ya había leído, sino que se asombra, conmueve, indigna, se informa, insisto, y, de algún modo, se esclarece frente a un hecho cuya solución, por ahora, a un año de darse a conocer, parece muy distante.

Los 43 de Iguala sobre todo es un libro crítico, de matices, alejado del maniqueísmo, que abreva del estilo que el autor ha forjado en títulos como Campo de guerra, El hombre sin cabeza o Huesos en el desierto y que, pienso, bien podría nombrársele como sugiere el periodista e historiador Timothy Garton Ash: un “reportaje analítico”, donde el autor investiga, viaja, reflexiona y argumenta, según establece en su libro Los hechos son subversivos. Ideas y personajes para una década sin nombre (Tusquets, 2011), del que recupero lo siguiente:

Los hechos son subversivos. Subvierten las afirmaciones tanto de líderes elegidos democráticamente como de dictadores, de biógrafos y autobiógrafos, de espías y héroes, de torturadores y posmodernos. Subvierten las mentiras, las medias verdades, los mitos; todos esos «discursos fáciles que confortan a los hombres crueles» […] La primera tarea del historiador y del periodista consiste en encontrar hechos. No es la única, quizá no sea la más importante, pero es la primera. Los hechos son los adoquines con los que construimos nuestras vías de análisis, las teselas del mosaico que encajamos para componer retratos del pasado y del presente. Habrá desacuerdo acerca de adónde lleva el camino y de cuál es la realidad o la verdad revelada por el mosaico. Los hechos mismos deben ser contrastados con todas las pruebas disponibles. Pero algunos son rotundos y tercos, y los líderes más poderosos del mundo pueden tropezar con ellos. Como pueden hacerlo los escritores, los disidentes y los santos.

De tal modo que este texto es más bien una invitación a leer Los 43 de Iguala. Porque en algún momento de la entrevista pensé que todo era inútil pues, ¿qué más podría decir Sergio González Rodríguez sobre este libro de lo que ya había escrito en él? Bajo ese agobio, bajo el agobio de los hechos narrados, explorados, analizados, nos reunimos en un café de la ciudad de México y ahí, ante un rotundo cuando quieras, le pregunto a Sergio algunas dudas que naturalmente son redundantes, pero que él responde, insisto, tan certero como en sus páginas. Sin lugar para titubeos. Ni para parpadear.

¿Cómo te enteraste de la noticia?

Si no me equivoco, las primeras informaciones se dieron por la mañana el día siguiente. Nos preguntábamos muchas cosas, es el origen de todo. Las preguntas frente a una noticia que va creciendo de tal modo que no alcanzas a tener una dimensión clara de lo que está aconteciendo.

¿La viste en el periódico, en la televisión?

No sé qué tan relevante sea, pero debí haberla visto porque todo el tiempo está uno, por el trabajo periodístico, cercano al teléfono por la noticia que te dan en síntesis, o en internet o leyendo el periódico, etcétera. No recuerdo exactamente. Pero debió haber sido a la mañana siguiente porque esa noche solamente circularon flashes noticiosos muy vagos que no daban cuenta de la trascendencia de esta noticia.

¿Cuándo crees que adquiere dicha trascendencia?

Cuándo, de nuevo la pregunta temporal. Yo creo que tiene que ver con la reacción de las familias de las víctimas. Empieza a crecer de tal modo la inquietud por sus desaparecidos que inmediatamente resuena en plataformas como las redes sociales. Yo creo que debe ser ese momento. Pero no pasaron 24 horas.

¿En qué momento concibes la idea del libro?

Bueno, empiezo a tener la idea de escribir este libro porque me solicitaban que escribiera un ensayo, alguna crónica, que atendiera el tema, y aproximadamente, como 20 días después de que se empieza a dar a conocer esta noticia, ya en el mes de octubre, empiezo a fraguar la idea de escribir un libro. A nivel editorial recibí propuestas para hacer este tipo de libro y finalmente no tuve ninguna decisión sobre con quién editar o no, sino de tener un producto.

¿Qué implicó la elaboración de ese libro?

Es un trabajo de investigación, implica muchos niveles de investigación. Y tiene que ver con, básicamente desde antes, con la idea de cómo vas a tratar un tema que está noticiosamente tratado de un modo insatisfactorio. La noticia más bien ha provocado una narrativa de buenos contra malos. Y que no tiene una suficiente posibilidad para los lectores de entender el contexto en el que se dieron los hechos. Esa es la idea de escribir un libro como Los 43 de Iguala. Y no solamente ofrecer el contexto, sino todo el conjunto de cosas que trae consigo un libro de esta naturaleza. Frente a un evento o un acontecimiento así. Si recordamos de Slavoj Žižek sobre evento se refiere a este suspenso que se da entre la causa y el efecto, ya que cuando uno encara el tratamiento de un evento o acontecimiento, tiene que ver desde el origen, las causas, hasta el desarrollo y los posibles efectos. Los niveles son diversos, no es solamente un contexto histórico.

¿Cómo te trastoca como individuo este hecho?

Para mí es la posibilidad de emplear ante este reto los elementos o la información que uno va acopiando con el tiempo como escritor, como intelectual, como periodista. No hay un agobio frente a esto. Es un desafío para la razón crítica tratar de comprender este fenómeno más allá de lo afectivo, que es lo que ha imperado. El afecto, el sentimiento, la emotividad, muy legítima la solidaridad, pero no hemos tenido una visión de conjunto de este acontecimiento, que es lo que yo propongo. Hay una diferencia contra los demás libros; los demás libros hacen mucho énfasis en el relato, por ejemplo, y muy válido, del dolor de las víctimas, de las familias, pero yo creo que aparte de eso tenemos que ver las causas que provocaron ese dolor y la desaparición de estas personas.

¿Te sentiste responsable, como periodista, de ofrecer una versión más crítica del caso que la que se estaba ofreciendo mediáticamente?

Hay una responsabilidad previa a la decisión inmediata. Pero eso es parte del trabajo del periodista, del escritor. La responsabilidad es inherente al trabajo que uno hace.

En su libro, Sergio González afirma que carga con la mala fama de anunciar, de presagiar males que “por desgracia de todos, suelen cumplirse”. Sabedores de que no puede pronosticar hechos con exactitud (jamás habría podido pronosticar Ayotzinapa como tal), le pregunto por qué carga con esa fama. Me explica:

El tipo de temas que yo he trabajado desde hace cerca de veinte años que son fenómenos en el límite de la convivencia, fenómenos de barbarie extrema, fenómenos que rompen la normalidad en la que vivimos, llámese feminicidios en Ciudad Juárez o bien la violencia ritual o los actos de crueldad de los criminales, el campo de guerra que vivimos en este país entre 2007 y 2012, y ahora este acto de barbarie en Iguala contra los 43 estudiantes. Cuando uno tiene ese escenario pues simplemente está recuperando el conjunto de información que hay previa sobre el país y tratar de darle un encuadre racional y crítico a lo que acaba de acontecer, por eso es un trabajo de compenetración, de insistencia. Lo difícil, lo contradictorio es la continuidad del propio trabajo. Pero dadas las líneas básicas, pues uno trata de transcurrir. Porque lo que estamos viviendo es una degradación institucional que proviene desde hace, por lo menos, 30 años. Y todos estos episodios encuadran en este marco de degradación institucional. Al menos así yo lo veo.

¿Y esa degradación será continua, será peor?

No están dadas las bases para que mejore. El escenario va a ser más adverso. Porque, lo menciono en el libro, cuando uno observa lo que puede venir en el porvenir, sin ningún ansia de ser futurista, lo que uno atiende son las tendencias dominantes del presente. Y esas tendencias indican que institucionalmente el país tiene más posibilidades de empeorar que de mejorar.

¿Por qué Ayotzinapa sobresale respecto a otros crímenes?

Bueno, lo explico en mi libro también. Se refiere, al menos desde mi punto de vista, al papel simbólico que juegan los jóvenes en México. Desde el 68 al menos, también, los jóvenes representan el futuro del país. Y socialmente hay una percepción muy afectiva hacia los jóvenes como capital del futuro del país. En esta medida, la resonancia de una masacre contra estudiantes indefensos en Iguala tuvo un impacto social muy elevado. Lo mismo en México que fuera del país. Yo lo atribuyo a este papel simbólico que juegan los jóvenes. […] Las causas que movilizan a las personas a nivel masivo en este país tienen, digamos, rangos diversos. Entonces no despierta la misma inquietud que decenas de migrantes sean ejecutados en Tamaulipas, por ejemplo. Debería haber una solidaridad análoga, pero por desgracia no es así. Y sin embargo el caso de los 43 de Iguala pues sí, yo creo que a esto hay que atribuirlo al modo de los agentes que están involucrados, los factores, las personas. Es muy difícil exigirle a la sociedad que reaccione de modo unánime frente a estos asuntos.

Sergio visitó la Normal Raúl Isidro Burgos, y miró en el entorno, como también narra en Los 43 de Iguala, ciertos aspectos, ciertas manifestaciones de la gente. Le pido que por favor me cuente al respecto:

Hay un clima de incomodidad con el presente, de rechazo, de indignación profunda. Lo que menciono en mi libro. Las reacciones de los jóvenes que son compañeros de las víctimas son reacciones que se dan de un modo muy contradictorio. Quiero decir que por un lado hay una idea de esperanza. Pero, por otro lado, hay un rechazo a la propia realidad. Y estas contradicciones van elaborando, a mi juicio, un estado de ánimo que oscila entre el hartazgo, la desesperanza, el deseo profundo de que las víctimas estén vivas. Es una amalgama de sentimientos, de reacciones complejas. Eso es lo que yo sentí y registro.

Le comento que quizá el ánimo es justo al contrario de lo que ocurre en la ciudad de México. Como ejemplo, la reducción del número de asistentes a las marchas que protestan cada 26 de mes por los 43. Me dice:

Bueno, toda movilización social que surge a partir de redes sociales tiene una vida efímera, lo sabemos, ese es su gran problema. Todavía no hay manera de que esta inquietud a través de redes sociales se transfigure en una continuidad política más organizada, más permanente, más continua. Pero también tiene que ver con el modo cómo se participa en la vida pública. Actualmente tenemos esa posibilidad de participar políticamente en momentos clave o climáticos de efervescencia social y después esta potencia, este poder, esta voluntad es el modo como se está dando la participación sobre todo de los jóvenes. Pero eso no significa que su registro descienda. No significa que se olvide, sino que queda, al menos desde mi punto de vista, como una reserva de conciencia política, si podemos llamarle así, que reaparecerá próximamente en cualquier otro episodio. Se da la participación por ciclos. Yo quisiera que fuera más continua, pero la realidad indica lo contrario.

Sobre si las versiones oficiales, o la que ha ofrecido, por ejemplo, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), han ayudado a esclarecer o a confundir la percepción sobre el caso entre la sociedad, Sergio es tajante:

Yo creo que no hay confusión. Yo creo que ha sido muy claro desde el principio. No olvidemos que ha habido una continuidad en cuanto informes parciales de esta Comisión. Desde que fue nombrada coadyuvante de las víctimas, la Comisión ha dado informes regulares. Y lo que apenas conocemos como el informe final, parcial, hasta lo que va del proceso, la actitud de la Comisión no ha variado. De manera que no hay propiamente sorpresa. Ya se había mencionado que el grupo de expertos no aceptaba la hipótesis sobre la incineración de los cuerpos de las víctimas en el basurero de Cocula. Ya se había mencionado que el grupo de expertos no aprobaba la “verdad histórica” porque no había explorado suficientes líneas de investigación. Últimamente nos hemos encontrado con que ejemplificando el tipo de líneas que no investigó la PGR el grupo de expertos dice: hay una hipótesis que debe ser investigada que señala que los estudiantes quizás fueron atacados porque habían secuestrado un camión donde pudiera haber habido droga. Esto hace un efecto mediático muy fuerte pero no hay nada novedoso. De hecho sabemos que esa línea de investigación fue mencionada como un ejemplo, pero los autobuses, de acuerdo a la información de la PGR, que en algún momento condujeron droga en autobuses vinculados a Guerreros Unidos, son líneas de camiones que salen del estado de Guanajuato. Está muy lejos de Guerrero, no tiene nada que ver, ¿me explico? Ahora también se nos dice que por parte del gobierno que el estudio realizado por la Universidad de Innsbruck, en Austria, encontró signos del ADN de restos que le fueron entregados por la PGR. Pero nada garantiza, no hay ninguna prueba que lo muestre que esa prueba que envió la PGR a Innsbruck fue tomada del basurero de Cocula. ¿Por qué? Porque como el grupo de expertos internacionales ya lo mencionó y lo cuestionó, lo mismo que el grupo de expertos argentinos, no se respetó el protocolo de cadena de custodia, como se le denomina en criminalística; las pruebas no fueron sujetas a un control técnico de tipo pericial, de modo que también es una noticia que no nos dice nada; es decir, es parte de un proceso judicial, pero no cambia nada del escenario. Tampoco cambia el hecho de que hayan detenido a un criminal que afirma que, en efecto, él mandó a que incineraran a los 43. Es un testimonio, un testimonio como los anteriores, han sido testimonios coaccionados o producidos bajo tortura. Quiero ser muy claro: no debemos de perder el tiempo en ese tipo de asuntos, ¿me explico?, parte de un proceso, hay que ser muy puntuales frente a la información.

¿Cuál es la hipótesis de Sergio González Rodríguez?

En el libro lo que yo planteo es lo siguiente: analizo las hipótesis, la verdad histórica que proponen la critico y la cuestiono. Hay una zona que no está suficientemente explicada: qué pasó. Qué pasó esa noche. Tiene tres vertientes: 1) No sabemos el móvil, 2) No sabemos los actores concretos de los hechos, porque los que declararon ser participantes después han declarado oficialmente que fueron torturados. Por lo tanto no sabemos quiénes realizaron eso, no tenemos culpables demostrados puesto que la inculpación al presidente municipal de entonces y a su esposa, es un asunto abierto a un proceso y, lo más grave 3) No sabemos qué es lo que pasó con las víctimas. En ese punto yo me permito proponer la hipótesis, investigar, de qué se trató, basado en hechos, documentos, testimonios de las propias personas que estuvieron participando ahí, de testimonios de inteligencia, que pudo haberse desarrollado una operación de contrainsurgencia. Realizada por militares o paramilitares. Invito a que lean mi libro.

¿El caso de Julio César Mondragón ayudaría a esclarecer lo que pasó?

Lo que sucede es que el cuerpo está evidentemente sembrado, puesto para causar efecto de terror social. De este tipo de operaciones, que implican ya desde luego detalles muy explícitos ya se han realizado en otras partes del mundo.

Al principio del libro, en su llamada “Confesión”, Sergio González escribe: “El mal está inscrito en lo que aceptamos como mundo normal: los tiempos sombríos. El mal concreto de los abusos y las injusticias”. Le declaro mi interés al respecto así que me explica:

Son varios niveles de lectura. Uno es la existencia de lo que yo denomino el mal. Pero para mí el mal no es una entidad metafísica, al que me refiero es al mal de los abusos, de la violencia, de la crueldad, de todas estas acciones o conductas negativas que llevan la idea de aniquilar, exterminar al otro, a los demás. Y otro es el modo en que se dan las cosas en la realidad. Lo que yo quiero señalar ahí es que vivimos inadvertidos frente a esta crueldad a esta violencia que acaba de normalizarse; todos estos hechos en la medida que hay amnesia, que hay una suerte de anestesia también frente a ello y acaban por no importarnos, por saturación noticiosa, o por saturación del espectáculo, o por saturación literaria, incluso, fílmica, etcétera. Y otro tiene que ver con acciones concretas que realizan gente que llevan finalidades específicas. Y tendemos a ver las acciones criminales como si fueran un asunto de estricta decisión individual, cuando en muchos casos hay un contexto político que lo potencia. Ahí es donde yo me refiero a la barbarie que crece entre líneas de la normalidad. En el caso, por ejemplo, de la explotación de las personas, de la codicia sin límite, de todos los efectos concretos de lo que denominamos en general como ultracapitalismo no estamos viendo simplemente a unos señores ricos dando órdenes de maltratar a los demás, sino que estamos en algo más complejo, hay que quitar la caricatura de esto: se llaman las reglas inmanentes o inherentes al capitalismo global. Esta inmanencia de las reglas del capitalismo global ha sido estudiada, por ejemplo, por Ulrich Beck. Tiene un libro dedicado a esto extraordinario, los invito a que lo lean: Poder y contrapoder en la era global: no hay un designio de unos señores, sino es la inmanencia del propio desarrollo ultracapitalista que va actuando sobre el mundo.

Juvenicidio es un término que Sergio acuña y utiliza constantemente en este libro, y que se refiere al extermino de los jóvenes en todo el mundo, con una “perspectiva que será habitual en el futuro”. Un futuro evidentemente desolador al que, le pregunto, ¿habrá forma de contrarrestar?:

Es algo muy concreto. Primero tienes que reconocer que existe el problema. Ese es un asunto de las autoridades. Hay responsables concretos, hay normas constitucionales que dicen: sabes qué, tú, autoridad, eres responsable. No es un asunto que en este momento recaiga de forma directa en los ciudadanos. Hay una responsabilidad institucional que está dictada por las normas constitucionales. […] Son cosas concretas. No podemos hacer formulaciones generales o vagas. Hay una responsabilidad muy concreta de las instituciones; las políticas públicas que tenemos hacia los jóvenes son muy ineficaces. Y no se ve que vayan a cambiar. Tenemos que encontrar exactamente el punto de origen para poder exigir soluciones.

¿Cuál es entonces el rol de los ciudadanos frente a esta autoridad responsable?

Desde luego que se cumpla la función de cada autoridad a nivel federal, estatal y local. Y en sus particularidades. También es una obligación conocer los derechos, la obligación como ciudadanos; nadie lee la Constitución, a nadie le importa. Nadie sabe sus derechos, ni siquiera como consumidor, que es el plano más inmediato ahora. La gente tiende a vivir en un mundo absolutamente nublado respecto de su propia persona. Es una cosa que tenemos que cambiar si queremos que mejor el país: mayor conciencia de los ciudadanos frente a sí mismos.

Hablando de responsables, justo en tu libro mencionas a los líderes estudiantiles…

No hemos tenido una explicación por parte de los líderes sobre la operación de Iguala. Están parapetados en las familias de las víctimas pero yo creo que ellos tendrán que dar una explicación a la sociedad acerca de todo esto.

¿A un año de los hechos, Sergio, como miras tú lo que viene, crees que se encontrará una solución?

No tengo una previsión sobre eso. Ignoro cuándo va a llegar una solución, porque eso depende del poder judicial, es un proceso judicial, tenemos que entender, aunque tenga una connotación política muy fuerte tiene sus propios tiempos, que no conocemos; es casi obvio que dada la disparidad de puntos de vista que existe entre el gobierno y las familias de las víctimas, mantendrán su inconformidad de cara a organismos internacionales, es lo que podemos prever. Sucedió en el caso de Ciudad Juárez, en el caso de cuatro cuerpos de víctimas, de muchachas que fueron asesinadas y puestas en el campo algodonero, llevaron el caso a la CIDH, que en su momento hizo una recomendación al estado mexicano, que fue muy sonada. Yo supongo que, si siguen las cosas como están, este proceso continuará en la CIDH.

La conversación concluye no mucho después de esta respuesta, con un par de intercambios más, luego unas fotografías, la despedida de manos. La rispidez y oscuridad propias de los temas que abordamos se diluyen un poco cuando Sergio, aunque siempre certero, se aleja de aquella cafetería haciendo con los brazos cruzados en el pecho una seña que refuerza con sus labios: un abrazo, me dice, un abrazo.


Texto publicado originalmente en Kaja Negra.

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