—¿Yo qué chingados voy a hacer con una cosa désas?
—Le van a llamar por teléfono… ¿No tiene amigas?
—No, qué amigas, pura vieja arpía la que me tocó…
—Ay, fíjese que yo tengo amigas de toda la vida. Una de ellas desde la infancia, desde que éramos chiquillas. La quiero mucho, siempre nos hemos querido mucho. También mis hijos me quieren mucho. Tengo tres, el mayor acaba de cumplir cuarenta y el menor treinta. Él luego pasa por mí a la casa y me lleva a cenar. Eso los viernes… ¿Usted tiene hijos?
—Sí.
—¿Cuántos?
—Ocho.
—Ah caray, ¿y cuántos hombres?
—Siete, nomás una mujer.
—¿Y no la sacan a pasear?
—No, todos me odian.
—¿Por qué?
—Creen que andaba de loca cuando dejé a su padre, pero no fue por eso por lo que lo dejé…
—…
—Me golpeaba cuando andaba borracho.
—Fíjese que yo me acabo de divorciar hace poco. Y tengo un amor en Veracruz, un hombre que de verdad me quiere. Mijo el de treinta ya me dijo que adelante, que si me quiere bien aquel señor, que rehaga mi vida…
—… no, yo le pedí el divorcio desde hace mucho y no me lo quiso dar. Y se volvió a casar, con una mujer más joven. Luego me amenazó con que si regresaba a su casa me iba a matar. Qué voy a regresar a tu casa, le dije…
—Pero su nuevo matrimonio no tiene validez si no se ha divorciado de usted…
—Yo no sé, pero yo no pensaba regresar…
—¿Y qué le dijeron sus hijos?
—Uno me dijo, una vez que vio que me golpeó su papá, hace muchos años, que me lo merecía…
Silencio.
—¿Y su hija no la apoya?
—No, es igual de machista. Ella también me odia, por lo mismo, dice que andaba de loca…
—No, fíjese que mis hijos me quieren mucho, siempre me han querido mucho. El mayor hasta me dijo que me cambiara de casa, que él me ayudaba. Pero ya veremos. Dios mediante. ¿Y para dónde va?
—Para La Villa.
—¿Y este camión la deja? No, no la deja…
—Sí, pasa por Robles Domínguez, y de ahí agarro otro que va para allá.
—Pero ya ve, llevamos aquí quince minutos y los camiones ni sus luces. Y ya es tarde. Se me hace que le conviene más agarrar los que salen en Reforma.
—¿Será?
—Sí, esos van directo —interviene otra mujer, al parecer también más allá de los sesenta años. La aludida se lo piensa:
—Bueno, voy ir a ver si pasan…
—Sí, váyase aquí derecho, ahí salen —dice aquella tercera mujer, esperando, como todos nosotros, en la parada del Trolebús.
—Bueno, hasta luego, mucho gusto en conocerlas —dice la mujer aludida y antes de que se vaya las otras dos le responden:
—Igualmente, cuídese, que le vaya bonito.
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