Cierra los ojos por un momento y el mar inmenso se dibuja frente a él. A lo lejos alcanza a ver al plesiosaurio. Era el mismo que había visto en aquel libro sobre dinosaurios que lucía siempre tan real. El mismo que le daba pánico en la secundaria. El monstruo se acerca poco a poco, cada vez más…
…hasta que le llaman por teléfono y abre los ojos. Están afuera, esperando a que abra la puerta. Él está en su casa, en su sillón, frente al lago artificial que se ve desde su ventana.
Se levanta, baja las escaleras y abre la puerta.
Se saludan como si ya se conocieran. Entran, suben las escaleras y se sientan frente a él, de espaldas al lago.
Y en algún momento surge lo del plesiosaurio.
—Era la imagen chafísima de un libro de dinosaurios que tenía mi primo. Me parecía muy real, que se saldría de ahí. Mucho tiempo después me gustó porque es un bicho que nadie pela, de los olvidados. Pero era el miedo a lo irracional. Pensaba que se podía meter por una tubería… también es todo lo que tiene que ver con el mar, el símbolo de la vida y la muerte, donde va a parar todo, donde todos los ríos confluyen.
José Quintero habla de sus miedos como del dibujo, de la política, el amor y la filosofía sin mayor problema. Tiene dos perros, un macho (Macondo) y una hembra (Avellana). Él quería pasearlos durante el día para que conociéramos el centro de Valle de Bravo. Aunque siendo las diez y media de la noche, los turistas todavía pasan, la gente sigue caminando por sus calles.
Entonces, sacamos a los perros.
Los ven jalonearse de las correas y caminar hacia donde José quiere dirigirlos. En el camino compramos unos esquites, una hamburguesa y después unas chelas que terminamos compartiendo en unas sillas del patio de su casa.
—Creo que todos somos marginales. Por ejemplo, el libro de Flor de Adrenalina se acabó, fue un exitazo, pero sólo fueron mil ejemplares. No eres nadie en términos duros, en estadísticas duras. Mil ejemplares no es nada, o los 15 mil en tres ediciones del libro rosa (Buba Volumen 1.1, libro del que José Quintero no ha recibido un quinto de la tercera edición por parte de la Editorial Vid) apenas son algo. Cuando muchos artistas empiezan a darse importancia no están contemplando eso, que en la complejidad del país, que en la complejidad social, en la estadística, no es importante lo que hacemos. Decirle algo a cierto tipo de gente es importante, pero estamos al margen. Estamos al margen y yo me siento muy bien ahí.
Esta marginalidad se debe a la falta de industria nacional, en específico la del cómic. Como el mismo Quintero lo dijo en una entrevista hace algunos años, publicada en su blog: “Si la historita nacional ha sobrevivido se debe a que se ha cobijado en la industria editorial (principalmente la del periodismo) o porque ha sido subsidiada por sus propios autores”. Aunque también porque cree que la historieta mexicana carece de identidad; la mayoría de los autores trabajan en el extranjero, y “pese a su enorme nivel técnico, no están haciendo nada que puede ser llamado cómic mexicano”.
Se toca la oreja, la barbilla, sonríe.
A José no le disgusta el mote de “autor de culto y underground”. Quizá lo define, acota. Está más cerca de lo que busca que perciban sobre él. Aunque recuerda que en una convención de cómics una niña se le acercó para pedirle un beso.
—¿Y qué le dijiste?
—Que sí.
Estaba apenado. Cuando siente que alguien lo reconoce así en la calle, le apena mucho. Él se considera de perfil bajo, introvertido. Y sonríe y se apena otra vez al recordarlo.
—De mis años mozos en La Mosca para acá, he cambiado. Sí me considero distinto. Así como mis ideas han cambiado y cómo percibo la vida ha cambiado, el mercado ha cambiado y me acerco a un público de chavos jóvenes, a muchas chavas. Incluso mis cuates me envidian, porque dicen que cómo le hago. Yo creo que porque Buba es una niña y eso les llama la atención.
Él mismo lo explicó en 2009 en una entrada de su blog: “En Europa, Argentina y un sector importante en Estados Unidos, el cómic pasó de ser un medio de entretenimiento infantil a ser un lenguaje adulto gracias a esta libertad, toda vez que fue liberada del yugo de los tirajes millonarios”.
Aunque, también plantea que “se ha descuidado el subtexto en el dibujo, decir algo más allá de lo inmediato. En obras literarias, cinematográficas, lo que más me interesa son los trabajos con distintos niveles de lectura. Cuando pasan los años y vuelves a acercarte a un trabajo, lo miras distinto. Creo que eso proviene de una riqueza interior (del dibujo mismo). Pero cuando buscas un éxito inmediato, pasa lo contrario”.
Por eso José es un hombre que se ha dibujado a sí mismo y que se desprende en los personajes que diseña. Claro ejemplo, El Pote, protagonista de la historieta del mismo nombre que representa al propio Quintero. También, recientemente se dibujó con lágrimas de sangre que lloran por su nuevo uso de anteojos u otra vez con una llaga en el rostro, huella de las heridas de un superhéroe. Su vida amorosa y sus convicciones políticas también están ahí. Cambiantes, como él.
Ahora ya todo lo hace con Photoshop en el estudio que tiene en su casa. En donde además de una guitarra eléctrica y su computadora (que incluye un lápiz digital), tiene figuritas de Buba que han hecho para él y un plesiosaurio en la más alta de sus repisas. Dejó de dibujar con lápiz y papel hace tres años, calcula. Tiene su plataforma en la red, una cuenta de Facebook, y es desde ahí en donde aplica el lema de su blog: “Porque el ciberespacio también tiene su underground…” .
Pero no siempre fue así.
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Los perros tiran de él cuesta arriba y no paran. Han sido ya muchos pasos largos siguiéndoles el ritmo a las dos bestias que no piensan detenerse. De pronto los canes se le enredan entre las piernas y él cambia de manos las correas para salir del nudo. Los brazos del hombre de cuarenta y un años se tensan durante el movimiento. Va dos pasos delante de mí y casi grita lo que comenta.
—Tengo una serie de fotos que me tomé desde hace tiempo, como cien, sin querer en principio, ya después así lo vi, y se ha notado el cambio. No tenía estas canas, me veo más demacrado.
Se refiere al cabello blanco que apenas ha invadido sus patillas, aún sin abarcar el resto de su cabellera que usa casi a rape. Pero la fuerza que imprime en sus brazos no habla de un hombre viejo.
—Después de los cuarenta comencé a meditar acerca de la idea de la vejez. Todo cambia.
Ya no tiene dieciocho años, es cierto, como cuando comenzó a publicar en el mundo editorial. Cuando se dio cuenta de que a este mundo vino a dibujar. E incluso, como lo platica, ya sentados en una fuente del centro de Valle de Bravo, a dar clases –para dibujantes iniciados o futuras diseñadoras de modas– y compartir lo que ha aprendido toda la vida dibujando.
—Hay cosas que muchos ven complicadas, que les toma tiempo llevarlas a cabo. Dibujar no me cuesta trabajo, es algo natural en mí. Hubo una época, justamente cuando colaboraba en La Mosca en la Pared, que los dibujos salían muy rápido. No me costaba trabajo. Cuando amas lo que haces, cuando ves que te gusta, no es complicado y algunos no lo entienden.
José Quintero, junto con otros colaboradores como Fedro Carlos Guillén, Armando Vega Gil, o Eusebio Ruvalcaba, fue uno de los autores más respetados por los lectores de La Mosca gracias a su tira cómica Buba Cómix. Personaje que duró algunos años como parte de su familia –como creación familiar–, al interior, para después publicarlo bajo una temática crítica, filosófica y política, cuando sus demás propuestas fueron rechazadas cuando trataba de incursionar en La Jornada.
De José Quintero y de Buba se escribe en planetabubanet:
“De formación autodidacta y deformación autodidacta, ha ejercido el impenitente oficio de la historieta publicando –desde finales de los años ochenta– su obra vasta e inconfundible, plagada de símbolos y personajes imposibles que han conformado una mitología posmoderna caracterizada por el surrealismo, la complejidad sicológica y el fusil.
“En agosto de 1989, en víspera de una entrega inminente para el suplemento Histerietas del periódico La Jornada y ante la carencia de ideas propias, me vi en la necesidad penosa de plagiar a Buba, el personaje autobiográfico creado por Ceci, mi entonces diminuta hermana.
“Entre sus logros artísticos más celebrados por el público conocedor –de temas ajenos a la historieta– destaca el haber dotado al cómic de un impecable arsenal literario y filosófico, transmutando dicho lenguaje en un singular concentrado de poderosas verdades, axiomas e intuiciones poéticas en donde lo que importa no es decir más, sino dibujar menos”.
Pero todo cambia. Y él es el primero en hacerlo. No sólo son sus canas las que han alterado su manera de percibir el mundo. Es la vida misma. Por eso vive con su mujer en Valle de Bravo, a dos horas de la Ciudad de México, lejos de su familia, de sus amigos. Porque a veces se queda solo y disfruta mucho ese momento. Le ayuda a reflexionar. Constantemente está reflexionando en la soledad. Aunque a veces, también, extraña a esa gente que no está.
A veces.
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A las diez y media de la noche, Valle de Bravo no es el mismo. Todo lo que está a su alrededor se esconde. Incluso desaparece el calor que hay por eso de las cuatro de la tarde, hora en que llegamos a su casa y tocamos el timbre. José Quintero es un hombre al que pareciera que conozco de mucho tiempo. Macondo y Avellana se acercan a saludar. Si no fuera por ellos y por nosotros, José estaría solo en casa. La charla comienza de inmediato, como la de viejos amigos que rememoran el pasado.
—Del hospital que nací en San Ángel, una vez que llegué a Iztapalapa ya no salí de ahí, no sé, hasta los veintiséis años que empecé a rentar por primera vez. Y después, por otras circunstancias, con toda mi familia rentamos en una casa distinta a donde estábamos cuando nací. Por hacer una sentencia, hasta los treinta años estuve ahí.
Iztapalapa, un lugar, lo ha estado pensando, que seguramente determinó su forma de escribir, de dibujar, de crear.
Se lleva constantemente las manos a la oreja o la barbilla, pero no está nervioso. Lo hace cada vez que reflexiona en algo.
Sí, seguramente fue determinado por el lugar en el que nació, por su clase social. La clase baja (sic) a la cual perteneció mucho tiempo. Ahora es, dice, de clase media. Un estrato social que repudió mucho tiempo y con el que aún tiene diferencias.
—Estudié dos años en una escuela de dibujo publicitario. Su plan de estudio estaba desfasado a finales de los ochenta, lo que te enseñaban ya estaba de salida, casi en desuso. Ahí conocí a las primeras personas que tenían un interés cercano al mío, aprender a dibujar y a usar técnicas de representación.
Pero el dibujante natural comienza desde muy chico, advierte José. Y no para hasta que muere. No es una actividad que dejes, es una actividad que te acompaña toda tu vida, asevera, ya con uno de sus perros, el macho, más pequeño en tamaño que la hembra, en sus piernas.
—He estudiado y practicado toda mi vida utilizando recursos no oficiales, digamos alternos a la educación en México, o a una carrera de diseño, qué sé yo. He creado un sistema de aprendizaje propio, un sistema de herramientas al margen de cualquier institución formal.
Porque, como él mismo lo comentó en la entrevista de su blog, “durante el último cuarto del siglo XX, la historieta mexicana estuvo ligada a los sectores más pobres e incultos de nuestra sociedad; los pequeños libros de bolsillo con temática semiporno eran leídos por obreros, albañiles. Con la apertura del mercado editorial mexicano y el ingreso de cómics gringos y manga japonés, la historieta fue adoptada de manera entusiasta por jóvenes de clase media”.
José Quintero tenía predisposición, talento y, como dicen, un don para dibujar. Pero no es sólo eso. Su hermano, recuerda, dibujaba al mismo ritmo que él cuando eran niños. Se daban batalla. Pero de pronto el hermano lo dejó. Entonces, el dibujante con predisposición, pero que la sigue cultivando, continúa dibujando toda su vida.
Como él. A la larga se ha profesionalizado al depurar su técnica de manera autodidacta. Porque sintió que su vocación era la de dibujar, cuando empezó a escribir historietas con guiones propios y personajes como una cuestión interna, más allá del dibujo, que tiene que ver con un yo, dice, con lo que buscaba expresar.
Nos ofrece agua. Nos observa y atento escucha la siguiente pregunta. Alcanza a esbozar una sonrisa. Definitivamente no es la persona que pensé. Es alguien totalmente distinto. Y me alegra. Es como un viejo amigo.
Empezó en el suplemento Histerietas del diario La Jornada. De una actividad lúdica pasó a una actividad profesional. Después estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Después de que ya publicaba. Mucho después de estudiar el bachillerato, actividad que hizo al margen de la fundación del Gallito Inglés con un grupo de dibujantes muy cerrado (núcleo de la revista del Gallito Inglés y luego del Taller del Perro). En esa etapa conocía a pocas personas, sólo a las del círculo, y por eso decidió socializar en la escuela.
—La filosofía lo que vino a hacer fue enriquecer mis intereses intelectuales y reflexivos que tenía a través de la historieta, aunque no me hizo cambiar radicalmente. Fui un estudiante muy básico, me quedé con la idea elemental del amor por el conocimiento, plantear una serie de preguntas trascendentales; por ejemplo, nunca me entró Kant, no me eran útiles una serie de autores que leía en ese momento. En cambio Platón, Sócrates y Nietzche sí me fueron muy útiles y los encontré en Filosofía.
Ahí hubo un antes y después en José Quintero. Uno más de sus cambios. Cuando sintió potenciadas sus ideas y necesidades de conocimiento que tenía implantadas desde su niñez en Iztapalapa.
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—En la medida en que yo iba cambiando como persona, reforzando y desechando ideas, el dibujo iba cambiando. Entonces tardé mucho tiempo en entenderlo. Cuando conocí a Maricela en Filosofía, quien fue mi primer amor no platónico, descubrí que empecé a dibujar formas más cachondas; las primeras Bubas son muy punketas, es muy rabiosa, muy furiosa, y en esta etapa me di cuenta que dibujé formas más eróticas, la Buba se hizo más redonda, antes tenía proporciones más humanas y se fue encogiendo, haciéndose una bolita. Ya desde hace muchos años no necesita dedos, por ejemplo.
La luz del sol que entra por el ventanal poco a poco se desvanece. Los camiones que van a la Ciudad de México dejan de salir a las siete de la noche. Para entonces quizá falte media hora. Pero la plática está lejos de terminar. La luz que poco a poco desaparece me indica que posiblemente no regrese a casa.
No importa. De todas formas no quiero irme.
Quintero se mueve constantemente del sillón. Se detiene, piensa cada una de las palabras que salen de su boca. Nos observa.
Los perros salen y entran de la casa, se sientan, se levantan y vuelven a salir. Los dos son adoptados, de la calle. Son como sus hijos. Para cuando termine la charla, saldremos con ellos a pasear, como lo hace a menudo José. Así ha conocido el lugar en donde vive, saliendo con los perros, o al caminar cuando va de compras. No le gusta manejar el auto que tiene estacionado en su patio. Prefiere caminar, o tomar el metro o el camión para transportarse.
—El dibujo cambia de acuerdo con la función que tiene en el dibujo mismo. Las ideas se pueden convertir en imagen, pueden afectar tu trabajo de una manera igual de potente al igual que si lo hicieras a través de técnicas de representación de dibujo formal.
Entre las ideas que trastocan el dibujo de José Quintero, además del amor (o el desamor), están, principalmente, los temas filosóficos, políticos, sociales; sazonados con ironía y humor. Y con psicología, disciplina que siempre ha llamado su atención.
—No te puedes considerar un ente aislado. En la medida en que te conoces tienes que conocer tu origen, tu entorno, el origen común. Tienes que empezar a adivinar qué es lo que va a pasar contigo y con los demás. En la medida que buscas dentro de ti, encuentras a los demás. O al revés, en la medida en que te busques en los demás, te encuentras a ti mismo.
José piensa que sólo mirar hacia uno mismo es una forma incorrecta de abordar al yo. Egoísta. En su caso, la relación con sus lectores es muy particular, porque se sienten muy identificados con él. Pareciera que se conocen de mucho antes. Por la conexión que ya existía entre el trabajo del autor y quienes lo siguen.
—No puedes ser apolítico, ignorar lo que pasa, dejar de considerarte un ente social o no mirar tu parte afectiva. Finalmente eso lo proyectas como creativo.
Su origen en Iztapalapa, en los términos actuales, fue de pobreza extrema. Un conflicto real con el que se cuela a la clase media, sin percibir una diferenciación social o clasista que descubrió hasta después. Le hacían bromas, pero no las entendía, no tenía claro aquello de “los códigos postales”. No le pesó ni fue materia de su reflexión hasta que el grupo con el que trabajó desde siempre se rompió. Ahora trata de llevarla bien porque “es lo que hay”. Aunque no se identifique con el estrato social al que ahora pertenece.
—No me había tocado vivirlo en carne propia, pero me di cuenta de que es un conflicto que está vivo, que es una llaga que está ahí, los brotes de violencia, los rencores sociales; es un conflicto que no se quiere reconocer: que siempre ha existido una lucha de clases y esa lucha se manifiesta en los conflictos sociales. Y están a la vista de todos. Están ahí, pero yo no los había visto por mucho tiempo.
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Algunas circunstancias lo obligaron a tomar postura, no como una pose de izquierda, sino para enfrentarse a su realidad con una verdadera percepción de lo que ocurría a su alrededor. Así, su trabajo se vio permeado y su dibujo se volvió crítico, de cierto rencor social, dice Quintero. Que se fortaleció con la gente del Gallito Cómics —con el dibujante de Neza, Edgar Clement, a la cabeza, a quien considera el mejor novelista gráfico en México—, un grupo que le dio un madrazo, con los que se sintió identificado plenamente; donde eran agresivos, implacables, duros con ellos mismos. Críticos con el sistema. A tal grado que ahora José Quintero se siente solo. Los demás han tomado otros caminos. La generación creció. “Han cambiado”.
Considera que “hay dibujantes mexicanos que trabajan para las industrias europea y/o norteamericana, pero lo hacen sirviendo a los estándares para quienes laboran, sin aportar un estilo o temática mexicanos”.
—No sólo se trata de hacer un relevo generacional, se trata de cambiar las cosas. Para qué quitar al otro para ponerte tú si vas a reciclar la cultura viciada que existe en muchos aspectos en el país.
Está solo. Lo sabe.
Nos mira, nos escucha, nos habla. Como un viejo amigo.
Se resiste. Hace diez años que no ve televisión. No soporta muchos de sus contenidos. “De repente en algún lugar alguien está viendo televisión y de inmediato percibo eso”. Porque la crítica la aplica en él, en principio. Cuando habla pestes de los demás, trata de dirigir los misiles primero a él. “Si no, no hay manera”. En su blog, se notan los cambios. “En 2006 es alguien frustradísimo, lleno de rencores pasados, pero no tiene caso pelearte con los demás, no sirve de nada. Molestándote, diciendo, señalando, no te lleva a nada. Es lo que estoy cruzando ahora”.
—¿Qué es lo que te motiva a seguir, aún cuando miras este panorama desolador?
—He estado muchas veces a punto de dedicarme a mi trabajo profesional, como prestador de servicios, de ilustrador. De asumirlo, que voy a hacer exclusivamente eso y dejar lo que tenga que ver mi parte creativa, de hobbie, que es la historieta. Y lo he pensado en momentos de frustración, de pesimismo. Y al final lo que he intentado hacer los últimos dos años desde que vivo acá es recuperar esa parte creativa, incluso en demérito de la parte económica, porque finalmente eso es lo que soy. Es la actividad que justifica mi vida.
Macondo y Avellana se recuestan junto a él y se dejan acariciar por nosotros. El paseo los tranquilizó. Ya está todo a oscuras. José prende la luz. Ya no se ve el lago artificial a lo lejos. Pasa la media noche. Los perros nos escuchan platicar, beber, reír, escuchar la música de Jane’s Addiction. Hablamos un poco de eso y de que José Quintero también ha pensado en grabar un disco en el que materialice la musicalidad que envuelven los diálogos de sus creaciones. Donde él cante y toque los instrumentos. Porque se siente más influenciado por las canciones, por sus letras, que por la poesía que desparrama (de las metáforas musicales, dice él) en muchos de los guiones de Buba.
Además es un cambio más en su vida.
Y es un sueño para el que no necesita cerrar los ojos.
Texto publicado originalmente en Kaja Negra.
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