Hijos de puta

Nos dimos las buenas noches y salí, pensando que era una vergüenza lo que iba a hacerle,
pero reflexioné que el deber de un hijo de puta es hacer putadas.
[Jim Thompson en Hijo de la ira]

Para Luis Aguilar

 

A estas alturas ya no recuerdo cómo fue que esta idea absurda se esparció por mi cabeza: hermanar la lectura de cuatro libros cuyos títulos, en sus traducciones al español, iniciaran con las siguientes dos palabras (sustantivo y preposición, para exquisitos como mi editor): Hijo de.

Cuatro libros concebidos en diferentes circunstancias y tiempos, pero unidos por algunos aspectos que tienen en común la prosa de sus padres: violencia, dolor, locura, desamor, alcohol, drogas. Sueños rotos. Muerte. Maldad.

Humor.

Especialmente por su hijoputez.

La hijoputez es tan abundante, polimorfa y polisémica, que uno puede escoger por dónde empezar a indagar, con la esperanza de llegar al cómo y al porqué de la hijoputez.

Eso dice Marcelino Cereijedo en alguna parte de su ensayo Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, un texto muy recomendable sobre este tema al que me he acercado sin tener idea del sórdido agujero en el que me iba a meter.

 

Hijo de Jesús

Acababa de enterarme de su muerte cuando ocurrió el terremoto.

Cerré el ligero volumen de Hijo de Jesús (Jesus’ Son, 1992) que un amigo me prestó hace mucho, y busqué en la red algo más que la información biográfica que ofrece una de las solapas: “Desde la publicación de sus primeras obras fue comparado con Charles Bukowski y William S. Burroughs y se convirtió en un autor de culto en Estados Unidos”.

Recuerdo más o menos el momento en que aquel amigo me prestó ese ejemplar (a sabiendas, por su puesto, de que no volvería a él): como solía hacer, me dijo puros comentarios favorables sobre el también autor de Árbol de humo, a quien yo desconocía, y me lo roló (como también hizo con este libro de Joan Didion; aprovecho este momento para recomendar el documental que ahora circula en Netflix sobre ella).

Eso último -de que mi amigo me prestó el libro nomás de compas– quizá no fue así del todo, el caso es que empecé a leer de inmediato, al día siguiente, esta “crónica visionaria de soñadores, adictos y almas perdidas”, como dice la contraportada.

Porque tal cual es eso. Me recuerdo leyendo a Johnson por la mañana, en el camión hacia el trabajo, asombrado a esas horas por la pureza -y dureza- que sus páginas derramaban desde el principio:

Un vendedor que compartía su botella y perdió el control del auto al quedarse dormido… Un cheroqui lleno de bourbon… Un VW que ya no era más que una burbuja de humo de hachís capitaneado por un estudiante de universidad. Y una familia de Marshalltown que se estrelló y mató para siempre a un hombre que salía de Bethany, Missouri, con rumbo oeste.

La intensidad del primer relato (de esta colección que a veces parece una novela desperdigada), llamado “Accidente durante el autostop”, me obligó a replantearme el sentido de escribir lo que sea si ya se ha escrito semejante portento.

Me recuerdo atónito pero feliz, agarrado del tubo, temblando entre la lectura de cada relato. Sin poder llorar de la conmoción. En aquellos tiempos iba crudo a trabajar, por lo que supuse que era el alcohol lo que me extrasensibilizaba ante estas historias. Pero no: sobrio, al leerlo de nuevo, me pasó exactamente lo mismo.

Denis Johnson fue un autor al que desde entonces traté de seguir, pero que, por supuesto, fracasé en el intento. Ni siquiera me enteré de que murió a principios de 2017. (Acá unas palabras al respecto del New Yorker. Acá otras del New York Times.)

Confieso que quizá por eso, por haberle seguido tan mal la pista, me sentí terriblemente apesadumbrado esa noche, frente a la computadora, cuando me disponía a escribir este texto y empezó a temblar. Pero ésa es otra historia.

Eso sí, entre mis apuntes tenía en claro que citaría el texto que escribió, sobre la novela Ángeles derrotados, un individuo llamado Manuel Gutiérrez Aragón. Así lo haré. Porque son palabras certeras que también podrían aplicar para Hijo de Jesús:

Empezó a entrarme cierta angustia hacia la página 25, no sé si por la digestión o por el horror que se desprendía de sus páginas. Llegué al mareo al establecerse las relaciones entre Jamie y Bill. Unas relaciones sin corazón, sin conciencia, pero sin cinismo -que podría ser al menos un sustituto de la inteligencia-: unas relaciones en la intimidad helada de moteles y autoservicios. Una tragedia en frío. Jamie arrastrando a sus hijitas por bares y estaciones de autobús no me produjo ninguna piedad, pese a que el alcohol lo hace a uno propenso a la ternura. El autor nos ha negado toda posibilidad de compasión. Cuando me fui a la cama pensé que no me había sentido tan mal desde una noche semejante leyendo 1.280 almas, de Jim Thompson.

 

Hijo de la ira

Ya tenía tiempo que Eusebio Ruvalcaba (otro enorme escritor hijo de puta, maestro, amigo que también murió a principios de 2017) me había recomendado la lectura de Jim Thompson, en su taller literario, pero no lo leí hasta que esta idea se me aferró en la melena como garrapata. Cuando supe que la última novela de este autor se llamaba Hijo de la ira (Child of Rage, 1972) corrí por ella sin tomar en cuenta que los libros de Thompson no son fáciles de conseguir. Para mi suerte era el único que había disponible en librerías. (Por cierto, luego de que me agarrara un aguacero, el libro se mojó por todo el extremo inferior y quedó, ya sabrán, un poco ondulado.)

Para mi mala suerte, me decepcionó el enorme autor detrás de The Killing y The Getaway (cuya relación con el cine -con esos otros hijos de puta que eran Kubrick y Peckinpah- se esboza en este texto), principalmente porque su protagonista, Allen, es descaradamente malvado e inteligente para su juventud. No me la creí.

En alguna parte dice, por ejemplo:

Era una posición indignante para alguien como yo, el dictador de los destinos del prójimo. Para mí, que deben reconocer que era el rey de reyes, el hijo de puta de los hijos de puta, era mucho más humillante que cualquier humillación que yo hubiese infligido a los demás.

Para mi buena suerte un bloguero llamado Héctor Jerez reflexionó un poco más a fondo (solo un poco más) sobre la trama de este libro (que había olvidado casi al cien):

Es una crítica a una sociedad absurda liderada por un protagonista abyecto que vive una vida miserable. Es un reflejo de un mundo, el norteamericano, que a finales de los sesenta y principios de los setenta todavía tenía latente la segregación racial. Pero también es una radiografía general de toda la podredumbre que rodea a nuestra especie.  

Es verdad. Hijo de la ira es una novela en la que Allen es violentado por su contexto y que se revela en algún momento, con toda su brutalidad, contra quienes tiene a la mano:

Vi muy pocos negros en los pasillos o en las aulas a las que pude asomarme. Había quizás uno por cada cincuenta blancos. A mí la verdad es que me importaba un pito, como comprenderán. Me limito a citarlo como dato informativo. No me importaría un carajo que todos los negros hijos de puta del país se murieran de almorranas sangrantes.

Cierto, es una novela breve no solo repleta de sexo y agresividad explícitos, sino de un humor liviano y punzante como, debo admitir, lo es el transitar de sus páginas. Así lo resalta acertadamente Jerez (aunque quizá exagere) en su reseña:

No es una novela negra al uso. Yo diría que es como leer El guardián entre el centeno mezclado con Henry Miller y Bukowski.

 

Hijo de Satanás

Bukowski es un hijo de puta verdaderamente chingón.

Por aquellos días en que la idea de este texto me rondaba con más fuerza tuve la suerte -otra vez- de encontrarme con este libro en casa de una amiga. Y de, embriagado hasta el culo, robarlo. Porque, pensé, por algo se me había aparecido ahí: tenía que leerlo y escribir sobre él a como diera lugar.

El título de este libro de cuentos siempre me pareció absolutamente transgresor: Hijo de Satanás (Septuagenarian Stew, 1990). Algo bueno, pensaba, debía tener para llamarse así.

Oye, hijo de puta, no te mueras, yo no quería matarte, de verdad. Si te mueres, lo siento. ¡Pero si no te mueres y alguna vez se lo cuentas a alguien, entonces seguro que te rompo el culo! ¿Has entendido?

Simpson no contestó.

Eso se narra en el relato principal (llamado así, “Son of Satan”). Lo tengo marcado junto a: “La vida de un vagabundo”, “La venganza de los malditos”, “El jockey”, “Fama”, “Hacia arriba sin alas”, “Mala noche” y “No hay canciones de amor”. En ellos se despliega la conocida (y, por desgracia, choteada) genialidad y prosa honesta de Bukowski que, como a mí, cautivó al siguiente booktuber, llamado Saúl, cuya camisa y peinado podrían causar un poco de desconfianza al principio, pero que se quita al escuchar sus francas opiniones:

A la mayoría, a muchas personas (me atrevería a apostar inclusive) pueden asegurar que el estilo de Bukowski no vale la pena, que es muy malo, que es corriente, que no tiene nada de especial, pero créanme: es esa sencillez y a su vez lo deprimente, lo corriente de su estilo, lo que le da la genialidad. Puedo garantizarles que me he llegado a sentir más identificado con muchas de las historias que se han presentado en este libro que con varios de los héroes y personajes principales que aparecen en los otros libros que he reseñado. Es esta tendencia que tiene Bukowski de adentrarse en los temas de los derrotados, los fracasados, los marginados, los borrachos, el mundo bajo, etc. […] todos, y raro el que diga que no, la gran mayoría hemos sido testigos de casos donde no nos salen las cosas de la manera en que deseamos, hemos experimentado problemas financieros, problemas familiares, entre otro montón de cosas desagradables. Temas de los cuales siempre está hablando Bukowski.

La ironía en la tragedia del desamparado lo hace a uno carcajearse. E identificarse. El humor mezclado con una prosa simple, sencilla, directa, sin rodeos, da como resultado una escritura explosiva (para corroborarlo, favor de leer los relatos antes mencionados; al final esto no es más que una invitación a la lectura). Cualquiera podría pensar entonces que Bukowski nomás era un simple, descarado e irrespetuoso hijo de puta, y seguro sí, pero nadie como él (bueno, querido editor, yo sé que es discutible) dota a sus personajes de la humanidad y sencillez que, como dice el buen Saúl, nos conmueven de tan ciertas.

 

Hijo de Dios

La última vez que vi a Eusebio Ruvalcaba hablamos de este libro y le prometí que se lo iba a prestar. También comentamos la adaptación cinematográfica que de él hizo James Franco -quien, por razones para mí desconocidas, ha estado abordando con su cine la vida y obra de otros autores gabachos cabrones, entre ellos, justo, Bukowski-. No recuerdo si a Eusebio le gustó o no la película. Yo pensé que pudo ser peor (bah, no está tan mal).

Una cruenta historia en la que Cormac McCarthy da la vuelta al sentido del título creando una escalofriante trama protagonizada por un hombre cuyas frustraciones se incrementan a medida que trata de relacionarse con un entorno que le repudia sin motivo aparente, a la vez que nos ofrece la recreación literaria de un período de Estados Unidos en el que se anticipa ya la problemática de una sociedad tan poderosa como desorientada.

Ahora sí retomé casi toda la contraportada de Hijo de Dios (Child of God, 1973), como hice con otro breve fragmento de esta novela que, como me pasó con Denis Johnson e Hijo de Jesús, me parece despedazada, con grandes saltos en el tiempo y el espacio que impiden un relato lineal; me refiero a que no hay -necesariamente- una continuidad en la historia, entre un capítulo y otro, y en una de esas podría leerse de forma salteada.

Como sea, una de las insoslayables cualidades que posee es la poderosísima prosa sello de la casa:

En la puerta del establo hay un hombre que, por otra parte, se encarga de observar todo lo que acontece en la bucólica, enmudecida y singular mañana. Es menudo, va sucio y sin rasurar. Camina por la paja seca, entre el polvo y los rayos de luz, con una agresividad obligada. Sangre celta y sajona. Un hijo de Dios más o menos como tú.

Supe de Cormac McCarthy hace ya algún tiempo, gracias a un profesor de la universidad al que admiraba mucho. Tuve que entrevistarlo para una tarea, y entre otras cosas le pregunté: ¿Qué novela está leyendo en este momento? La carretera, me dijo, y desde entonces este autor al que desconocía se convirtió en uno de mis predilectos.

[…] alejado del glamour de los círculos literarios, Cormac es huraño y huidizo, como Salinger o Pynchon, rehuye las entrevistas y hace lo imposible por mantenerse al margen; descarta la crónica social y la ironía del reportero y elige poner siempre el dedo en la llaga individual, en el traicionero dominio del alma humana […]

Esto escribió sobre McCarthy, a propósito de esta novela, alguien llamado Javier Aparicio Maydeu para Letras Libres. Sobre el estilo del autor, profundiza en algo que le resulta importante a este complaciente lector:

[…] escarba en la conciencia de tipos despreciables que se mueven en los aledaños del sistema, como fósiles de una sociedad ya obsoleta —[…] como depravados proscritos de la comunidad, que deambulan por el paisaje inhóspito, reprimidos y lujuriosos, y así el inadaptado Lester Ballard en Hijo de Dios, un relato escalofriante acerca de la depravación humana y la violencia entendida como modo de vida.

(Valdría la pena seguir citándolo, pero mi editor, ese hijo de puta, me ha exigido terminar con este suplicio a como dé lugar.)

Recuerdo que tardé un buen rato en conseguir tanto La carretera como Hijo de Dios (este es otro autor un tanto complicado de hallar), en sus ediciones de bolsillo. En las pedas solía contar las tramas a mis amigos, antojándoles su lectura (como he pretendido acá). Con algunos lo logré, con otros no. Lo que sí es que no se quedaban indiferentes, especialmente en los momentos más crudos, que procuraba detallar, como cuando Lester Ballard (spoiler) hace el amor con el cadáver de una joven muerta.

Luego regalé aquella edición de bolsillo que tenía de La carretera a un buen amigo, y poco después aquel otro buen amigo que me regaló Hijo de Jesús robó para mí, de un librero de un jefe que tuvimos en la editorial antes mencionada, la edición “normal” de la misma, ejemplar que ahora reposa en mi cabecera junto a todo lo que se ha traducido al español de este autor. Junto a Hijo de Dios.

Cómo me hubiera gustado que no estuviera ahí y que se hubiera ido con Eusebio.


Texto originalmente publicado en Kaja Negra.

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