Para todos los caídos
de estos quince años.
I
Mille, han pasado quince años desde que nos vimos por primera vez.
Esta memoria maltrecha aún conserva algunos fragmentos de aquel concierto de 2002 en la Arena López Mateos; fragmentos de los que ya he escrito antes pero que nunca he dirigido a ti, tal vez porque no debería hacerlo.
Pero lo haré, Mille.
II
Recuerdo sobre todo el viaje en camión que hicimos mi tío y yo hacia Tlalne. Un camión amarillo que salió desde Indios Verdes. Un camión amarillo que todavía sale de ahí hacia allá, aunque allá ya no haya arena de lucha libre.
Recuerdo el flyer con tu imagen en primer plano: aquella mata gruesa, negra como tus cejas, una mata y unas cejas un tanto lejanas de esta mata escasa de flequito feo que ahora te cargas; aparecías con los brazos cruzados en una pose que yo llamaría desafiante.
El verdadero rey del thrash metal de toda época y de todo lugar se presentaba en México como lo había hecho desde los primeros años de la década de los noventa. Y se sintió como en casa, como tú mismo has dicho aquí en el Circo Volador quince años después, Mille.
Eso recuerdo.
Y sobre todo recuerdo aquella fila que había afuera del recinto. Una fila repleta de greñudos gigantescos enfundados en jeans roídos y chamarras de piel adornadas de picos y estoperoles; recuerdo a las mujeres hermosas que los acompañaban (o ellos a ellas) y que vestían igual y hasta de formas más agresivas; todos montaban motos y manejaban coches viejos e incansables.
Son estas las imágenes agresivas de gente muy feliz.
Yo, iluso, pensaba que nadie iba a ir. Que nadie más salvo mi tío y yo conocíamos a Kreator. Tenía catorce años y solo había escuchado dos discos tuyos (que me prestó él), el Endorama y el Violent Revolution. El primero me lo sabía de pé a pá, el segundo apenas la canción homónima. Lo estaban promocionando, Mille, y no sabía yo, por supuesto, que estos dos se convertirían en mis discos favoritos de este grupo tuyo al que mi tío llamaba creitor y que también se volvió uno de mis grupos predilectos.
III
“Violent revolution” es la penúltima canción del concierto.
Ya han pasado marejadas de metaleros rompiéndose la madre una rola tras otra.
Es inaudito para mi ver esto después de habérselo pedido un poco en vano a mis últimos toquines: que la agresión se apoderara de los asistentes al momento de presenciar un espectáculo de metal.
Aquí, benditos sean los dioses de la violencia a los que ruego todos los días que vuelvan a la vida, la agresión es ley: ya se armaron varios wall of death (¿desde “Total death” o desde “Enemy of god”?) y no hay pieza que no tenga a sus bailarines haciendo slam cobijados por aquellas luces rojas, moradas, naranjas, que dan la sensación de estar en un auténtico campo de batalla, de presenciar una guerra en los confines del infierno o la devastación en una noche terrible de una ciudad sin esperanza, llena de muerte.
Como en aquel videoclip del trallazo “Phantom antichrist”.
Así que entro.
Es una vieja deuda que tengo, pienso cuando ya me estoy lanzando escalones abajo contra todos aquellos que como yo se han lanzado contra los otros. Una vieja deuda que no pude llevar a cabo en aquel concierto de 2002 en el que vi a la distancia a los metaleros más rudos desmadrarse sin tregua mientras tú, Mille, te desgarrabas cantando esta canción y otras que quizá también cantaste hoy (¿”Phobia”, “Peolple of the lie”, “Extreme agression”, “Pleasure to kill”?) aunque hoy hayas apostado por tu material más reciente, que si soy honesto es el que más me gusta y es el más elaborado y el que mejor tocan.
(Bueno, ningún disco supera a esa pieza maestra que es el Violent. Ninguno.)
Violent revolution!
Violent revolution!
Violent revolution!
Esta es una batalla que, vista desde arriba, según me narraron algunos, se precia brutal y sangrienta.
Así que es inaudito para mí ver cómo aún le queda energía a toda esta gente para seguir chocando entre sí. Es inaudito para mí tener energía todavía, a mis casi treinta años, para chocar mi cuerpo contra el de estos otros. Y sonreír con ellos, palmear las manos, abrazarnos entre desconocidos que somos, bestias poseídas por una insurrección que es violenta pero necesaria.
Porque más que una guerra ésta ya parece una fiesta dionisiaca. Y quizá eso sea. Pero sobre todo es una vieja deuda que he cumplido, porque solo en eso pienso cuando recibo codazos y empujones, cuando soy lanzado a la nada en ese vacío que se crea en medio del mosh pit, cuando ya no me restan energías y me repego a los que están repegados en la valla. Ahí es menor la intensidad, pero el mateo no se detiene y te veo muy de cerca, Mille. Y pienso que me miras. Que sonríes al verme.
Porque han pasado quince años desde la primera vez que nos vimos.
IV
Violent revolution, reason for the people to destroy!!!
Tu voz retumba en todo este escenario del Circo Volador y nosotros coreamos, te acompañamos en este cántico agreste, tu llamado a la rebeldía, a vivir con intensidad porque la gente se va de súbito por más joven que sea, como Martin E. Ain, exmiembro de Celtic Frost que murió hace poco, a los cincuenta años, y a quien rememoras antes de cantar “Fallen brothers”, tu himno para los caídos que casi no me gusta. Así un día se irá Tom Araya, de Slayer, que está aquí viéndote, y si no es él al menos es un hombre idéntico, no solo por su apariencia de viejo lobo metalero de barba canosa y chinos largos, también blancos, sino porque de verdad es un monstruo invencible al que nadie puede derribar como él derriba a quien se le acerca, a quien trata de sumarse al slam.
Y es en un instante de esta masacre de sudores y manotazos que me lo vuelvo a encontrar. Al Yorch. El mismo hombre con quien toqué varias veces esta canción con la banda que teníamos juntos.
Con la banda que todavía tengo.
V
Pero antes te hablaré de mi tío.
Me es inevitable hablar de él cuando hablo de Kreator, Mille.
Él tenía (porque un día ya no los tuvo) tus discos Coma of souls, Extreme agression, Outcast, los dos mencionados antes (Endorama y Violent Revolution) y quizá alguno más. Un VHS en vivo. Algunos tapes grabados por él en aquella grabadora que tenía en casa de su madre, mi abuela, la que murió hace no tanto (hace cinco años) y que solía decir: bájale a esa pinche música del diablo.
Eso recuerdo.
Y ahora que tecleo esto caigo en cuenta que aquel concierto del 2002 fue nuestro primer concierto. Tanto mío -cosa que tenía muy clara- como de él, quien, justo, me lleva quince años. Es decir, él tenía la edad que yo tengo ahora cuando fuimos a verte a la Arena López Mateos de Tlalne. Él, a pesar de ser un metalero en serio, no había ido a ningún otro espectáculo. Quizá por eso: porque no se trataba solo de la música, sino de un show protagonizado por simios peludos vestidos de negro gritándole al dios de la violencia como lo hacen los simios que visten de blanco todos los domingos y que le rezan al dios de la paz, pero que es el dios más agresivo.
Quizá fue eso.
Y al teclear esto también caigo en cuenta que recién había nacido su primera hija, y que apenas empezaba a vivir con la mujer con la que todavía vive, en los cimientos de una casa que todavía tiene.
Yo en ese entonces sentía que ya me había enamorado un par de veces. Y nada más trascendente había pasado en mi vida salvo escucharte, Mille, porque escucharte es lo que hago todavía.
VI
Hace poco Vini rememoró el hecho, justo en septiembre, cuando pasaron los quince años de la primera vez que te vi. Vini también fue a ese concierto del 2002 en la López Mateos, solo que fue por su cuenta.
Un día (una noche), justo afuera del Circo Volador después de un toquín (no recuerdo cuál) compré el póster que anunció el evento de aquel domingo 8 de septiembre de 2002 (esta vez, en 2017, también ibas a tocar en septiembre, el 21 o 22, no recuerdo, solo que el temblor del 19, 32 años después del 85, te lo impidió; tú querías tocar de todos modos pero apenas habían pasado un par de días y eso era imposible. Cabe resaltar que ese 19 pasado Yorch cumplió 30 años). Abrieron puros teloneros de lujo: Disgorge, Mákina, Cenotaph y Transmetal, de acá de México, y Destruction secundando el tridente teutón del que solo hizo falta Sodom (de haber sido así quizá se habría acabado el mundo).
Me acuerdo bien que Destruction prendió cabrón a la banda. Lo comentamos mi tío y yo durante el concierto y al final de este, del que recuerdo que salimos agotados, con los oídos taponeados por el mayor ruidero que habíamos oído nunca; nos recuerdo caminando por una calle no tan solitaria por aquellos metaleros que también transitaban por ahí, pero sí fría, hasta que hallamos un taxi y nos fuimos a casa de mi tío, no muy lejos, por Calzada de las Armas.
Recuerdo que dormimos todos en la misma cama, con la bebé en una cuna y yo en una orilla, junto a él.
Eso recuerdo.
Su esposa nos preguntó:
—¿Cómo les fue?
Muy bien, le dijimos, y le platicamos que nos sentamos en las gradas luego de pasar por un siniestro pasillo que apestaba a tabaco y a cerveza (yo en ese entonces no bebía, vaya, como no bebo ahora, aunque en ese ínter de quince años bebí lo que en tres vidas), en los asientos que estaban a la derecha del escenario. Recuerdo a dos metaleros que estaban a un lado de mi tío, quien, cuando era más joven (como yo lo era entonces o quizá un poco más grande), vestía de ese modo: con sus yeras negras y roídas con estampados de Anthrax o Sacred Reich. O Misfits.
Recuerdo que mi tío les prestó su encendedor, y tanto él como esos dos metaleros fumaron e intercambiaron comentarios. (Yo, como ahora, no fumaba, aunque en ese ínter fumé lo suficiente.)
Y desde ahí vimos a Destruction, justamente, devastar el escenario. Si mis cálculos no fallan ellos promocionaban su disco The Antichrist, el cual, yo no sabía entonces, se volvió mi favorito de ellos.
Recuerdo aquel pogo brutal al centro de la Arena, donde se concentraba la mayoría de la gente. Me recuerdo pensando que aquellos hombres tenían que ser muy valientes para estar ahí.
Hoy estamos aquí juntos, Vini y yo, en el Circo Volador.
No recordaba que ya me había dicho que vendría. Viene con la chica con la que ha estado desde hace ocho años, la mitad del tiempo que ha pasado desde aquel concierto de 2002. (Sí, el tiempo vuela a la velocidad de un espadazo que te destroza la piel.)
Vini es, después de mi tío, mi maestro en este mundo del metal. Su sabiduría, buena onda y sencillez me sorprenden siempre. No importa que conozca de antemano esas cualidades suyas, agradezco que las mantenga y sé, Mille (si me permites seguir hablándote de tú), que así seguirá siendo siempre.
Y bueno, él, Vini, de quien he hablado ya en otras reseñas de conciertos pero que es la primera vez que lo menciono por su nombre, le enseñó también las bondades del metal a su hermano menor, Foki, quien también está aquí, y con quien estuve una vez previa, un par o tres años antes, cuando se estrenó tu anterior disco, Mille, el Phantom Antichrist, porque era urgente verte en vivo para sanar un poco nuestras almas heridas. (Sobre todo la suya, la de Foki, nomás que esa historia le pertenece a él y será él quien te la cuente.)
En aquel entonces yo había reseñado ese disco, el Phantom, para un afamado portal web de noticias metaleras en español, calificándolo con un diez rotundo. Mi editor de aquel entonces (a quien aprecio y admiro), me dijo:
—No estoy de acuerdo. Es más de lo mismo.
Y era cierto, pero me dio chance porque nos caíamos chido.
El caso es que hoy estamos Vini, su novia Illiana, Foki, entre otros conocidos a los que me encuentro en las turbulentas olas del slam, como Karlita o Christopher, viéndote en el Circo Volador.
Y están Yorch y sus secuaces, integrantes todos ellos de una banda espuria, copia fraudulenta de la banda que solíamos tener juntos, y que yo todavía tengo.
—Tengo la respuesta a la pregunta que me hiciste hace un año —me dice Yorch al verme.
Yo, la verdad, no tengo idea de qué me está hablando este hombre previamente enloquecido por la sobriedad y por Dios, así que conversamos un poco más sobre cualquier otra pendejada. Nos abrazamos. Nos besamos. Reímos. Todo como en los viejos tiempos.
Qué iba a saber yo, Mille, que la vez que Yorch y yo bebimos (como último recurso de una peda inmensa) un jerez enfundado en una botella vestida de santa clos, en su casa de Jajalpa, Ecatepec, Edomex, escuchando aquel clásico de Ricky Martin llamado “Fuego de noche, nieve de día”, arrastrándome yo por las paredes de aquel barrio bravo, bravísimo, al salir de ahí; qué iba a saber yo, Mille, que esa vez sería la última que Yorch y yo nos embriagaríamos juntos.
VII
Mille, han pasado quince años desde que nos vimos por primera vez.
Esta memoria maltrecha aún conserva algunos fragmentos de aquel concierto de 2002 en la Arena López Mateos; fragmentos, algunos, que recupero ahora y de los que ya he escrito antes pero que hoy dirijo a ti, no sé por qué.
Quizá porque en el fondo de mi alma desearía que los dioses violentos vuelvan a la vida, y que nos devuelvan consigo algo de la vitalidad que hemos perdido estos quince años porque este camino se ha hecho cada vez más complicado, cada vez más incierto.
We / shall/ kill, cantamos contigo para desahogarnos, Mille, pero pareciera que cantar no es suficiente y por eso nos madreamos sin tregua aunque amigablemente, y al vernos de esta forma sé que bien podríamos madrearnos en serio y rescatar algo de esta vida que es miserable y que es culera y por la cual también escribo.
Ya ha pasado una semana desde que te vi el viernes pasado en el Circo Volador, y todavía antier me dolía terriblemente el cuello y la espalda, pero disfruté como nunca, de las varias veces que te he visto (creo que ya van cinco), este concierto tuyo; se trató de un dolor que quisiera que no desapareciera nunca, porque me recuerda a ti, porque me recuerda lo feliz que soy al verte.
Mille, han pasado quince años desde que nos vimos por primera vez en la López Mateos y en ese tiempo las llamas consumieron tus discos; no pude rescatar ninguno de ese fuego ocasionado por el dios de la locura, la sobriedad y el desasosiego; un dios semejante al que aparece consumido por las llamas en “Gods of violence” y que quizá sea el mismo dios: el del rostro deformado por el fuego, un rostro cuya expresión es simplemente indescifrable. Pero que es real.
—No —me dijo esa vez el Yorch, un año atrás. Le había pedido que volviera a la banda que teníamos juntos, con la que tocamos varias veces “Violent revolution”.
—¿De qué pregunta me hablas? —le pregunto yo ahora que lo tengo aquí enfrente, esperando entrar al Circo para verte durante hora y media, Mille. Pero es hasta que salimos del concierto que entiendo de qué me estaba hablando este hombre y es que recuerdo que ya me había respondido con un “no” casi rotundo, por lo visto.
We
Shall
Kill
Eso cantamos aquí todos juntos. Porque estamos vivos y lo celebramos. Porque quizá no debemos volver la vista atrás.
Y es que en esos quince años, Mille, llevo unos doce maltocando la batería que empecé a “aprender” un año después de haberte visto, en el 2003, para luego formar la banda que solía tener con Yorch y que todavía tengo. Influenciada en casi todos los aspectos por ti. En la música, en las letras.
En estos quince años, Mille, Yorch se alejó del metal un tiempo tras dejar nuestra banda, y luego volvió al género y se unió a otro grupo. Al que no tenía que unirse.
En estos quince años, Mille, mi tío tuvo otros tres hijos y su casa se volvió mucho más grande. Y relegó al metal a un mínimo recuerdo que quizá sea este del que te he estado hablando.
En esos quince años, Mille, yo me enamoré otras dos veces.
Y te sigo escuchando.
Circo Volador, viernes 27 de octubre de 2017
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