El Tailer

Con cariño para Rodolfo Segoviano

Se desnudó el torso, puso los dos puños en guardia y te dijo: Bienvenido al club de la pelea. Sujetaste el vaso transparente de plástico con los dientes, también te quitaste la playera, levantaste los brazos y miraste aquellos ojos verdes en la cabeza rapada, sin cejas; un fulano diez o quince centímetros más grande que tú también te miraba, listo para despedazarte. Luego señaló su pecho, el tatuaje de Marla Singer/Helena Bonham Carter y, dándose una palmadita, el Tailer te dijo: Sorpréndeme. Apretaste un puño, el izquierdo, no el más fuerte pero sí el más preciso, y golpeaste directo AHÍ. El Tailer echó el cuerpo un paso o dos hacia atrás, sorprendido de verdad pues no esperaba que tuvieras algo de fuerza, pero rápidamente se reincorporó. Entonces esperaste el golpe: un puñetazo igual de directo, algo que seguro te tumbaría dos dientes o te llenaría el rostro de sangre, pero en su lugar recibiste un manotazo despiadado, veloz, casi invisible, que te hizo dar dos o tres pasos hacia tu izquierda y botar por ahí el vaso que media hora antes estuvo repleto de tequila. El resto de los asistentes a la fiesta se les quedó mirando. Alguien le bajó a la música grupera que sonaba, y ya varios de los sombrerudos que ahí pisteaban se estaban levantando de sus sillas de hierro/Cartablanca, sujetando sus cintos, aunque aún no se sabía muy bien si para amenazar o nomás para ver y celebrarles. Las chicas que iban con ustedes les suplicaron irse entonces; les dijeron que se dejaran de juegos, y cada una sujetó a cada uno; ambos se jaloneaban como perros encadenados en espera del siguiente ataque. Solo Dios sabe cómo fue que lograron sacarlos de ahí, y por qué fue que empezaron a hacer eso.

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