Cada vez que te enamoras, es claro que no es suficiente. Y enfrente de ti, mientras bailas esa canción, como nunca antes, como siempre quisiste, un cielo atormentado sirve de escenario para quienes la tocan, para Cigarettes After Sex. Los relámpagos se coordinan entonces con las luces blancas que de pronto los iluminan, que casi te sacan del letargo sensual, melancólico, que recorre tu espalda y te acaricia el alma como hace mucho nadie lo había hecho. Y bebes y bailas entre aquellas sombras que te abrazan, entre esos nubarrones grises que anuncian una imposible tempestad, entre los rostros de mujeres con lágrimas y otras imágenes que se despliegan detrás de los músicos que ahí tocan, sin moverse apenas, siempre en la misma posición, y de los cuales no conoces sus nombres, porque prefieres no conocerlos. Es mejor así, piensas, a veces es mejor no saber y es mejor imaginar que quien canta es en efecto una mujer, como cuando los conociste, hace tiempo, una noche en la que, como otras noches, tratabas de apagar tus infiernos a base de tragos de puro fuego. Así, la noche transcurre lenta, deliciosa, en ese tempo pausado, el mismo que suena si escuchas con paciencia las manecillas del reloj y aplaudes a su ritmo; un tempo que te acompasa el corazón y que, si estás frente al ser amado, te enardece la sangre y te sosiega el sufrimiento. Por eso te sumerges en su cabello, en su cintura, en su olor, en su voz cuando te habla al oído, en la mirada que te revela su amor profundo; quisieras gritarle al mundo, en ese concierto en El Plaza, espacio repleto de espectros como tú, que te va a estallar el corazón de tanto gozo, que quieres morirte ahí mismo, que no es posible volver a estar tan pleno, pero, como ellos, mejor solo te mueves de un lado a otro, hipnotizado por la melodía de John Wayne, K., Apocalypse, o de la misma Each Time You Fall In Love. Y de otras que no sabes su nombre pero, como ya dijimos, no importa. Lo importante es estar ahí y jamás mirar el teléfono, mejor a veces echar un vistazo a los rostros de los otros, a los ojos que se pierden en ese cielo blanco/negro, gris, y que, como tú, son tan felices al menos por ese momento.
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