Es triste olvidar,
es triste dejar ir, especialmente
una foto que pudo tomarse
y no se tomó.
La de aquel individuo que, sentado junto a su perro,
al pie de una bomba, esa construcción
de hierro y óxido que alguna vez reservó
agua
está ahí, abandonada entre escombros y vagabundos y otros
miserables
viviendo en ella, en realidad en el edificio derruido
que está a un lado, frente aquel hombre y su perro,
un animal atigrado, del tamaño de un mastín cruzado
con pitbul, perro asesino a los pies
de aquel hombre, un joven tatuado, el corte de pelo
como bacinica, los músculos en permanente
tensión,
gafas oscuras, de juda, un cigarrillo entre los labios,
y un cel, donde seguro está mirando
su feis, como espejo, así es como pienso
pedirle permiso de tomarle
una foto,
pero no lo hago, no solo por cobarde, sino para no perturbar aquella
imagen
que capturo con la mirada (y que permanece ahí), sino porque
quién sabe qué dirá aquel individuo, quizá le guste
la idea, pienso, por algo su vestuario es
tan extravagante, Mírenme, grita, Mírenme, aunque no haya
abierto la boca
una sola vez.
(O quizá no le guste
la idea
y una foto no merezca tanto
la pena.)
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