Diez años antes, diez años después

Diez años antes llegué media hora tarde, borracho y con el cabello más largo. En la víspera había comprado una yera de Malevolent Creation que solo usé esa vez (pues luego luego se deshilachó, como si la hubiese enjuagado en ácido). Me gustaba. No era mucho de yeras de manga larga, pero esa tenía pentagramas en ambas que me hacían ver, pensaba yo, ligeramente más rudo, ligeramente más maligno. Pero era tanto o más tímido que hoy (o quizá lo era menos). Era, eso sí, un poco menos guapo (más feo). Eusebio y Emiliano ya estaban por ahí sentados, con sus respectivas copas, y no mucho después ocupamos el mismo espacio que en esta ocasión: una pequeña mesita circular donde se colocó micrófono y libro. La presentación fue breve. Fui incapaz de hilvanar una idea tras otra, así que acaso di las gracias (hay un video de eso que no he visto nunca) y regalé los ejemplares que llevaba conmigo (de El sufrimiento de un hombre calvo, mi primera novela, mi primera presentación) a cada uno de los asistentes, casi todos familiares y amigos.

Esta ocasión, diez años después, llegué media hora antes, perfectamente sobrio, con el cabello más corto y una corbata negra que estuve a punto de usar en mi examen profesional. El espejo de la luna era prácticamente como lo recordaba. En una de sus estanterías, luego de pedir una Victoria y beberla casi a tientas, vi un libro sobre el fracaso que fracasé en comprar (me lo ganaron por haberlo dejado en su lugar, por decir: orita me lo llevo). De los presentadores primero llegó Gerardo, luego Mariana y luego el ganón de aquel libro que acabo de mencionar: Gonzalo (lo cual me alegra, pues por lo visto tengo buen gusto). Luego llegó Álex, el fundador del recinto cuya entrada terminó inundada (por lo que quienes aún estábamos adentro no pudimos salir sino después de dos horas). La presentación fue un poco más larga esta vez. Estos amigos míos (como hubiera querido Orson Welles) escribieron textos sobre el poemario que se presentó: El corazón es un órgano destructor (Natalia, al leer el título, que calificó de sublime, quiso ir a ver de qué se trataba) y generosamente los leyeron. Muchas de esas palabras fueron, desde luego, inmerecidas. Otras todo lo contrario. Hubo algunas risas.

Yahel, un chico que iba pasando por ahí con el corazón acalambrado, entró al café-librería-mezcalería-pastelería al ver tal algarabía (ía). Si bien la poesía (ía) no le era del todo ajena (¿a quién le es?), nunca había (¡ía!) estado en una presentación. Yahel tomó asiento, bebió mezcal, adquirió el libro, conversó con los asistentes y el autor y permaneció atrapado con ellos por el lago apestoso que en la entrada se formó un par de horas más tarde. Dichas personas, no les quedó de otra, leyeron poemas de diversos autores y épocas mientras las aguas lentamente se fueron disipando (por quién sabe dónde). Andrea, quien había asistido diez años antes (esa vez pasó de a rápido, dijo, y se llevó un ejemplar del calvo) insistió en que el autor del poemario de la noche, es decir el autor de estas mismas palabras, leyera algunos de esos versos. Tal fue su insistencia que cedí. Traté de leer los que creí que podrían gustarle (para que se animara a comprar el libro. Luego de tres poemas, por fin se animó).

Aquella noche, diez años antes, Marsi también fue. No iba sola, iba con Krayo (que no fue esta vez; en su lugar estuvo Gis), pero también con un regalo: un cactus. Me lo entregó en algún momento, no sé ni cuándo, mientras Frida me retrataba con personas que pensé seguirían en mi vida en la actualidad, a diferencia de mi pelo, que sigue conmigo. Apenas y pude preguntarle a Marsi qué hacía con «eso» (nunca antes me habían regalado una planta, y en ese momento no me interesaban). Tan no supe qué hacer con el cactus que lo dejé abandonado en alguna parte del café. Abril, quien también es dueña de dicho espacio, me dijo alguna vez que seguía ahí, vivo. Esta vez me dijo que probablemente había muerto. Chale, dije yo. De algún modo, abandonado por un padre que de pronto se fue por cigarrillos, el cactus había desaparecido. Me lamenté, pero solo por un momento, para sonreír después, listo para las nuevas fotos.

Fotografías de Marcela Martínez (excepto en la que sale ella) durante la presentación del poemario El corazón es un órgano destructor, llevada a cabo en El espejo de la luna, CDMX, el 23 de julio de 2022.

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