El corazón es un órgano destructor
Para Samuel Segura
Todo el mundo sabe que por Samuel Segura yo siento, fundamentalmente, envidia. Como todos los hermanos sienten y han sentido en la historia de la humanidad alguna vez.
He tenido el privilegio de presenciar el camino del escritor Samuel Segura: desde que, como estudiantes, ya asomaba su habilidad para describir espacios y sentimientos en cualquier actividad, o aquella vez, que de la forma más aleatoria y casual compartió en una reunión de estudiantes que iba a asistir al taller de Eusebio Ruvalcaba y le pedí acompañarlo. De ahí me ha permitido seguirlo desde su primera novela, ganar un premio, hasta hoy, que a tráves de El corazón es un órgano destructor toca a la puerta de la poesía y la poesía lo estaba esperando con una copa de mezcal para brindar a su salud.
El corazón es un órgano destructor es un poemario latiente, cada uno de sus textos es un sístole y diástole de imágenes y emociones por donde se desparrama la capacidad, la pluma y la visión del mundo del autor. Este libro bombea la sangre de Samuel y, como lectora, acompaño al autor en dolor de ver el abandono de los libros que le regaló a su mejor amiga; me siento hermanada en el amor a los perros, al blues; en la ilusión de no volver a matar un insecto o los varios momentos de melancolía.
Con cada uno de los poemas de Samuel, asistimos a fotografías de emociones, y se asoma el ojo que Samuel tiene para encontrar el cuadro del retrato perfecto. Una mención especial merece el poema que le da nombre al libro, ese, si me lo permiten, lo voy a compartir aquí:
PÁGINA 26.
Compadre de mi corazón, te sumergiste en el mar de la literatura y este océano te ha dado a probar momentos de conquista de la cresta de la ola y también te ha dado unas cuantas revolcadas, pero te ha convertido en el notable autor que eres hoy; ha profundizado al hombre sensible y amoroso que ya eras. Y de paso, esta ola ha depurado tus vínculos dejándote muy poquita arena en el trasero. Piensa que para las personas toma toda una vida y tu ya vas muy adelantado.
Te agradezco profundamente la oportunidad de presentar El corazón es un órgano destructor porque siento que en lo que escribes late una parte del corazón de Eusebio y me lo encuentro en el encabalgamiento de tus versos y en la sangre que recorre este poemario. Obviamente yo no soy nadie para decirlo, pero mi órgano destructor me dice que le gustaría tu trabajo y que consideraría que tu poesía soporta leerse crudo.
Celebro tu escritura, celebro tu ojo y la honestidad de tu voz. Gracias por recordarnos que la poesía necesita mucha vida y esa vida late en este órgano destructor.
Mariana Torres
Exordio de un poeta que recién se nos revela
Cuando conocí a SS no me hubiera imaginado que cultivara el gusto por la poesía. Después de todo era un periodista en ciernes que había ganado recientemente un premio de novela y que tocaba la batería en una banda de Metal. Bajo este orden de ideas, parecía estar destinado al lado prosaico de la literatura. Pero aquí estamos reunidos en torno a su primer libro de poesía, El corazón es un órgano destructor.
Hoy me queda claro que SS es un polígrafo, un hombre que busca expresarse a través de la palabra escrita a toda costa. Como si la vida le fuera en ello. La novela, el cuento, el guion, la crónica de largo aliento, el perfil, el artículo periodístico y la poesía no le resultan extrañas a este escritor.
Eusebio Ruvalcaba se encargó de presentarnos en el taller de los sábados, en Tlalpan, hace muchos años. No recuerdo con precisión la fecha. Desde entonces hemos sido amigos. Hemos derramado copas en las cantinas y unas cuantas lágrimas en las calles, bastante borrachos por supuesto. Compartimos algunas alegrías, pero, sobre todo, las desazones de la vida y del oficio. Quién sabe si, como auguró Eusebio Ruvalcaba, perderemos la vida a manos de la misma mujer. Todo es posible.
Como pueden ver, nos hermanan muchas cosas. Las mujeres. La embriaguez. La locura. Los libros. Los cuentos. Las novelas. Y esta noche la poesía. La más venerable y demoniaca de las formas en que el arte se le ha revelado al ser humano, después de la música.
Cuando se escribe poesía se corren muchos riesgos. Por ejemplo, que un rayo nos fulmine por insultar a un dios con versos defectuosos. Perder la poca autoestima que se tiene o tirar por la borda un ligue con tal de leer esos poemas inspirados al calor de un arrebato.
O algo menos estrambótico, pero más probable. Que al escribir seamos jueces implacables de uno mismo. Y que, al hacerlo, el pensamiento y la emoción se aniquilen mutuamente, con resultados fatales para el poema. El cual termina dotado de palabras, pero amputado del acontecimiento, la revelación o el misterio. Cuando se cae en la complacencia, la emoción desborda cada verso y sobreviene el sentimentalismo. Hay que temerle a toda costa al sentimiento desbocado. También puede suceder que las ideas se impongan por encima de la emoción y que el poema resulte estéril, convertido en un baldío.
Lo que trato de decir es que la poesía requiere que la voluntad creadora logre balancear dos fuerzas adyacentes, el pensamiento y las emociones. Que estas encuentren su equilibrio. Es un trabajo extenuante para el poeta lograr que el verso tenga vida, que despliegue su forma con naturalidad. Que las palabras no estorben unas a otras. Que el ritmo sea consistente y que cada pausa sea parte de la respiración del lector. Que la vida fluya a través de las palabras.
La poesía es una alquimia. En este sentido es un modo de ver el mundo, de interpretarlo y de crearlo. Este es el rigor al que SS, como miles antes que él, se ha sometido para dar a luz El corazón es un órgano destructor.
Un libro que no puede dejar indiferente a quien lo lee. Porque el autor de estos versos es consciente en primer lugar, de la soledad que exige el oficio.
Parezco entender
ahora, veinte años después,
que el poema nace
no se hace,
que el poema exige
ser escrito
cuando quiere: puede ser
a mitad de la noche, mientras se duerme
con la persona que se dice amar…
La poesía exige todo de quien la escribe: sus horas buenas y malas, las horas huecas y los momentos plenos de vida, cuando el autor hace las paces consigo mismo. Sobre todo, exige soledad y amor por la palabra escrita. Exige que el autor entre de lleno en la tormenta.
Intuyo que no hay modo de querer
a nadie, o a algo, si no se quiere
del todo, si no se entrega una gran parte
de uno mismo
a eso
a esa
persona o cosa
actividad o tarea, lo que sea
que hagamos; si no estamos
dispuestos
a entrar de lleno en la tormenta:
será inútil o no será.
En esta hipérbole del ser o no ser poético es donde el poema se juega la existencia. De antemano, SS nos confiesa, como un apostador, que su diosa es la derrota.
La virgen de la derrota está desnuda
frente a mí,
su cuerpo es como el de cualquier otra virgen
pero sin manto alguno
que la proteja
(¿de quién? si no es de Dios)
de mi mirada que se abstrae ante aquellos senos que se acercan
cada vez más
c e r c a
para darme de beber
la sangre que emana, la sangre que bulle
de aquellos pezones que ciegan
por tanta luz.
En esta estrofa, que bien podría tratarse de un poema en sí mismo, nos da una pauta de lo que hallaremos en su corazón, sometido a la tempestad, escorado por esos golpes de la vida, tan fuertes, que Vallejo inmortalizó.
No es este el lugar ni el momento para hablar de influencias, pero no quiero dejar de mencionar que SS ha sabido abrevar de su maestro, como varios de los presentes, quienes compartimos la tutela de Eusebio Ruvalcaba.
SS escribe, él mismo lo confiesa
Desde las casas que nadie habita pero que se siguen
construyendo
sobre ruinas de familias desbaratadas
entre soledad y dolor,
luego de guerras que todos y nadie lucha, y que siempre dejan caídos:
hijas que no lo son y un mal día se enteran,
hijos que nunca fueron, muertos sin haber vivido,
amores que abandonan, que se van, y que también se mueren
como el mar
que acaricia los pies un momento, para luego desvanecerse
en el tiempo.
Desde ahí te escribo.
Estos paisajes de la desolación me recuerdan otro oficio que persigue nuestro amigo, el de fotógrafo. Tengo que apuntar que con buenos resultados. Paisajes inhóspitos donde el polvo humano, el abandono, la herrumbre, lo baldío nos conducen inmediatamente a los parajes de una ciudad sitiada por el dolor, por lo irreparable.
Los caminos que SS transita en este libro son una senda que el lector “habrá de atravesar (descalzo)” sobre
hierro ardiente y mentiras,
y en cuyo fondo Dios llore a gritos,
consolando a sus demonios,
para luego reírse (a gritos, también)
de nosotros
que inclinados frente a él rogamos
su perdón.
Le auguro a los lectores un camino plagado de espinas y de hallazgos, un punto de partida idóneo para adentrarse en la poesía que se escribe en esta época. He tratado de rescatar algunos detalles, algunos destellos, si gustan, de lo que podría llegar a ser la voz de SS, tan cercana o por así decirlo, emparentada con poetas como el propio ER, Charles Bukowski, Karmelo Iribarren y Pablo García Casado, de un tono más coloquial que lírico, no exento de imágenes bien logradas, de frases afiladas a cuchillo, como esta.
Ay de aquel que busque una salida fácil:
la suya será una vida sumida en el desasosiego.
Frase que bien podría adornar la tumba del poeta. Quien no habla desde la fragilidad de un hombre que sabe que está solo. Desde un corazón minado por los golpes que un día serán insoportables. Desde una voz en gestación que busca la manera de desatar el nudo que hay en las entrañas el poema.
Gonzalo Trinidad Valtierra
La poesía brota de la herida
Quisiera empezar agradeciendo a Samuel Segura (1987) por esta oportunidad que me da para presentar su primer libro de poesía “El corazón es un órgano destructor. No quisiera omitir en mi comentario la realidad que estamos viviendo a nivel global, en este mundo cada vez más polarizado donde sigue persistiendo una dictadura mundial del planeta entero por unas cuantas familias. La injusticia como el pan de cada día y la economía en manos de los que se creen dueños del mundo, crean acciones económicas que solo les beneficia a sus bolsillos: el aumento de la pobreza que esperan para este año sea más de 250 millones de personas, de las que actualmente hay: el informe de Tras la crisis, la catástrofe, publicada en una de las reuniones emblemáticas de la Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional , apuntan que al terminar el 2022 pronostican un total de 860 millones de personas que podría vivir en situación de pobreza extrema, ni siquiera pobreza. Ojo con esto, lo dicen las instituciones voceras de los multimillonarios. No lo dicen los progresistas. Pero tampoco hace falta irse a los países más pobres del planeta para cerciorarse. En México, ante la crisis mundial de la pandemia, el incremento a los precios de los alimentos que de por sí ya eran altos, al día de hoy, la canasta básica es inaccesible para muchísimas familias. El aumento del salario del 22 % recientemente, no cubre siquiera lo que en el 2012 podía adquirir una familia de cuatro miembros en el país. Una total burla para los trabajadores, cuando especialistas destacan que la inflación está por arriba del 8.6% (El Economista, 2022), es decir, el poder adquisitivo es peor que en años anteriores. Sumémosle el crecimiento del desempleo y las violaciones a los derechos laborales se han disparado como nunca; la inseguridad que supera el color crepuscular de la tarde, porque el color rojo de los semáforos no puede medir la bestialidad que se ha desatado en todo nuestro territorio nacional. El cambio climático que ha sido acelerado por las regaladas políticas que el gobierno les “impone” a las industrias transnacionales o nacionales, pero quienes sufren las peores consecuencias de los desastres naturales son, otra vez, nosotros, el pueblo trabajador. El recorte al Presupuesto de Egresos de la Federación, que limitan el progreso de colonias por falta de obras públicas, educación, salud, ciencia y cultura. En resumen, estamos en las peores condiciones de existencia, subsistiendo en este mundo que está enfermo de inhumanidad, empobreciendo nuestras vidas.
En este contexto, queridos lectores, la obra poética de Samuel es un respiro, es aliento, es la palpitación de una persona preocupada, que salva todo aquello de lo que muchos otros no pueden hacer. Y no quise omitir estos hechos porque por más que se diga que el artista está alejado de esto, no imagino ni tantito que el poeta en una mañana abra la puerta de su refrigerador y vea que no tiene ni leche ni huevos para hacerse un desayuno y entonces regrese a su cama y se diga “eso les toca a los políticos” mientras tanto sigue escribiendo sobre el cielo, el pasto, la noche o el amor. No. Ni muchos menos creo que no se indigne cuando vean a niños descalzos y faltos de nutrición pidiendo dinero en la calle. O no se inquiete cuando un animal sufre el despotismo del hombre. Samuel dice:
¿Te has fijado cómo
cuando ladran los perros de azotea
en realidad, piden auxilio y buscan
llamar tu atención?
Quieren que los bajes,
que los liberes para no servir más
a su dueño
que los patea y los tiene
sin comer,
sin beber,
atados
ahí arriba,
bajo el cielo.
El poeta observa, siente, hace suyo el dolor mudo que manifiesta el amigo más longevo del hombre. Estos primeros versos del poemario, cuando uno los lee ya es imposible no recordarlos al salir a la calle y escuchar, de pronto, el ladrido de los perros en la azotea. Es imposible. Al menos a mí me sucedió. Es ese mismo efecto que me produjo aquel verso de Ramón Gómez de la Serna, poeta español vanguardista, cuando dice: “Enterramos al perro, pero el ladrido quedó en otro perro que ladraba a lo lejos”.
Aunque Samuel nos hace consientes del dolor canino, también su pluma brilla para trasmitirnos ese amor lúdico que sólo los perros tienen. Me refiero al poema “Me parezco a mi perro”, posee ese toque de humor en la idea de que él quisiera parecerse, más bien, los perros también son reflejo de su dueño por más que Samuel insista en negarlo, hay mucha semejanza: “No me parezco al Pozole, y lo lamento”, dice.
Qué versos muy bien logrados cuando expresa que “solo se parece a su perro” en las siguientes cosas:
en nuestra gordura,
en nuestras piernas cortas,
en el pelaje negro,
en que siempre estamos calientes, listos
para hacer el amor.
Estos versos tienen ese estilo jocoso Nerudiano; cuando murió uno de sus adorables perros, Pablo Neruda escribió: “Ay cuántas veces quise tener cola / andando junto a él por las orillas del mar”. En los últimos versos de este poema, agrega Samuel:
A veces nos recostamos juntos en el suelo
y roncamos
mientras él me abraza con su pata izquierda y me protege
del mundo”
Ese poder único que el poeta le transfiere al Pozole es potente, no lo digo porque quiero subrayar la palabra izquierda, pero es ese amor infinito que el poeta deposita en su amigo es detonante. Aunque hay mucha influencia de Charles Bukowski en la mayor parte de la obra, aquí hay algo de él, cuando Bukowski igual transfiere esa magnanimidad en un perro callejero: un solo perro, caminando solitario sobre una acera caliente del verano, parece tener el poder de diez mil dioses, ¿por qué es así? Aunque pozole fue un amigo domesticado, no perdió ese poder conferido.
Ahora bien, la poesía no solo es cosa de poetas. Como atinadamente lo dijo alguien: “la poesía le da al hombre la conciencia de ser algo más que tránsito”. Rompe con esa forma llana y monótona en que se nos presenta la existencia. La poesía no solo es el arte de expresar los sentimientos, emociones y reflexiones más profundas del hombre a través de un lenguaje finamente elaborado, sino más aún, la poesía, como todas las manifestaciones artísticas, es formadora y transformadora del individuo mismo e invaluable instrumento de sensibilización individual y social. Por eso, los poetas son hombres, lo mismo que nosotros, solo que con una diferencia: “el corazón lo tienen en las manos”. Es decir, ellos son los heraldos del porvenir, los voceros de aquellos sentimientos que, en ocasiones, nos avergüenza expresar, como el amor, la felicidad, el odio, la humildad, etc.
El poema “El corazón es un órgano destructor” (que es el título que lleva de nombre el poemario) es, en principio, una catarsis de cuyos recuerdos y memorias el poeta está explicitando para entregarse en su totalidad a aquello que solo a través de la palabra puede ser superado, o al menos, darle la tranquilidad. Empieza, a mi consideración, con un ritmo aleccionador, impulsivamente nostálgico, que, con palabras claras y sencillas, logra transmitirnos su mensaje:
Sabes que te extraño
con todo el corazón
y que aunque es lugar común decirlo
yo espero cada noche, cada día nublado y cada rojo atardecer
a que vuelvas por mí,
a que digas: “yo también te extraño
mucho mucho,
he estado pensando
todo el tiempo en ti”.
El poeta Samuel arroja excelsamente ese sentimiento contenido en ese ser querido que, sin duda, ha pasado a otra vida. Es honesto consigo mismo, se dice : es duro saberlo. Y arremete:
Aunque no sé, la verdad,
por qué te fuiste
tan lejos.
Insiste en su dolor, en esa herida que no sana pero que patea como un caballo loco. Y termina, por lo menos así lo siento yo, por admitir la pérdida, consiente del sufrimiento que permanecerá por siempre en él, con cierta mezcla de optimismo y pesimismo, sentencia:
Solo sé que el corazón
es un órgano destructor
y que, como la esperanza,
se muere al último.
El corazón como el último motor en apagarse en la vida, es al mismo tiempo, el evocador de ese dolor que no cesa, pero destruye hasta el final de los tiempos. La angustia por la muerte es un tema sostenido en los poemas adherido a esta obra. Vuelve a tocarse en “Hoy murió un viejo amigo”, “Desde ahí te escribo” y “a lo lejos suenan las mañanitas”, al parecer son estos poemas, al menos lo que yo logro comprender, en torno donde gira el tema de la muerte. Que sí, en varios poemas más está contenido, pero yo referí más en estos mencionado porque me parecen los más excelsos en el tema.
Así, pues, los diferentes poemas suman a ese verso conmovedor de Ramón López Velarde: el dolor es un ensayo de la muerte. Ese es, a mi parecer, una parte de la vértebra principal de la obra que hoy estamos presentando. No hay duda, este poemario “no es más que la sangre que brota de la herida”.
Para ir terminando, diré que la Cafetería Espejo de la Luna representa un recinto importante para nuestro poeta celebrado que, con mucha humildad, reeligió este lugar para estrenar su obra poética que, si mal no recuerda, fue la misma que hace diez años le abrió la puerta para presentar su primera novela “El sufrimiento de un hombre calvo”, con la que obtuvo el reconocimiento de “Primer Premio Nacional de Novela Corta de Humor”.
Samuel Segura tiene una trayectoria importante como escritor, que incluso varios críticos han apuntado que sus novelas y cuentos, poseen buena dosis de poesía. Por eso no es raro, que el Segundo Premio Juvenil Universo de Letras, del Fondo de Cultura Económica otorgado en el 2018, los jurados apreciaran darle el merecido reconocimiento a su libro Metal por saber combinar la poesía y novela, en su justa medida.
Este poemario no es ni mucho menos una justificación de que Samuel es capaz de hacer poemas, sino el desemboque de la poesía que durante años se estaba condensando en sus venas hasta que no pudo más y aquí está el resultado: un libro de poemas editado por Buenos Aires Poetry, muy bello, atractivo a los ojos con 32 poemas muy bien estructurado y organizados a lo largo de la obra.
Gerardo Almaraz
Textos leídos en la presentación de El corazón es un órgano destructor, llevada a cabo el 23 de julio de 2022 en El espejo de la Luna, CDMX.
*El corazón es un órgano destructor no es un poemario al uso. En realidad es un compendio que reúne algunos cuantos versos del autor, letrista de una banda metalera pseudosatánica que los escribió, por lo general, muy triste mientras bebía unas cuantas copas frente a su computadora. Lo cual justifica la baja calidad de los mismos. Por lo que su única cualidad, probablemente, sea la honestidad. O al menos la que aparentan. Son lo que son y no hay más. No hay maromas ni engaños, no hay florituras ni metalenguajes; pura autodestrucción, la reverberación de una cruda que apenas se vislumbra; el retumbar de los oídos luego de un concierto de death metal.
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