Las cartas son actos de amor. Especialmente cuando van dirigidas a alguien que ya ha fallecido (pues se da algo sin esperar nada a cambio). Y si son de odio también son de amor porque, bien lo dijo Julio Jaramillo, solo se odia lo querido. Escuchar dichas cartas de viva voz de quienes las escriben es un regocijo. Un deleite inusitado. Compilarlas, leerlas en conjunto, una masajeada -sabrosa- al corazón. Y es que las cartas, como género literario, son las más populares. Porque todos pueden escribirlas. ¿Quién no ha escrito una? Incluso a modo de correo electrónico. (Si no lo han hecho, los invito.) Sobre todo quién no ha leído una y ha quedado, por lo menos -para bien o para mal-, conmovido.




























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