Oculto detrás de la narrativa: Enrique Serna

Harold Melvin y los Blue Notes sonaban en su reproductor de música aquel día. Llevaba más de veinte años sin escuchar esas notas que le devolvieron los recuerdos de la niñez y de la adolescencia temprana. “Una especie de reminiscencia proustiana”, dice Enrique Serna, al tiempo que explica su analogía: “en el primer tomo de En búsqueda del tiempo perdido (Marcel Proust) hay una famosa escena, cuando el protagonista prueba una madalena remojada en té que le trae a la memoria todos los recuerdos de su infancia. Algo parecido me pasó a mí al escuchar esa canción”.

Así, de golpe, como ahora bebe el agua de jamaica que bien podría ser ese té que le ayudaría a recordar para responder preguntas: “Creo que es por timidez, en parte. La escritura es algo que permite comunicarme con mucha gente, escapar de mí mismo y tener comunicación de la mejor manera posible con un buen número de gente… uno nunca sabe el motivo más profundo por el cual uno tiene esta necesidad expresiva”.

Enrique Serna, sin embargo, tiene bien definidos dos momentos por los que inició a escribir. Uno, por su madre, lectora que iba de los bestsellers hasta clásicos de la literatura universal, le enseñó que leer era una forma de entretenimiento. Él la imitaba. Dos, por una clase aburrida en la preparatoria en la que se puso a escribir un cuento fantástico: “La Bóveda”. En el que todo transcurre dentro de una cajetilla de cerillos, siendo éstos los personajes. Tenía diecisiete años.

–Ese cuento lo mandé a un concurso semanal permanente de cuento corto que había en el suplemento del periódico El Nacional, y me lo publicaron. Me dio una gran emoción y sentí que había descubierto mi vocación. Realmente no sé por qué me lo publicaron, era un cuento muy malo, tal vez no recibían ninguna colaboración, pero de cualquier manera produjo un gran efecto y de ahí empecé una larga evolución, porque realmente no fui un escritor precoz y tardé bastante en escribir relatos legibles.

–¿Qué tanto tardaste?

–Hasta los veinticinco, veintiséis años.

Enrique Serna vuelve a beber de su agua de jamaica. Se mantiene serio y apenas sonríe. Porta una camisa de manta con bordados coloridos y el cabello como si recién despertara de una siesta. Constantemente pasa sus manos a través de él. Se frota el rostro. Recuerda que Harold Melvin y los Blue Notes sonaban en su reproductor de música aquel día que decidió escribir Fruta verde.

–¿Qué tan complicado fue escribir esta novela?

–Fue muy difícil porque nunca me había tomado a mí mismo como personaje y, sobre todo, temía traicionar el carácter de los muertos más queridos de mi panteón familiar que son los otros dos personajes de la novela: Paula Recillas y Mauro Llamas. Pero cuando iba ya avanzado en la novela decidí que era imposible tratar de resucitar a los muertos y que entonces tenía que conformarme con que fueran personajes que estuvieran vivos dentro de la ficción.

Los elementos de ficción en la novela sobreviven en la medida en que los hechos que narró Serna no ocurrieron exactamente así. “Hay que hacer un reacomodo para ir desmenuzando lo que llamaba Stendhal ‘los movimientos del alma’. Eso fue lo que me hizo tener que hilar muy delgado y sobre todo traté de depurar al máximo el lenguaje porque yo pensé que lo único que podía darle de cierta dignidad a esta obra, que no se viera como una especie de chisme, era que fuera una obra literaria lo más perfecta posible”.

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Sus padres se divorciaron cuando Enrique tenía catorce años. Vivían en la colonia del Valle en la Ciudad de México. Eran una familia de clase media. Recuerda que su madre le leía Corazón de Edmundo de Amicis. Cada noche, a él y a sus hermanos, les leía un capítulo. “Es la historia de un grupo de niños de un internado de Turín, que son unos mártires del estudio algunos de ellos, se sacrifican por ayudar a sus propias familias; son historias llenas de truculencias melodramáticas que a mí de niño me hacían llorar y cuando entré al Instituto Patria, que fue mi primer colegio, iba dispuesto a ser un  matadito por imitación de esos niños de ese libro que me había leído mi mamá”.

Se volvió el matadito esos años. Hasta que llegó a la universidad. Dejó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM para dedicarse a escribir. En vez de leer a los clásicos del marxismo, corriente teórica que proliferaba cuando él fue estudiante en 1978, prefería leer a Oscar Wilde.

Ahora vive en Cuernavaca, después de haber pasado dos años en Barcelona, uno en Madrid y otro tiempo en Sonora. Lleva poco más de ocho años ahí porque le parece un lugar tranquilo para escribir, alejado de la ciudad. La charla transcurre en su jardín, sentados en una mesa blanca de metal que se mueve cuando Enrique recarga sus brazos blancos de los que resaltan pecas.

–Pero en Fruta verde sí hay un cambio en el joven. Después de estudiar en Políticas, se vuelve más rebelde.

Se frota el cabello y el rostro. Se remoja los labios.

–Sí, por supuesto que sí me influenció mucho ese adoctrinamiento marxista, en particular un libro, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Federico Engels, me causó un profundo impacto.

Además de Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia y José Agustín, como narradores. “De mis contemporáneos también hay varios que me parecen escritores magníficos como Xavier Velasco, Volpi, Eduardo Antonio Parra. Creo que hay una tradición literaria muy rica en México y he tratado de aprender algo de todos estos clásicos”.

–¿Cómo definirías tu estilo?

–He tratado de esconderme detrás de mis narraciones. He ido evolucionando de tal manera en la que ahora no me interesa hacerme presente en la narración, como sí me pasaba, por ejemplo, cuando escribí Uno soñaba que era rey, novela que en algunos capítulos es muy barroca porque traté de hacer una fusión del habla de los chavos banda y la poesía barroca del Siglo de Oro. Creo que lo que pasa es que muchos escritores tienden a, yo era así, querer evidenciar su voluntad de estilo, pero creo que cuando la voluntad de estilo se nota es porque el estilo es fallido. En cambio, cuando el escritor desaparece porque utiliza un lenguaje que no llama demasiado la atención, pero es funcional, entonces una narración puede hechizar mejor a los lectores.

– ¿Tu narración es hechizante?

–No sé, yo lo he tratado. He tratado de retener la atención de los lectores sin hacerme presente de esa manera como lo hacía antes.

Nadie revisaba sus textos. Lo que hacía Enrique Serna era dejarlos reposar. Al verlos tiempo después, notaba los errores que no había visto antes. Eso se lo atribuye a que el joven escritor está en un proceso de formación en el que se cambia la forma de concebir la literatura en periodos breves de tiempo. En el que se afinan las herramientas intelectuales.

–¿Qué le dirías a un joven que quisiera dedicarse a escribir?

–Pues le diría que leyera a los clásicos de su propia lengua, tratando de fijarse en cómo utilizan el lenguaje. Que procure aprender lenguas extranjeras para leer a los clásicos es sus propios idiomas. Que tenga autocrítica y humildad para aceptar que no siempre lo primero que uno escribe ya es una genialidad. Y que tenga además curiosidad intelectual para ensanchar sus horizontes culturales.

Nunca tomó un taller de creación literaria y de ellos piensa que pueden ser útiles, sobre todo para formar lectores. Si de alguno sale algún escritor, está bien, comenta. Alguna vez ha impartido talleres de tres o cuatro días, no más. Como al que lo invitó Josefina Estrada con las reclusas del penal de Tepepan. Ellas leyeron su novela Señorita México. “Fue triste, me sentí compenetrado con ellas por el hecho de que tuvieran a sus niños ahí en la cárcel, que hasta los tres años los dejan estar con ellas, verlos encarcelados. Es un golpe emocional muy fuerte”.

–¿A qué panorama se enfrentaría un joven escritor, al mismo que narras en El miedo a los animales?

–Creo que el panorama para todos los jóvenes en México, escritores o no, es bastante desolador. Por el estancamiento económico del país, la escala terrorista de la delincuencia, esta guerra salvaje en la que estamos viviendo. Y también porque es muy difícil vivir de la literatura. Pero yo creo que cuando alguien tiene una vocación fuerte puede sobreponerse a todas estas adversidades. Y lo que sí es verdad y quizá sea ese el mayor aliciente es que precisamente sociedades en crisis como la nuestra, donde hay tantas patologías sociales, familiares, demás, son un laboratorio muy rico para trabajar la imaginación y para escribir. Digamos que el país tal y como está ahora es una veta, un filón de oro para un narrador inteligente.

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Ya no hay agua de jamaica en su vaso. Los recuerdos quedaron atrás. Su cabello sigue alborotado y la tarde comienza a morir en Cuernavaca. Falta poco para que anochezca. Enrique Serna cruza los brazos y observa el jardín que está frente a su casa. Espera la siguiente pregunta, sin prisa. Al recargar de nuevo los codos en la mesa, ésta se mueve y rechina.

–En alguna entrevista señalaste que la vida de los canallas nos enseña mucho más de la condición humana que las vidas ejemplares. Sin embargo, en La Sangre erguida, en algún momento los personajes se reivindican.

–Bueno, yo creo que cualquier persona en la vida puede tener muchos cambios, cambios que lo mejoren o lo destruyan, o cambios que destruyan a los demás o que sean más benéficos para los demás. Entonces, creo que es muy interesante hacer el estudio del carácter de la mente criminal o de la gente con voluntad de poder, como lo traté de hacer en El seductor de Patria, el caso Santa Anna. Pero también hay otro tipo de personajes, que hay que analizar un poco, hilando más delgado. En efecto, son personajes, sobre todo en el caso del actor porno, él es un personaje que se reivindica, descubre el amor en una época tardía de su vida, y entonces empieza a ser, digamos, un místico del erotismo después de haber sido un hombre que únicamente utilizaba su pene como una herramienta de trabajo.

–¿Por esa razón elegiste a Santa Anna para tu novela, nunca pensaste en otro  personaje histórico?

–En el prólogo narro las circunstancias por las cuales surgió esa novela. Yo iba a escribir una telenovela histórica para Televisa, y el proyecto se canceló. Yo ya había investigado mucho sobre el personaje y decidí utilizar todo ese material para escribir una novela, a partir de cero porque el lenguaje literario y el lenguaje de la telenovela son totalmente distintos. Ahora, yo tenía simpatía por él porque me parece que estos antihéroes… me parecía, sobre todo, intrigante cuál era la complicidad que existía entre Santa Anna y la sociedad de su tiempo, que creo que siempre hay una complicidad de las sociedades y los tiranos, de lo contrario no llegarían al poder y ése era el tema interesante de la novela.

Tardó cuatro años en escribir El seductor de la Patria. Apoyado por un trabajo de investigación para afianzar la personalidad del personaje con los hechos históricos de su tiempo. Sin necesidad de inventar nada, salvo las licencias narrativas para contar la historia. La vida de Santa Anna fue un juego de serpientes y escaleras al que sólo le faltó ser recreado por la ficción.

¿Cómo configuras a tus personajes?

–Para mí lo que determina el curso de un relato, de una novela, es la trama, más que la psicología de los personajes. Necesito tener una buena trama, pero ya que tengo eso construido, entonces sí trato de meterme en la piel, sobre todo trato de que el personaje esté vivo ante los ojos del lector desde los primeros párrafos de un relato, porque eso sí lo he visto como lector: uno sólo se engancha en la vida de un personaje al cual ya conoce bien por dentro. De modo que el arte de novela es el arte de interiorizarnos en la mente de un personaje y hacernos sentir como que estamos contemplándolo todo a través de sus ojos. En eso era un maestro fabuloso Dostoiesvski. Entonces, creo que lo más interesante es meterte en la piel de personajes que pueden ser absolutamente ajenos a ti, o que tengan cierta cercanía o desdoblarte para crear personajes femeninos.

Ocupa cinco horas diarias escribiendo. Mínimo. Dos o tres horas leyendo. Lo que sea, lo que caiga en sus manos. Poesía, novela, ensayo, teatro. Así ha perfeccionado su estilo que desarrolla en tres géneros: novela, cuento y ensayo. Pero es en el erotismo donde se ha exigido más. Lo mira como un reto para cualquier escritor. Es el momento en que se obliga a depurar el lenguaje. “Hay muchas maneras de narrar un encuentro sexual pero cuando te propones expresarlo de la manera más emotiva y más brillante posible, entonces significa poner a prueba todas tus capacidades como escritor. Aparte creo que  es muy interesante adentrarte en lo que pasa en la mente de los amantes. Creo que ahí está la diferencia entre el erotismo y  la pornografía. La pornografía es una descripción de actos sexuales, y el erotismo se fija más en lo que pasa en la mente de los personajes desde el momento en que surge el deseo hasta que se consuma”.

Pero no sólo el erotismo es parte de su escritura. También el humor.

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Enrique Serna se ríe. A veces. Como cuando está concibiendo alguna maldad, él es el primero en reírse. Pero sabe que el humor debe darse de manera espontánea. Como las ganas de hacer el amor. No se esfuerza. Sale a veces, dependiendo de su estado de ánimo. Pero si pretendiera obligarse a escribir con humor, algo dentro de sí lo inhibiría por completo.

–“Todos nos estamos riendo de Peña Nieto, pero si llega al poder, quien se va a reír de nosotros es él”, publicaste el 6 diciembre 2011 en Facebook. ¿Qué significa para un país que un candidato a presidente no pueda citar tres libros que marcaron su vida?

Vuelve a reírse.

–Bueno, es obvio que la cultura literaria de Peña Nieto es bastante pobre, pero yo creo que lo más grave en él no es eso, sino que sea un representante del viejo sistema político mexicano que quiere regresar al poder y que puede hacer una restauración autoritaria de la dictadura perfecta. A mí es eso lo que realmente me preocupa mucho más de Peña Nieto, porque lo de sus pifias literarias es anecdótico, pero eso sí, puede tener consecuencias funestas para México.

–Entonces no crees que le llegue a afectar, políticamente hablando.

–La verdad no porque, por desgracia, la mayor parte del electorado tiene el mismo nivel educativo que él y puede que hasta se solidaricen con sus errores. Lo que sí tal vez le puede afectar un poco es la intervención de su hija cuando habló tan despectivamente de “la prole”. Eso probablemente le dañe más.

Y se ríe más fuerte cuando se le sugiere que mencione sus tres libros favoritos.

–¿Piensas abordar el contexto actual de nuestro país en futuras publicaciones?

–Probablemente sí. Lo que pasa es que todas las atrocidades que estamos viviendo a mí me han desbordado como escritor. Es muy difícil escribir al calor de los acontecimientos, se necesita una distancia temporal para juzgar las cosas, y entonces, no sé, yo no me atrevo a escribir una novela sobre el mundo del narco, el mundo del hampa, porque es un mundo que no conozco. Y creo que si lo conociera por dentro, hay muchas posibilidades de que no pudiera salir de él. Entonces por eso no me he atrevido a escribir sobre eso. Quizá escribiría, en todo caso, sobre todo este ambiente de pánico en el que hemos vivido todos, del terror al secuestro, a los asaltos, a los levantones, todo este clima de terror creo que es interesante para reflejarlo. Escribí un cuento hace poco, que voy a publicar el año que entra, que se llama El converso que ocurre en un pueblito de Michoacán en donde sí aparece toda esta situación de la omnipresencia del crimen. El personaje es un cura de pueblo.

Sabe que un autor como él podría darle luz a la gente que lo lee si escribiera sobre temáticas actuales. Menciona a Laura Restrepo y su Leopardo al sol, como un ejemplo de novela sobre el narcotráfico y cómo puede resultarle útil a una persona que la lea en México.

No se considera un escritor hecho, porque si lo fuera, no le quedaría más que repetirse al haber encontrado una fórmula de éxito. “Y la literatura es una búsqueda en la que hay que tratar de renovarse todos los días, encontrar cosas nuevas. Prefiero ser un escritor que todavía no ha dado todo”.

–¿Cuál es el alimento del escritor?

Enrique Serna se ríe por última vez. No, no es la última.

–El aplauso es el alimento del artista.

Ahora sí, se ríe por última vez tras referirse al título de uno de sus cuentos.

–Pues sí, realmente necesitas retroalimentarte. Ver las reacciones que producen un libro, un artículo. También pensar en la repercusión que puede tener la literatura en grupos sociales donde se lee poco. Hay veces que he tenido satisfacciones muy buenas al saber que un libro se leía en una maquiladora en el norte del país o cuando tuve el taller con las reclusas del penal de Tepepan. Ahí es donde uno se da cuenta de que, si la literatura sale de los círculos intelectuales y llega a la gente, puede cambiarles la vida a muchas personas.


Texto publicado originalmente en Kaja Negra.

2 respuestas a “Oculto detrás de la narrativa: Enrique Serna”

  1. […] no sé, me parece que hasta le tenían cierto miedo… y no es para menos: yo, siendo muy chavo, lo entrevisté a propósito de La sangre erguida temerosa y chafamente, pero esa conversación me regaló una enorme experiencia de vida que le sigo […]

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