El cielo bajo es todo lo que veo

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Entonces el cielo bajo es todo lo que veo,
todo lo que quiero de ti es que me perdones.
Así que traes a este perro de la lluvia,
aunque él solo quiera volver afuera otra vez.

Metallica, “Low Man’s Lyric”

 

La idea rondó por mi cabeza durante días. Quiero vivir en la calle, me quiero convertir en vagabundo, le decía. Solo en la calle se es verdaderamente libre; las personas que viven ahí son las más valientes que existen: si bien no tienen que preocuparse por un chingo de pendejadas (como pagar la luz o saber cuál es la noticia del día), sí tienen que hacerlo por lo verdaderamente importante: comer, vestir… sobrevivir.

Eso le decía.

Alguna ocasión, a salvo tras la ventanilla de una micro, observamos una comuna callejera instalada con lonas, maderas, cartones, palos. Aquella unidad habitacional improvisada llevaba un buen rato ahí (tiempo después la desmantelaron cuando pusieron unas estructuras tubulares metálicas para evitar su asentamiento). Le dije: Quisiera vivir ahí una semana entera y hacer una crónica sobre quiénes son estas personas. A nadie le importa. ¡A los periodistas no les importa una mierda! Esta gente está ahí, con sus viviendas de cartón, valiendo verga todos los días, frente a los ojos de todos, y ni quien se asome a verlos.

Eso le decía.

Pero salvo una crónica que publicaron en Kaja Negra (titulada En este mundo de las monas), no viví más de 24 horas en la calle y hasta la fecha no me he convertido en vagabundo (aunque como voy sea muy probable que lo logre). Básicamente me faltaron huevos (porque eso también se lo dije: Hacen falta muchos huevos para vivir así). Y me siguen faltando, aunque ahora pienso que vivir en las calles no es una elección (no faltará quien diga que hay personas que reniegan de las casas-hogar, que tiran las tortas que se les regalan, que se gastan los pesos que mendigan en drogas y alcohol) por muy romántica que suene la idea de libertad. No, nadie quiere vivir de ese modo. Son las circunstancias (infinitas y todas ruines) las que obligan a la gente a pudrirse sobre el asfalto y bajo el pinche sol (o la lluvia o el frío).

No sé en qué momento opté por retratar a estas personas (vagabundos e indigentes, principalmente) a través de la fotografía. No soy fotógrafo profesional (como puede verse en las imágenes), pero así como he estado interesado en este tema desde hace mucho (esta galería será continua y perpetua lo que tenga yo de tiempo en esta Tierra), desde hace mucho que he estado interesado en saber disparar correctamente un obturador. Sigo en ello.

De ninguna de las personas que aparecen en esta serie (a algunas les pedí permiso para retratarlas, a otras no) supe su nombre o apodo, ni su pasado oscuro o luminoso. Nada. Salvo sus miradas.

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