El jardinero

Don Ignacio, el jardinero, llegó muy temprano al caserón. Le abrió la puerta la señora Susanita, y lo primero que le dijo fue que doña Ricarda Tercera dejó encargado que buscara una podadora que había en algún lugar del cuarto de los triques. El hombre dejó sus cosas en una silla de la cocina, como hacía cada que iba, y se dirigió hacia el dichoso cuarto. El polvo y la oscuridad lo recibieron. Prendió la luz. Había montañas de objetos abandonados desde sabría Dios cuándo. Don Ignacio supo en ese momento que, si acaso lograba encontrar la podadora, iniciaría su trabajo hasta el día siguiente. Así que se puso a buscar y en su búsqueda reflexionó sobre cuántas de esas cosas desperdiciadas -entre bicicletas, caminadoras, electrodomésticos, libreros, mesas y un enorme etc- le servirían a él o a otros, pero que estaban ahí, inútiles. Pensó en eso especialmente cuando se encontró con algo que de plano no pudo creer. Cuando era niño, don Ignacio le pidió a los Reyes Magos, varias veces, algo que nunca pudieron traerle: un camión de bomberos. Exactamente ese que estaba ahí, con su caja aplastada por la tierra y otras cosas que tenía encima; una caja con letras en inglés de un juguete que a pesar de los años y del maltrato seguía, podría decirse, intacto. Una ligera taquicardia atacó entonces a don Ignacio, quien de plano dejó de buscar la podadora y pensó en la forma en la que pudiera llevarse semejante objeto que pensó había olvidado para siempre. Pero así nomás no lo podía sacar, su mochila era demasiado pequeña y de inmediato la señora Susanita o algún otro empleado notaría el hurto. Piensa, Nacho, piensa, se dijo así mismo. Se quedó un rato así, quieto, meditando sus posibilidades. En esas estaba cuando la señora Susanita le tocó la puerta: Qué pasó, Nachito, ya se me tardó, dijo la mujer en cuanto el jardinero le abrió la puerta. Entre tartamudeos, don Ignacio apenas pronunció que aún no encontraba la podadora, que le diera chance. Le ayudo, dijo Susanita entonces, y sin esperar respuesta se puso a buscar. Entre los dos encontraron la podadora luego de casi dos horas de mover trebejos, entre los cuales quedó absolutamente enterrado el camioncito de bomberos, que don Ignacio no había perdido de vista un solo momento. Ay, Nachito, véngase a comer, mañana le empieza, ya es muy tarde, le dijo Susanita y ambos salieron del cuarto. Fue que la taquicardia regresó: ¿Cómo iba a hacerle para entrar mañana otra vez ahí? Ya veré cómo le hago, pensó el hombre, primero hay que llenar este estómago, que ruge de tan vacío.

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