Indistinto animal

En su libro Un arte espectral (y en alguna entrevista que se puede encontrar en YouTube), Norman Mailer afirmó que todo ejercicio de escritura es, al final, una ficción. Que escribir, necesariamente, implica recrear, y que, aunque nos cueste admitirlo, es imposible que un escritor abarque todos los aspectos de un suceso. Mailer se refería esencialmente a la no ficción, la cual pretende, a veces (o muchas veces), establecer con claridad una línea divisoria con la ficción, argumentando, entre otras cosas, que en el periodismo (o en la historia) no se inventa, como sí ocurre en la novela o en el cuento.  

Literalmente lo dijo de este modo:

En lo que tiene que ver conmigo, todo es ficción. Digamos para beneficio de la discusión que hay mil detalles pequeños y grandes de un historiador en particular para capturar un momento dado del tiempo […] Elija lo que elija, el historiador tiene que decidir cuál de esos detalles es más relevante. No puede usarlos todos. Más importante aún, no puede obtenerlos todos […] Yo argumentaría que el historiador y el novelista están ambos dedicados a escribir ficción. La diferencia es que el historiador usa más hechos, aunque nunca pueden ser lo bastante numerosos como para encerrar la realidad. Además, por lo común, el historiador escribe en un estilo más pedestre. Pero los dos están haciendo ficción. Lo que importa es que cada uno, el novelista y el historiador, está haciendo un ataque sobre la naturaleza posible de la realidad. Tales ataques son el elemento fundamental de la buena ficción, ya sea que el modo de asalto sea la historia o la novela.

Estoy de acuerdo con Norman. Aún cuando se haya sido testigo presencial de algún hecho o acontecimiento, al momento de escribirlo, al momento de elegir una perspectiva, un punto de vista, estamos, de algún modo, (re)creando. Que no quiere decir (necesariamente) que estamos mintiendo o engañando. Simplemente se busca el camino de hallar una verdad (aunque sea la nuestra propia) a través de determinada narrativa. Y la escritura de ficción, me temo, es el camino que más se aproxima a conseguirlo.

Ustedes se preguntarán qué rayos tiene eso que ver con el libro que hoy nos convoca. Y tendrán razón, pero ahora voy a eso. Alguna vez le escuché a un viejo maestro decir, yéndose un poco más lejos que Mailer, que en realidad los géneros literarios no existen. Que las fronteras, si nos ponemos muy quisquillosos, pueden difuminarse frente a nuestros ojos. También creo que este maestro tenía razón (digo que tenía porque ya se murió): en la buena escritura el género no importa. A propósito recién he estado leyendo un libro de opiniones que compiló Kurt Vonnegut. Sé que a Zindy le gusta Kurt, y esa es una de las varias cosas que nos unen, pero aguanten, ahorita voy para allá. En dicho volumen (llamado Guampeteros, fomas y granfalunes), que en realidad no compiló él sino unos editores obsesionados como yo lo estoy con su escritura, el autor de Indianápolis reflexiona sobre si algunos de esos textos suyos podrían encajonarse en lo que conocemos como nuevo periodismo, que en ese entonces sí que era nuevo. Ese periodismo, para quien no lo tenga en el radar, se trata, más o menos, de casi casi que derribar la (¿falsa?) frontera que existe entre la escritura de ficción y de no ficción.

Literalmente, Vonnegut escribió:

He vacilado un tanto al respecto, pero ahora me siento nuevamente persuadido de que la ficción reconocida es una manera mucho más verdadera de decir la verdad que el «nuevo periodismo». O para decirlo con otras palabras: el mejor «nuevo periodismo» es ficción [y aquí yo me meto para decir que en esto coincide con Mailer]. En cualquiera de las dos formas artísticas tenemos un reportero idiosincrático. El «nuevo periodismo» no tiene, ni de lejos, la misma facilidad que el escritor de ficción para decir tanto, ni para mostrar tanto. Hay muchos lugares en los que el periodista puede meter al lector, mientras que el escritor de ficción puede llevar a su lector a cualquier sitio, inclusive al planeta Júpiter, en caso de que haya algo allí que valga la pena ver.

A sangre fría, de Truman Capote, por ejemplo, bien podría llamarse simplemente novela, aunque el autor mismo insistiera en que se trataba de una novela de no ficción. Y aquí me disculpo de nuevo por tanto preámbulo, pero este mismo texto, por sí solo, si hubiera que clasificarse, ¿cómo se clasificaría? Ya sé que es una basura, pero dentro de los géneros, ¿en cuál podría encajar? Tengo mis hipótesis, pero me las reservaré para, finalmente, contarles lo que venía a contarles.

Además del gusto por los libros y por ciertos autores, Zindy Rodríguez Tamayo y yo compartimos el gusto por la música. Sin pretender echarle flores nomás porque sí, podría decir que se trata de una de las personas que he podido conocer que más sabe de música. Lejos del snobismo que es tan fértil en muchos de nosotros, Zindy ha dedicado gran parte de su vida a la música vendiendo instrumentos. Supongo que no hay mejor modo de acercarse a este arte que tal actividad (y mejor ni decir que también es librera de viejo). Ignoro si toca algo, ahorita le pregunto (y espero que no me haya perdido el dato en alguna de las páginas de Animal distinto; libro que, debo decir, he leído salteadito), pero eso no le restaría un mínimo a su enorme sensibilidad al respecto.

Sensibilidad, la palabra clave, lo que requiere cualquier artista  

que esté a flor de piel, la sensibilidad,

eso necesita

cualquier escritor.

Porque a Zindy también le gusta la pintura, la fotografía, la poesía; pa’ acabar pronto: le gusta el arte en todas sus manifestaciones, y así lo hace notar no solo en las cosas que comparte en sus redes (porque eso es lo que hace cuando publica algo: compartir), especialmente en Facebook, sino en lo que ha publicado este año a modo de libro: este Animal distinto. Este indistinto animal, porque en él conjuga todos estos placeres suyos de una forma que, afortunada o desafortunadamente, califiqué como de extrema deliciosidad la vez que hablé brevemente de este libro suyo en un programa de radio en el que a veces hablo sobre libros. Y aquí debo hacer otro brevísimo paréntesis: los libros que suelo promocionar en la radio son libros independientes, de autores desconocidos, de escritores que publican por sí solos, sin esperar que una editorial los respalde. En el caso de Zindy eso sería no solo bueno, sino indispensable: yo no entiendo cómo, en tiempos en los que se reivindica la escritura de las mujeres, los apellidos Rodríguez Tamayo no resuenan por más sitios. Me temo que esa no es la búsqueda de la autora que nos ha reunido hoy. Lo cual celebro. A veces la visibilidad y el éxito solo estorban, no le ayudan mucho al proceso creativo. O eso creo yo.

Regreso. Al hablar sobre Animal distinto, y al considerar lo que hasta ahora he escrito, también recuerdo la definición que sobre la crónica ofrece Juan Villoro: dice que es como un ornitorrinco. Un animal casi indefinible, que posee lo mejor de todos los mundos. Supongo, insisto, que todo esto tiene que ver con lo que he escrito: en las 105 páginas de este volumen dividido en cuatro partes, editado por Granito de Sal, nos encontramos, primero, con señores poemas, algunos sobre la noche o sobre Mozart, luego con fotos de teléfonos móviles, una con el Púas Olivares o consigo misma, y más tarde con relatos de experiencias (mis favoritos), donde puede mencionarse, incluso, al ficticio (¡ja!) doctor House. Al modo de Patti Smith (de quien Zindy es admiradora) en Éramos unos niños, donde la músicoescritora mezcla su crónica-memoria con fotografías, más o menos así sucede con este libro.

Aquí hay que decir que este recurso, el de la versatilidad, no es deseable en todos los casos, y que no todos podrían recurrir a eso. Intuyo que se necesita cierta pericia y mucha intención de parte del autor para conseguirlo; no es un mero capricho, mucho menos una fallida decisión. Es, probablemente, el punto álgido, el lugar donde convergen los intereses, cuales sean; ahí donde convive lo que en apariencia no puede coexistir, pero que habita en cada uno de nosotros… En fin, que Zindy y yo también tenemos eso en común: el interés por lo que acontece dentro. Y algunos amigos, como Edmundo Martínez, el Doktor, pero no creo que tenga chance de contarles eso.

Fotografías de Marcela Martínez y Samuel Segura.

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