En una caja de cartón caben
veinte años de amistad,
caben también, en una caja de cartón,
algunos versos, poemas
escritos por ti, poemas
de una poeta que dejó la poesía
en libros, hojas
donde aviesas se encajan
las palabras
en ojos de lectores ávidos por verte
desnuda,
empapadas, las hojas, por el agua,
por alcohol, por gasolina, no sé yo
qué pudo mojarlas: todas ellas permanecen curveadas,
todas las hojas curveadas
para siempre.
Pero así los encontré: botados,
tus versos, los libros,
en un rincón de una librería de viejo.
Todas las posibilidades conducen
a la palabra descuido.
Aquí no hay de otra: no puedo imaginar
cómo fue que terminaron de ese modo:
los libros que publicamos juntos, los libros
que una vez te regalé, el libro
de relatos que escribí, los relatos
que ahora vendo por ciento
cincuenta pesos. Al fin obtuvieron
el lugar que se merecen:
el fondo de una caja de cartón
que el vendedor de libros regalará
después,
una caja
que nadie querrá
que él mismo no quiere, que tú
ya no quieres, que yo
nunca quise.
Ni querré.
No sé, amiga, no sé, cómo fue que terminaron así,
aquellos libros,
pero quisiera ser benevolente (por primera vez) e imaginar
que me dices,
que me das la siguiente explicación (hay veces
que está bien
pedir explicaciones):
poco antes de irte, dejaste la ventana abierta
de tu habitación, la lluvia
se coló por la rendija
y aquel montón
de papeles
que alguna vez contuvieron pedazos
de nuestras almas
fueron la víctima, qué otra palabra
podría utilizar
que no esté más de moda
y que pueda señalar
absolutamente cualquier cosa.
..
No quiero pensar
aunque puedo verte
rociando aquellas páginas de alcohol, insisto,
de gasolina,
para quemarlas después; puedo verte
mirar las llamas mientras te sonrojas,
te he visto
mirar de frente el abismo
–y convertirte en él,
el abismo
que he sido siempre,
y al que te arrojaste por veinte años
para aterrizar sin ver.
Parezco entender
ahora, veinte años después,
que el poema nace
no se hace,
que el poema exige
ser escrito
cuando quiere: puede ser
a mitad de la noche, mientras se duerme
con la persona que se dice amar; amar
ha sido una palabra
tan fuera de mi vocabulario
–y por tanto tiempo
que soy incapaz de distinguirla
aunque de verdad se duerma
junto a mí.
Tú lo sabes bien, amiga, porque lo mismo me pasa
con la palabra amistad:
hemos sido amigos tanto tiempo
–y sin querer,
que has sido mi única amiga y yo
tu único amigo: no nos queda de otra
que dejar de serlo y volvernos…
lo contrario.
…
Entonces te pones de pie y escribes
sin haber tocado una tecla,
–no todavía, ni una hoja
de papel,
una pluma;
es el poema que busca
un lugar en el mundo que no seas
tú
y tu miserable existencia,
sino la miserable existencia
de los otros.
Entonces escribes, cuando en realidad quisieras
llorar como una niña, quiero decir
llorar como un niño
al que le han dado un putazo
en la mera jeta, en la nariz,
en el corazón,
da exactamente igual, exactamente así
te sientes al ver
aquella caja con tus libros, los que publicaste,
los que alguna vez te regalé,
mis relatos mojados, todos
secos ya,
curveados para siempre.
Pero llorar nos es opción frente al librero
que sonríe como desgraciado: «Una chava me trajo,
tu libro mojado junto a otros», dice y me muestra
aquel donde salimos desnudos, espalda contra espalda
el tatuaje que nos hicimos
una década atrás
cuando pensamos
que no nos volveríamos a ver, cuando la palabra
amistad
tenía algún tipo de significado.
Pero no lo tiene.
….
Quién iba a decir que sí,
que volveríamos a vernos
y que nos daría tiempo para escucharnos
decir:
«Veinte años de amistad
te los pasaste por los huevos».
Siempre hay tiempo, ¿no ves?
Siempre hay tiempo.
Para todo.
Hasta para esto.
…..
«Podría seguir mi vida sin ti»,
te dije y tú entendiste
muy bien lo que quise
decir,
debí mantener
mi palabra firme
(o la boca cerrada)
y no volver a verte;
lamento que pienses que lo que me dolió
fuera tu crítica feroz a mi trabajo, pero no hay
mayor insulto,
que ver tu libro de relatos mojado y al fondo
de una caja de cartón, la caja de cartón
de tu mejor amiga; aún así
no me saco de onda, no, tú no entiendes
de qué se trata esto
de escribir.
Aunque lo intentaste.
……
Lo que más me dolió, y te lo dije,
fue que me preguntaras si la vez en que quisieron
matarme,
como un monstruo, como el peor
de los hombres, si la vez
que mi maestro se ahorcó desde lo alto
de un árbol,
había sido lo peor que me habían hecho,
yo te dije
que sí, que probablemente lo era, tú
pretendías hacerle lo mismo
a alguien,
no puedo entender
cómo fue que pretendiste
hacer algo así.
Pero lo pretendiste.
…….
No puedo entender, amiga,
cómo fue que fui a enterarme
de esos ejemplares mojados;
cómo fue que vi la sonrisa
imborrable de ese librero imbécil
al decir:
«Tienes oficio, leí un par de relatos, tienes
oficio», supongo, sé más bien
que quien escribe de verdad escribe
bajo la égida del Diablo;
es un dictado, una orden,
el mandato
de la gran puta que nos parió:
no cualquiera lo obedece,
no cualquiera se pone
a su entera disposición.
No cualquiera, te digo, porque somos pocos
los elegidos.
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