Un escritor con huevos

—Conozco un lugar —me dice Eusebio, las manos sobre el volante de su Honda plateado de modelo reciente, antes de estacionarse en las afueras de un establecimiento mitad panadería mitad vinatería, en el centro de Tlalpan. 

Cuando baja Yaz y yo permanecemos dentro de su coche mientras esperamos a que vuelva. Estamos ahí para videograbarlo, con motivo de un documental sobre su persona que, ahora que lo pienso, no sé si saldrá algún día. 

Esta imagen que recupero la vi hace poco en aquel video que ella tomó con su Sony Handicam que, me corrigió recién, era de su padre (yo decía que era de su madre). Vi el video porque también trabajo en un texto sobre él que tampoco sé si verá la luz. Y porque aprecio la nostalgia. Yaz va en el asiento trasero, grabándolo a él, mientras yo, que no aparezco, viajo en el asiento del copiloto. Vamos platicando. El momento del video que veo es aquel en el que me recomienda un lugar en el que podemos hacer la presentación de mi entonces reciente primera novela, El sufrimiento de un hombre calvo. De eso hace ocho años.

Me dice que se llama El espejo de la luna. Que lo atiende un amigo suyo, y su esposa. Que venden libros y que también venden pan, dice, y de pronto trago, para los cuates. Que se pone bueno. 

Yo nunca he presentado un libro en mi vida, por lo que de inmediato le digo que sí. Que donde él diga. 

Lo único que me importa en ese momento es que él lo presente. 

Y es que fue gracias a él fue que el libro se publicó. 

En realidad fue gracias a él que me dediqué a escribir. 

Entonces lo vemos regresar luego de unos minutos, cinco por lo mucho, con un par de botellitas de vino en la mano, y una bolsa con pan. 

Nunca había visto unas botellitas de vino semejantes.

Destapa una al momento, y le da un trago. Nos da la otra a nosotros dos. La destapamos, brindamos, bebemos. 

Quizá un año atrás, un poco menos, Yaz y yo viajamos a Guadalajara para grabar la presentación de su poemario La música, en la sala Higinio Ruvalcaba, nombre del padre de Eusebio. Un día antes, u horas antes, de aquella presentación, acudimos al lugar, el ex convento del Carmen, para ver qué podíamos hacer, dónde podríamos colocar la camarita. También para ver si alguien nos podía dar más información sobre el espacio que lleva el nombre de aquel prodigioso violinista.

Entonces, en algún pasillo, veo el cartel. Anuncia: Primer concurso de novela breve de humor. 

Yo recién había entrado al taller literario de Eusebio, que daba en La casa de Juan, también en el centro de Tlalpan. Ahí había empezado a llevar la historia de un chico de quince años que se estaba quedando calvo. 

Pienso: Creo que este es su concurso. 

Así que al terminarla de escribir, luego de llevar cada sábado un nuevo capítulo al taller, la envío. El concurso es en Tamaulipas. Un día, unos tres meses después, me llaman por teléfono. Yo estoy en la fila del Banco Azteca sacando mis últimos pesos. Ganaste, me dice una voz de mujer al otro lado. Días después, en una presentación de Eusebio que Yaz y yo también fuimos a grabar, le informo del hecho. Me abraza, se pone muy contento. Le pido que escriba por favor la cuarta de forros. La escribe. Me dice que la presentemos. La presentamos. 

—Yo llevo un par de botellas de vino, pero tú te discutes con las demás —me dice Eusebio de vuelta al volante (vamos hacia su casa, creo) y yo le digo que me parece muy bien. 

Poco después de eso me escribe por email un tal Alejandro Rojas, dueño de El espejo de la luna, dice, para ver detalles, fechas, para ver lo del cartel. Le digo que además de Eusebio estará presentando Emiliano Pérez Cruz. La presentación se llevaría a cabo un par de meses después. Eso acordamos. No lo recuerdo bien. 

Nada de lo que he escrito hasta ahora lo recuerdo bien.

Una noche antes del día de la presentación acudo con mi exesposa al centro comercial y compramos algunas cajas de vino. Los nervios empiezan a corroerme la tranquilidad. 

Y ya el mero día rellenamos mi anforita de tequila, y en el que entonces era el taxi de mi padre, viajamos él, mi madre, mi hermana, mi exesposa y yo hacia El espejo, que nos quedaba lejísimos. Llegamos media hora o una hora tarde de lo acordado, luego de habernos acabado la anforita y de haber abierto una de las botellas en el camino. Suficiente para aparecerme por ahí ya muy pedo, viendo cómo en el lugar hay un montón de amigos que me da mucho gusto ver, de los cuales, la mayoría de ellos, al día de hoy, ya no están conmigo. Emiliano se sienta contra la pared, Eusebio en medio y yo a la orilla de la mesa que Alejandro y Abril, su esposa, ella fotógrafa, él poeta, disponen para que presentemos el libro. Emiliano lee algo, Eusebio dice palabras de las cuales rescato las más importantes (este es un escritor con huevos), y yo acaso les doy las gracias a todos y cada uno de los presentes (menos a mi ex, la neta, se me fue la onda), y se acaba. 

Luego firmo los libros que llevo para regalar a todos aquellos que están esa noche (el primer tiraje lo regalé casi en su totalidad), y Frida, mi mejor amiga, nos toma fotos bien chingonas de todos ellos conmigo, de las cuales no conservo ninguna. 


Texto que aparece en el libro El espejo de la luna 15 aniversario.

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