Por Kurt Vonnegut*

Pensaba que Beatrice se había compinchado con otros narradores anticuados para hacer creer a la gente que en la vida había papeles principales, papeles secundarios, detalles significativos, detalles insignificantes, que había lecciones que aprender, pruebas que superar y un principio, un desarrollo y un final.

Cuanto más me acercaba a mi quincuagésimo cumpleaños, más me desconcertaban e irritaban las decisiones estúpidas que tomaban mis compatriotas. Y de pronto empecé a compadecerlos, pues comprendí lo inocente y natural que era par ellos portarse de un modo aborrecible y con tan aborrecibles resultados. Hacían cuanto estaba en su mano para vivir como personas inventadas de los libros de relatos. Esta era la razón por la que los estadounidenses se disparaban unos a otros con tanta frecuencia: era un recurso literario muy cómodo para acabar los libros y los relatos breves.

¿Por qué a tantos norteamericanos los trataba su gobiernos como si su vida fuese tan desechable como los pañuelos de papel? Porque así era como los autores trataban a los personajes secundarios en los relatos que inventaban.

Y otras cosas por el estilo.

En cuanto entendí que estaba convirtiendo Norteamérica en una nación tan peligrosa e infeliz de personas que no tenían nada que ver con la vida real, decidí dejar de escribir relatos. Escribiría sobre la vida. Cualquier persona sería exactamente igual de importante que otra. Daría el mismo peso a todos los hechos. Nada se quedaría fuera. Que los demás llevaran el orden al caos. En vez de eso, yo llevaría el caos al orden, como creo haber hecho.

Si todos los escritores hicieran eso, tal vez los ciudadanos que no se dedican a la literatura entenderían que no hay orden en el mundo, sino que debemos adaptarnos a las exigencias del caos.

Adaptarse al caos es difícil , pero posible. Yo soy la prueba viviente.

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*Fragmento de su libro Desayuno de campeones.