La suculenta que un día me regalaste,
-la que alguna vez te pedí-
creció desmesuradamente.
Ha vivido
más que ninguna otra suculenta
que haya vivido
en esta casa.
Ayer se fue
¿de espaldas?, cayó
de la maceta que la contiene, sentí
como si aquella planta fuera el niño
que fui y que yace
en el piso
luego de rasparse.
La recogí, cuidadoso. Nunca había visto
un ser vivo capaz de crecer tanto; a veces
pienso
que la suculenta representa
nuestro vínculo:
torcido de repente, muchas otras
imperfecto, repleto siempre
de ramajes
un largo y grueso tronco al que le cortas
las hojas
y estas vuelven
a crecer.
Siempre buscando
la luz, siempre buscando;
sus raíces, sólidas,
parecieran indestructibles
si se les procura un poco de agua, sol,
música de cámara
y palabras reconfortantes.
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