Con mis horribles y pequeñas manos cubro
lo poco
que queda de mí:
un rostro
que además de lágrimas
tiene frente a sí su vida entera
en aquellas líneas que surcan
las palmas sucias
de esas mismas manos.
Y escucho,
nuevamente,
exprimiendo al máximo mi insensatez
(cualquier insensatez posible),
que todo está demasiado claro:
Todo
está
muy
claro
repite
mi propia voz.
Es mentira, pienso entonces
(sí, en ese mismo instante)
pues cuando abro los ojos
lo único que veo
son esas mismas manos
(y esas mismas lágrimas)
impidiéndome mirar
con claridad.
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