Texto original para la cuarta de forros
La chica de la batería lleva sobre sus huesos y espalda el peso del vacío que su padre, un viejo héroe del metal, el bataco de Presido, le ha heredado como una maldición punzante y milagrosa, allí, anidada en el centro de su alma, en sus manos encallecidas, perdida ella en los recovecos de los suburbios de una ciudad crepuscular, en las olas de una cerveza tibia que hay que beber en abundancia antes de subir al escenario, bajo el calor sudoroso y apretado de un toquín en la periferia más abandonada de su patria, en la revelación última que anida en la densidad de una pistola que, decidida, apunta a la sien del enemigo. Sí, y ese peso que ella carga en el espíritu y la carne es el del metal. Metal pesado. Metal negro, metal muerto.
Para cumplir con su destino, ella, la chica de la batería, deberá rescatar del fuego la mítica Tama Artstar del padre, Roberta, librarla de las llamas que, en una renuncia inexplicable y dolorosa, han arrasado con el pasado que aún así, después de la muerte, nos alcanza con sus tentáculos. La ruta de la chica de la batería es un viaje que sólo podrá realizar con los entrañables miembros de su banda, el Gigante, el Burócrata, Tío Muerte y el Morsa, construyendo una escalera que no lleva al cielo sino al infierno.
En su segunda y deslumbrante novela, Samuel Segura nos conduce con apasionado rigor por las entrañas de una música presagiosa que es la explicación necesaria de un espíritu oscuro, un aliento inconforme y vital hecho a la vez con la luz del fuego que libera y condena, que estalla y se retrae: el estruendo y el silencio.
Armando Vega Gil
Presentación en la FIL Guadalajara de Metal de Samuel Segura
Metal es la historia de una vida joven en un mundo de violencia. Metáfora de la existencia de miles de chicas y chicos que habitan lugares de guerra urbana y soportan serias luchas internas, con el desgaste físico y las pérdidas que conllevan las crisis continuas.
La música del heavy metal, el rock metalero o metal pesado suena como correlato y, al mismo tiempo, es un espacio que enfatiza o agudiza el instante narrado, la emoción o el deseo. Porque este relato va de “a de veras”, sobre la auténtica existencia juvenil, ni mansa, ni dormida; habla de su fuerza, de su coraje ante el absurdo, de su valor frente a la tontería e idiotez de la vida que les ofrece nuestra sociedad.
Dios, el diablo, presidio, abismo, muerte, todas son palabras del libro cargadas de memoria, de esa raíz cultural que nos hermana en la simbología judeo-cristina, y de esa remembranza personal que, al mismo tiempo, es gremial (metaleros), así como familiar y barrial.
Atrás de la acción, agazapada todo el tiempo y a punto de saltar a cada instante subyace la muerte, lo siniestro, lo oculto, la oscuridad abismal que amenaza con devorar a la joven protagonista y a todos los actores y actrices de este cosmos ficcional/real. Esa muerte/asesinato late en cada secuencia, así como la existencia truncada, y la del perpetrador que se auto mutila en el ejercicio de la violencia, porque después, ya nada será igual.
Vida después de la muerte que es herencia, el sino, la fatalidad. Ella no puede no escuchar el llamado.
“-Ese día tu jefe… al chile le disparó a alguien…- dijo el tío Muerte-, nunca lo había hecho. De ahí, la culpa nunca lo dejó descansar.”
Y el amor… Sentimiento real y profundo. Un padre que ama a su hija, chava que retiene el corazón del padre a través de los recuerdos y enseñanzas, especialmente por la música: ¡y la batería suena…!
“me miré al espejo y vi allí su rostro: nos parecíamos mucho. Lo vi allí pero su figura se desdibujó en lo que realmente estaba reflejándose; yo. Sin poder evitarlo empecé a llorar.”
Los libros de viejo de la librería el Exilio donde ella trabaja le donan la poesía de Vallejo: “Yo nací un día/que Dios estuvo enfermo.” Y si este verso lo unimos a la rola emblemática de la obra “Dios sediento de lágrimas”, podemos percibir el flujo del alma joven que se hace una y otra vez, en diferentes generaciones, las mismas preguntas sobre la razón de la existencia.
Una novela para escucharse y leerse, con una lista metalera sugerida por el texto.
Porque a veces la vida se repite o se hereda.
Laura Guerrero Guadarrama, miembro del jurado.
Sábado 24 de noviembre de 2018
Metal o todo lo que usted necesita saber sobre revólveres
Nunca he tenido un revólver en mis manos, hay quien siempre lo porta e incluso duerme con él. Hace poco conocí a una chica que encontró uno mientras hurgaba en el pasado.
Su historia guía los lares e infiernos de Metal. Escrita en primera persona se trata de una novela plagada de silencios en los que retumban canciones de Pantera, Metallica, Testament, Celtic Frost y hasta del Grupo Cañaveral.
Versos se hacen escuchar entre líneas no por casualidad. Fueron los elegidos. Sus letras parecen moldeadas para que uno las calce, no quedan grandes ni pequeñas, quedan justas. Así es como Samuel Segura, autor de Metal nos adentra a la vida de la chica que encontró un revólver mientras hurgaba en el pasado.
La música y el infierno de Metal acaloran al lector hasta dejarlo falto de aire, sudando y respirando el hedor del duelo y del ¿quién soy? Y es ese calor el que impulsa a uno a seguir leyendo hasta el final porque quema como chamarra de cuero portada bajo el rayo del mediodía, quitársela no es opción, uno aprende con los años que no se puede huir.
Samuel ha tomado las palabras y versos, los ha limpiado y sin más, los disparó. Metal deja a uno en silencio después de terminar, como una resaca que apenas asimilas. Vienen los recuerdos y la duda de ¿qué fue lo que ocurrió? Y ahí estamos, siendo cómplices de los secretos que uno arrastra y que ni un montón de tierra sobre nosotros logra acabar con ellos. Bueno fuera que los muertos se llevaran sus secretos.
Por eso cuando la chica abre el pasado, el revólver se sacude, vibra, inevitablemente el lector los sigue. Porque su naturaleza es provocar, no es como el lápiz al que podemos darle otro uso como sujetar el pelo, por ejemplo. El revólver tiene la naturaleza de provocar.
En realidad he mentido (y a ustedes también): he tenido un revólver en mis manos, tiene 157 páginas y lleva por nombre Metal.
Samuel, agradezco infinitamente que en un país en el que algunos han decidido vivir junto a un revólver, tú hayas optado por tirar de las baquetas, de las palabras y no del gatillo.
Nayma Fernández, 2019
Renunciar a un cheque quincenal, a un paquete grandioso de seguridad médica, a una caja de ahorro y a una silla Herman Miller
Conozco a Samuel desde hace seis años. Desde el inicio de mi carrera, incluso antes. Y debo decirles que muy pronto se convirtió, junto a mis Padres, mi esposa y algunos creadores de arte sublimes, como Lovecraft y Tanizaki, en una de las personas que más admiro. No por sus múltiples defectos humanos, ni por su moral ni su apariencia, claro está… ja, ja, ja (estoy seguro que el colega Ruvalcaba aplaudiría esta sinceridad). Sino por su integridad profesional. Por ese sueño tan profundo de vivir en carne propia la literatura.
No puedo externar ahora mismo el grave azoro, y profundo respeto, que me ocasionó saber, hace años, que renunciaba a un cheque quincenal, a un paquete grandioso de seguridad médica, a una caja de ahorro y a una silla Herman Miller en el enorme edificio en los límites de Polanco de una de las editoras más importantes del país —en la que por cierto ya había ascendido al soñado puesto de editor—, por el anhelo de libertad bohemia que sólo concede la calle.No mentiré. Si ya quería a la persona, en ese momento quise también al autor. Sí, digo autor porque en ese momento él ya era para mí, y para muchos, un autor con obra publicada. (Nadie puede negar el gozo pueril, casi de risa adolescente, que nos provoca la relectura de El sufrimiento de un hombre calvo. Genial novela en la mejor tradición de la picaresca defeña, ganadora del II Premio de Novela de Humor del Estado de Coahuila).
Desde entonces comencé a verlo poco, a disfrutar menos de su risa, sus bromas y sus abrazos cariñosos, pero comencé a leerlo mucho más. Día tras día me asombraba su talento en pequeñas píldoras que nos dejaba siempre en sus redes sociales, que para él, más que redes, eran plataformas para dejar ir, poner en común, lo que en su mente pasaba (y nada de ello era vanidad ni vanalidad, que conste). Y en su proyecto periodístico, Kaja Negra, que aún impulsa con estoicismo junto a otros queridos colegas (por cierto, aquí presentes).
Al poco supe que Sam buscaba publicar. Alguna vez creo que me pidió leer un borrador, que yo, demasiado ocupado en el devenir oficinesco, y en la construcción personal de una vida en familia —también aquí presente—, quizá ignoré. Mea culpa, Sam, ya habrá forma de remediarlo…
Después supe que había ganado el premio de la Universidad Nacional para escritores jóvenes, el Universo de Letras, que organiza junto con el Fondo de Cultura Económica.
Entonces leí, o me dijeron, no sé bien, supe que el premio incluía la publicación del trabajo en la colección Letras mexicanas del Fondo. Una colección que ha publicado a todos los grandes de México. Bueno, a casi todos, lo concedo (porque no está allí ni Ortuño ni Guadalupe Nettel ni los Malpica). Una colección donde ha estado Fuentes y Del Paso, Pacheco y Castellanos, Tario y Campobello. Una colección en la que faltó el gran Eusebio. Corrijo, ahora gracias a Samuel, ya no falta. Porque tuvo a bien dedicarle, Metal, esta novela. Y su nombre, y sobre todo su influencia, ahí mucho cuenta.
No los cansaré, pues, hablando de más de Metal porque estoy seguro que mis colegas en esta sala están más capacitados que yo para hacerlo, y porque también quiero que sea el autor mismo el que se atreva a sortear el mar de los spoilers, porque yo para eso soy terrible. Si por mí fuera comenzaría hablando del final de la novela, portentoso, increíble, técnicamente impecable. Pero… ¿ya ven? Ya me lie en hablar de lo último y prohibido primero… mejor cedo la palabra. Y que Dios me los bendiga (el Diablo no, ya leerán en esta novela por qué no), si consiguen buscarse en el bolsillo $145 varitos para comprar este librito.
Ismael Martínez, 2019
A propósito de Metal
I
Aquel día de enero, entré a la librería del FCE que se ubica en M.A. de Quevedo buscando un libro de Greil Marcus, no lo encontré y tampoco pude abandonar la librería porque mi hija y su mamá hojeaban libros infantiles. Lamenté que la cafetería del lugar no vendiera alcohol, porque un whisky siempre cae bien los sábados en la tarde. Resignado a la sobriedad, vagaba entre los estantes cuando lo vi, bajo el retractilado me apuntaba con el cañón de un arma y en letras grises anunciaba su nombre: Metal, lo acompañaba un cintillo que rezaba: obra ganadora del segundo premio de novela juvenil universo de letras 2018. Cuando lo pagué, mi mujer me vio como los dinosaurios al meteorito que los extinguió, sabe la renuencia que me despiertan premios y bets sellers, sólo atiné a decir: es de Samuel Segura. Pensar el motivo que me orilló a excusarme con la madre de mi hija es algo que me tiene a punto de ir a terapia.
II
Samuel Segura no era mi amigo, lo conocía de oídas porque compartimos amistades, editora y maestro, físicamente, lo ubicaba porque fui a una presentación de su primera novela (El sufrimiento de un hombre calvo), en la cafetería el espejo de la luna. El evento resultó inolvidable no por las palabras de los maestros Emiliano Pérez Cruz o Eusebio Ruvalcaba, sino por la chica que bailó en una mesa para que los presentes diéramos fe del saludable estado de su anatomía. En fin, lo que quiero decir es que ya lo había leído y compré su libro porque me gusta su estilo, el tratamiento que da a las historias.
III
Samuel Segura es un escritor afortunado porque pocos tienen la dicha de ser alumnos de dos maestros tan dispares y semejantes como lo son Eusebio Rubalcava y Armando Vega Gil (el primero apenas cuatro años mayor que el otro). Parecidos en su pasión por la música y la literatura, distintos en la manera de entender, comprender y concebir dichas pasiones. Samuel, como buen gambusino, supo extraer el oro de ambos maestros y encontrar su propia voz, cosa que no es sencilla, porque implica tirar mucho trabajo a la basura y aprender a escucharse, lo que significa distinguir la humildad de la salameria. Si acaso lo dudan, los invito a leer sus dos novelas (El sufrimiento de un hombre calvo y Metal).
IV
La novela es un género que exige al escritor, más allá de imaginación y técnica, grandes dosis de vida, y si el personaje principal es del sexo opuesto el trabajo se antoja titánico, porque el acto requiere de un conocimiento profundo de la otredad que complementa en la medida que, sin darnos cuenta, transforma nuestra individualidad. Ese conocimiento no se adquiere en la escuela o en los libros sino en la vida, a través de eso que llamamos experiencia. Escribir desde el sexo opuesto exige al escritor o escritora (corrección política mediante) inferir el mundo con otros ojos para plasmar una perspectiva que nunca se conoce a fondo y lograr que sea verosímil, no verdadera, y en la novela que nos ocupa hoy, Samuel lo logra y eso ya es decir bastante.
V
Confieso que, al principio, desconfié de la novela porque nunca he sido asiduo del metal, salvo una o dos canciones de ciertas bandas el género musical me es indiferente. Sin embargo, no se presenta como necesario para identificarse con los personajes y las situaciones narradas, porque si bien el metal permea la novela, la trama permanece anclada en pasiones que nos son comunes a todos, cosa que no demerita la novela, al contrario, la enaltece y coloca en la línea de Nick Hornby, Hanif Kureishi, o José Agustín, cuyas historias son atravesadas por la música, pero nos sumergen en la condición humana y terminan conmoviendo al lector, sin importar que guste o no de x estilo musical.
VI
Y no pienso decirles que en la novela hay un chavo ruco al que le dicen el tío Muerte, que anda con una tal señorita Abismo cuya descripción hace pensar en las mujeres que salen en los videos de Guna N’ Roses o Bon Jovi y que estelariza una escena sexual que hace vomitar a la protagonista. Tampoco hablaré de la mujer taxista cuya tarjeta de presentación dice “taxi seguro-Lola” y que le pone al metal sabor de cumbia. No tiene sentido hablarles de la complicidad aventurera del Burócrata, el Gigante y el Morsa, los personajes más entrañables del texto. Y ni que decir de la banda Presidio, un hito del metal facturado en México. Lo que tal vez pueda contarles, y sólo tal vez, es que el diablo está pelón y lleva tatuados los brazos. Pero sólo tal vez, no sea que algún día hagan un trato y su ignorancia los condene al fuego eterno.
VII
Lo que si les puedo decir, es que lean la novela porque el pinche Samuel Segura es un escritor de verdad.
Israel G. Castro, 2019
Metal, una historia fuerte y oscura. Un viajestesote
Agradezco la presencia de nuestro invitado, el escritor Samuel Segura, comunicólogo y guionista de cine; editor, corrector, diseñador; compañero en la supervivencia a través del mundo editorial. Por lo que intentaré compartir algo más que una semblanza biográfica, mejor quisiera trazar algunas líneas de cercanía con nuestro autor. Algunas lecturas tienen esa cualidad, nos llevan lejos en el tiempo o el espacio, pero los autores parecen distantes, desconocidos. No es este el caso, claro, y tal vez hay un poco de trampa, porque conocí a Samuel hace algunos años, en el entorno de las “artes trágicas” (como se les llama a las actividades editoriales), ese espacio donde las historias de lectores, pero de lectores exigentes, lectores profesionales, se entrecruzan, y por ello estoy segura de que Samuel conoce las letras mexicanas y los contextos de la literatura hispanoamericana con amplitud; lo que significa un enorme reto, porque escribir y escribir bien, decir algo distinto en un medio con tradiciones, pasiones, vanidades y tragedias, es una osadía; un acto rebelde hacia la búsqueda de una voz propia que puede reconocerse en sus maestros, pero que recorre un camino personal y distinto. Desde que leí con atención sus textos en línea, así como su primer libro El sufrimiento de un hombre calvo (2012) Premio Nacional de Novela corta de Humor, editado por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, quedé asombrada por esa capacidad de crear universos de cercanía, espacios de intimidad que pueden captar lo extraordinario de la cotidianidad, que pasa cruel y desnuda ante nuestros ojos, y que solo al constituirse recuerdo se torna más y más compleja; espacios donde la inmediatez del tiempo implica detenerse un instante, como una foto con polaroid, o un tanto descarnados pero indiscutiblemente humanos. Una vez más, se trata de la cercanía que permite te apropies de la historia como un autor paralelo.
Otra de las cercanías, y que van haciendo de la biografía de Samuel algo un tanto poco fuera de lo convencional, es su pasión por la música. Samuel es letrista y baterista de Asedio, banda de metal con tres discos grabados, donde, sin duda, se nutre el argumento de la novela que hoy nos convoca. Metal es un viajesote, ya desharemos juntos la madeja, y muy probablemente el género musical no sea del consumo, agrado o cotidianidad de todos los presentes, pero eso poco importa, ya que la cercanía que se construye a través de las andanzas y dificultades de tocar un instrumento, tener una banda o aferrarse a la libertad de hacer lo que se sueña, no radica exclusivamente en un género, sino en un estilo de vida. Tan complejo, porque es la homogenización de las identidades, de las formas de convivencia, de los gustos, lo que caracteriza a los Estados hegemónicos; ser joven implica romper esa homogeneidad al transgredir las reglas; construir un lenguaje, una forma de vestir o de hacer música; acudir al vértigo de repetir nuestro nombre y que suene diferente. Y eso, no es nada fácil.
Metal es una historia fuerte y oscura, como los acordes de la canción origen “Maldito sea tu nombre”, rolón de los Ángeles del Infierno, porque se mezcla el virtuosismo de este género con el grito, la queja-denuncia y los límites humanos. ¿Ruda? No más que un asalto al microbús, o que los índices de feminicidio en el Estado de México. Vivimos en la edad de las ciudades rudas. Pero la ciudad lo es todo para nosotros, nos consume y por esa razón la glorificamos, como algunos glorificamos al metal.
Metal es la historia de una chica y un entorno, donde el precio de la pertenencia urbana, Hecatepec, con H, crea un universo simbólico imaginario; un no-lugar en la realidad y en la memoria. El infierno personal puede caber en un tambo con gasolina y un encendedor, pero no por ello es menos aterrador. Un padre, una madre, una familia y un infierno particular; un grupo de amigos que redime por instantes los terrores personales, a través de la hermandad; una banda que concilia sus diferencias armónicamente o de forma disonante, como un mal ensayo o las cumbias en un ipod. Algo no checa desde un principio, hay una dimensión incómoda que rompe con lo establecido, por lo que nuestra protagonista intuye el laberinto pero no para salir de él, sino para internarse, más, mucho más, como en la voluptuosidad de la Srita. Abismo. La ausencia, tan injusta, del padre, marca un hito en la historia; será el detonador de los personajes más complejos y sorpresivos, aunque todos sepamos que conocemos a un Tío Muerte. La chica no está esperando un futuro grandioso, solo quiere sobrevivir, trabajar en la librería, conocerse, aceptarse como periferia de la periferia en crecimiento, un resultado de la acción especialmente de mujeres, que levantan con esfuerzo sus viviendas en zonas muy complejas. Acoso, violencia, falta de oportunidades, y esa terrible soledad que se complementa con las letras de muchas canciones. Rolas, letras, poesía, como claves que nos permiten interiorizar y acercarnos a la solución de lo que parece un mal sueño. Metal nos muestra, otra vez, que las ciudades del futuro se encuentran lejos del cristal y del acero que se imaginaban las generaciones anteriores: la realidad nos presenta un panorama de subida y en obra negra, que no terminará de construirse. En lugar de ciudades de luz elevándose hacia el cielo, la mayor parte del mundo urbano del siglo XXI se mueve en la miseria, rodeado de contaminación y violencia. Esta novela, ganadora del Segundo Premio de Novela Juvenil, Universo de Letras, del FCE, no es una versión complaciente que nos de palmaditas en la espalda “échale ganas, tú puedes” como placebos a una realidad brutal; es tal vez un desgarrador espacio abierto que nos acerca a la angustia contemporánea de ser joven y tener preguntas. Un espejo de realidad que al confrontarnos, nos permita endurecernos y crecer.
Nuevamente agradezco la presencia del autor, y de todos los estudiantes, para la resolución de enigmas, y termino con una cita de John Berger, que me acompañó durante la lectura:
La promesa es que una y otra vez, de la basura, de las plumas dispersas, de las cenizas y de los cuerpos rotos, algo nuevo y maravilloso pueda nacer.
Zindy Rodríguez Tamayo, Los Reyes, La Paz, Estado de México.
1 de mayo de 2019
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